«Reconocer el trabajo sexual, una deuda pendiente del Estado salvadoreño»

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Por Clanci Rosa

“Las trabajadoras sexuales vendemos fantasía, no vendemos amor ni cuerpo” Haydee Laínez

En El Salvador muchas mujeres cisgénero y transgénero se dedican al trabajo sexual, algunas por elección, otras por necesidad y debido a las circunstancias; pero este Primero de Mayo coinciden en demandar al Estado salvadoreño la garantía de derechos, consideran que la Pandemia ha demostrado la vulnerabilidad social a la que se enfrenta el sector.

En el caso de las mujeres trans, el trabajo sexual ha sido un camino por el que las mayoría ha tenido que pasar, debido a la discriminación que sufren por su expresión e identidad de género, iniciando en su familia, quien les brinda la protección: casa, alimentación, vestuario, estudios, etc. Pero al no vivir bajo la heteronorma, son rechazadas y en la mayoría de los casos, desterradas de sus familias y condenadas a vivir en la calle, para sobrevivir optan por el único empleo posible, el trabajo sexual.

Dentro del feminismo hay posturas encontradas frente al trabajo sexual, «el abolicionismo, corriente anti ‘prostitución’, argumenta que todas las ‘prostitutas’ trabajan forzadas en mayor o menor grado, sin ser conscientes de ello, y que por tanto es una forma de violencia contra la mujer, contrario al regulacionismo, que defiende la prostitución como un trabajo, reclamando para quienes la ejercen los mismos derechos que cualquier trabajador y el reconocimiento de sus necesidades específicas, por ejemplo, una atención médica adaptada».

Sulma ha ejercido el trabajo sexual desde los 14 años, ahora tiene 52, no está de acuerdo con abolir el trabajo sexual porque considera que es una alternativa para muchas mujeres que no tienen otra opción como fue su caso, regularlo, cree, que se acerca mas a las necesidades de quienes lo ejercen » Si nos garantizaran empleo a todas las mujeres, el que queremos, yo quitaría el trabajo sexual, pero eso no pasa en El Salvador, y falta mucho para que pase, mientras tanto hay que mejorar las condiciones de las que están ejerciendo» expresa.

En el país la situación legal de las trabajadoras sexuales es incierta debido a que no es un trabajo que este regulado en la normativa laboral, pero tampoco es penalizado en el Código Penal «hay regulaciones referentes a la Ley de Trata de Personas, explotación sexual de menores de edad y cuando el ejercicio del trabajo sexual se hace por medio de proxenetas, entonces sí es penalizado» explica Karen Rivas, abogada de las Mélidas.

Haydee Laínez, reconocida trabajadora sexual explica que el trabajo sexual no tiene que ver con la trata de personas «el trabajo sexual se debe ejercer siendo mayor de edad y con el consentimiento de la persona» de lo contrario, señala, sería trata de personas. 

Según datos de organizaciones, son más 50 mil mujeres las que se dedican al trabajo sexual «es necesaria una homologación de normativa nacional e internacional que tutele el respeto, la no discriminación y el acceso del derecho a vivir una vida libre de violencia específicamente en este sector de mujeres, que incluso desde las mismas organizaciones de mujeres ha sido invisibilizado» expresa Rivas.

Mariana Moisa, antropóloga y feminista, dice que es un tema complicado de abordar. «Hay una discusión en el feminismo sobre el trabajo sexual, sobre si deberíamos luchar las feministas por esta cuestión o no. Tengo la idea que no podemos hacer esto estandarizado, creo que tiene que ver con las realidades de cada mujer y las realidades de cada contexto. No es lo mismo hacer trabajo sexual en Europa que hacer trabajo sexual en El Salvador, hay una diferencia en tanto como definís o quienes son tus jefes, sos jefa de vos misma o son hombres lo que definen tu trabajo y la explotación. Entonces la explotación laboral se manifiesta en los cuerpos de las mujeres» explica.

Además, considera que en El Salvador esa discusión en el feminismo es lejana «porque la situación es tan precaria para las mujeres que muchas veces el trabajo sexual es la única opción y no es la única decisión para la mujer es que el sistema también lo impone. Por ejemplo ¿Hay alguna oferta laboral para las mujeres trans?, creo que no y la única opción es el trabajo sexual, es muy complejo decir yo soy abolicionista o soy en pro del trabajo sexual. Creo que no tenemos esa posibilidad porque ni siquiera hay una ley que reconozca la identidad de las mujeres trans, menos habrá posibilidad que tengan acceso a otros trabajos por lo que no puede ser de ellas, sino más bien es una imposición del sistema» detalla.

Migrar del campo a la ciudad

Mónica Linares es una mujer trans de 41 años, originaria de San Antonio Pajonal, Santa Ana, actualmente es la directora de ASPIDH, explica que antes (y aun ahora) era difícil identificarse como mujer trans, sobre todo en las zonas rurales “una se identificaba como gay, no sabía de todas las identidades y expresiones”.

Migró a la capital cuando tenía 14 años e hizo su transición, (su expresión de género pasó a ser totalmente femenina) “busqué trabajo de todo lo que fuera, vendí bajillas de pueblo en pueblo, pero seguía siendo discriminada, quise estudiar, pero tampoco pude”. La madre de Mónica se vino antes a San Salvador y tuvo dos hijos más, Mónica asumió el cuidado, convirtiéndose en el soporte económico de su familia, como asegura, les toca a la mayoría de mujeres trans.

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“Asumimos esa responsabilidad, en algunos casos para ser aceptadas, vivir tranquilas, ser parte de la familia”

Ella ingresó al trabajo sexual a través de una amiga, “le dije que necesitaba dinero para mantener a mi familia, ya había intentado todo, y esa era la única herramienta que teníamos, y fue así como comencé, dedique más de 10 años al Trabajo Sexual, toda mi juventud, pero no me arrepiento y no lo niego, tampoco”.

Ella considera que el trabajo sexual fue la única herramienta que el Estado salvadoreño le dejó para comer y sacar adelante a su familia por más de 10 años, “no había más opciones, estudié estilismo, pero no me gustaba, no es conmigo, la otra opción era el trabajo sexual, que tampoco era conmigo, pero en ese momento me daba de comer” comenta.

Para Mónica es importante que el Estado garantice derechos a las mujeres que ejercen el trabajo sexual, pues considera que la Pandemia ha puesto en evidencia la situación de vulnerabilidad social que han enfrentado históricamente las trabajadoras sexuales “algunas no tienen ni para comer”.

Trabajar en la cuadra por la libertad de ser quien eres

Camila también tuvo que dedicarse al trabajo sexual, tiene 30 años y trabaja en ASPIDH. Identificarse como mujer trans fue todo un proceso, su acercamiento inicial fue a una organización de hombres gay “sabía que tenía una identidad de genero diferente, pero en ese momento no había encontrado un término, pero luego empecé a llegar a la oficina de ASPIDH en la plaza Morazán”.

La transición de Camila se dio cuando ingresó a la universidad, pues no hay condicionamientos para la vestimenta, así que podía usar la ropa y corte de pelo que quisiera “fue un proceso, comencé a usar más cosas de uso femenino, la gente empezó a identificarme con ella, eso fue como a los 18 años”.

Pero en su casa las cosas siempre habían sido difíciles con su padre, un hombre alcohólico que la maltrataba desde niña por su orientación “una vez me quebró un palo de escoba porque no quise jugar fútbol, me pegaba incluso cuando estaba dormida”.

Según relata Camila, su padre siempre fue violento “hubo un tiempo que no pude comer en la mesa con mi papá, porque siempre me estaba regañando, por las cejas, por el maquillaje”. Los ataques aumentaron cuando ingresó a la universidad, a tal nivel de cortar sus pantalones, descoser las camisas que Camila ajustaba, e incluso desapareció una plancha de cabello que su hermana le había regalado.

“La última vez que me quiso golpear y me volvió a echar de la casa, le tomé la palabra, había llegado a mi límite, no le iba a permitir que siguiera maltratándome, yo ya tenía un grupo de amigas, le llamé específicamente a una compañera que se llamaba Fiorela (ella ya no está, la asesinaron México) y me fui a su casa”.

Camila explica que al inicio el trabajo sexual no estaba en sus planes “es decir nunca dije me voy a dedicar a esto, creo que no está en los planes de ninguna chica trans, aunque hay compañeras que lo hacen por decisión propia, pero muchas con base a las circunstancias, como fue en ese momento para mí”.

Camila salió de su casa solo con la ropa que traía puesta, no tenía ingresos, necesitaba trabajar, “le dije a mi amiga que me llevara donde la personas que autorizaban la cuadra, pagamos el derecho y empecé a trabajar”.

Ahora Camila reflexiona que el hecho de haber soportado le permitió llegar a la universidad, pero considera que nadie debería pasar por lo mismo para lograrlo “mi madre me apoyó, me pagaba la cuota, incluso mi abuelo, porque mi familia era muy muy pobre, yo creo que, si hubiera tenido otras condiciones, hubiera sido una profesional, me gustaba el estudio, sé que aún lo puedo lograr” dice.

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Para Camila es importante que el Estado reconozca los derechos de las trabajadoras sexuales por que les permitiría acceder a beneficios que actualmente no tiene, “no podemos ni abrir una cuenta bancaria como trabajadoras sexuales” afirma.

Además, el hecho de no existir una regulación ha permitido que fuerzas de seguridad e incluso pandillas las violenten, «semanalmente se paga por protección $10 a la pandilla». También comentan que pasan carros con personas solo para arrojarles huevos, o disparar balines. En estos casos, explican, no pueden denunciar, ni la policía ni los soldados responden, “siempre consideran que las trabajadoras sexuales son las culpables”.

Reconocerme como trabajadora sexual

La situación no es diferente para las mujeres cisgénero. Sulma , tiene 52 años, es de estatura media, piel morena, tiene dos cicatrices en los brazos que le recuerdan la vez que casi la mata un cliente por negarse a brindarle un ‘servicio’.

Empezó a dedicarse al trabajo sexual desde los 14, “fui violada a los 13 años y en mi familia las que ya no eran niñas no valían nada y me dieron la calle, fui a para a un lugar donde me dieron techo, y esta señora a cambio de ese techo me vendía con hombres, pero entonces yo no había identificado que hacía trabajo sexual” cuenta.

De esa misma casa la enviaron a clases de cosmetología, pero en ese tiempo sus padres se separaron “mi madre se desatendió de mis hermanos, así que tuve que hacerme cargo yo. Trabajé de niñera, pero no me alcanzaba para cubrir los gastos de todos, por eso seguí en el trabajo sexual. Pero no era consciente, que era trabajo, hasta después lo identifiqué”.

Sulma se identificó como trabajadora sexual hasta llegar a la organización Flor de Piedra “Eso me permitió darme mi lugar, anteriormente decían esa es puta, es fácil, entonces cuando reconocí que era un trabajo, supe como defenderme, y decir, discúlpeme, pero no soy puta, soy trabajadora sexual, porque yo gano por dar un servicio”. Como anécdota cuenta que fue porque había un viático, pero al llegar le interesó y ese día el mundo cambió para ella.

“Llegué hace doce años, tenía 40, imagínese cuantos años fui pisoteada, no tenía un argumento para defenderme, aunque ya enojada les daba su ‘putiada’. Ahí identifiqué que mi trabajo era digno, estaba dando lo mío por algo a cambio. Ahí me hicieron ver que lo que yo hacía era un trabajo, presto un servicio y me pagan por el” explica.

A sus 52 años considera fundamental que el Estado regule el trabajo sexual “yo no tengo pensión, por ejemplo, a las trabajadoras sexuales no nos hacen préstamos, no nos dan créditos para una casa, no tenemos un seguro, ya teniendo un reconocimiento, una ley, tuviéramos prestaciones, un seguro para nuestra casa, porque, así como estamos, no tenemos una garantía al final de nuestras vidas”.

El trabajo sexual cubrió mis necesidades como cualquier otro trabajo

Haydee Laínez empezó a ejercer el trabajo sexual a los 18 años, una amiga la llevó a San Salvador para trabajar sirviendo y lavando trastes, “pero vi a otras compañeras que ganaban mas dinero, y yo a los 18 años quería carteras, zapatos, para tener eso me metí a ejercer el trabajo sexual”. Comenta.

Hayde es graduada de Trabajo Social y aun ejerce el trabajo sexual “seguiré luchando porque el trabajo sexual me ha dado de comer toda la vida, me parece injusto que hoy retrocediera, no me pongo triste de haber ejercido en aquel momento, y hacerlo hoy, aunque no como antes que iba los siete días, porque tenía metas , tener una casa, que mis hijos estudiaran en colegios, quería un futuro para ellos, también quería disfrutar, que no me faltara nada, cubrir las necesidades que todo trabajo cubre” detalla.

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Haydee dice sentirse muy orgullosa de ejercer el trabajo sexual “si volviera a nacer volvería a ejercer, si se pudiera lo haría antes, con mi consentimiento con mis propias decisiones, no me puedo retractar de esa historia” detalla.

Haydee menciona que en los planes de las trabajadoras sexuales siembre ha estado el presentar un Proyecto de Ley  y esperan el acompañamiento de los diputadxs “queremos que un día el trabajo sexual se diga sin prejuicios”.

Impacto de la pandemia

El alcalde de San Salvador instaló en el Centro Histórico un Cerco Sanitario, dentro  quedó la cuadra en la que trabaja Patricia Leiva de 66 años, Karla de 49 y Daniela, de 38 años. Todas mujeres trans que se dedican al trabajo sexual (excepto Patricia que ahora trabaja en una pequeña Tienda). Sus historias también están vinculadas a la migración del interior del país a San Salvador. Salieron de su casa muy jóvenes y se ganan la vida con el trabajo sexual, en esta pandemia están preocupadas porque no pueden trabajar.

Nosotras somos trabajadoras sexuales y no hay paso hacia la cuadra, si hay compañeras que nos quieran ayudar bienvenido será, porque nosotras no tenemos como poder pasar esta emergencia, comenta Karla.

En la misma situación está Daniela “yo me identifiqué como a los 12 años como mujer trans, tuve problemas de familia y tuve que dedicarme al trabajo sexual para sobrevivir, no porque una sufre, yo he sufrido bastante”. comenta

Las medidas han impactado directamente en sus ingresos “nosotras nos rebuscamos por nosotras, salimos en la noche a trabajar para ganarnos la vida, pero con esto nos ha perjudicado porque no podemos trabajar y es nuestra única forma de obtener ingreso” manifiesta.