Femicidio infantil: violencia, salvajismo y crueldad de la que no escapan las niñas en Nicaragua

“Un día seré libre con los brazos abiertos, con los ojos abiertos y limpios frente al sol…seré libre presiento, con una gran sonrisa a flor de corazón…” (Magda Portal, 1965 poemario “Constancia del ser”, Liberación)

Periodistas feministas nicas

Investigar y escribir de femicidios infantiles es romperse más y no encontrar sentido, es enfermar y destruirse, es reconocer, que, la violencia patriarcal es vigente, tolerada, invisibilizada y no siempre denunciada y castigada. Una violencia que se apropia de los cuerpos de mujeres y niñas, que los cosifica y depreda, que los silencia, producto de los entramados culturales y políticos que subsiste en las relaciones asimétricas del poder patriarcal (Munévar, 2012).

Comprender esa depredación de los cuerpos feminizados de las niñas, requiere hacer lecturas complejas e integrales, es ir más allá de la desigualdad y reconocer que los femicidas se proclaman “dueños” de esos cuerpos en los que se conjuntan diversos marcadores de discriminación, como: el género, la edad, la clase y la etnicidad/raza, sostenidos en diversas expresiones de control. Si exploramos los femicidios infantiles desde esos otros lugares, se develarán las particularidades de la crueldad y sadismo de esos femicidas, así como el impacto provocado en los entornos familiares de las niñas, y en espacios de la vida pública, política y cotidiana de nuestras sociedades, barrios y comunidades.  

Los femicidios, según Diana Russell y Jill Radford, son “un conjunto de hechos y conductas violentas contra las mujeres por ser mujeres”, además, son “asesinatos misóginos de mujeres cometidos por hombres” (Russell & Radford, 2006: 33). Lo anterior es importante, pero es necesario, recurrir a la categorización (Monárrez, 2019) y/o tipologías (Radford, 1992) de esos femicidios, porque nos permite organizar y clasificar cualidades concretas para entender las diversas formas, dinámicas y particularidades de esos hechos criminales, (ONU-Mujeres & Méndez, 2019).

En este sentido, el femicidio infantil está determinado por una serie de dependencia económica, emocional/afectiva, de cuidados, entre otras, así lo define Julia Monárrez (2010), cuando dice que, “el asesinato de niñas en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder que les otorga su situación adulta sobre la minoría de edad de la niña”, es la confianza y la autoridad lo que determinan comportamientos planificados, extremos, crueles, degradantes e inhumanos.

En Nicaragua, durante 2022, medios de comunicación y organizaciones de mujeres y feministas registraron 10 femicidios infantiles. Sin embargo, esas cifras deben considerar algunos subregistros, primero por una posible falta de denuncia, y sobre todo por las reformas inconstitucionales a la Ley 779 (Decretos presidenciales: 42-2014 y 43-2014) que han limitado los femicidios únicamente a las relaciones de pareja en el espacio íntimo/privado, dejando por fuera otras subcategorías, como el femicidio infantil; lo que influye en las estadísticas oficiales. De esta forma el Estado no sólo invisibiliza la violencia machista, sino que, de alguna manera se vuelve cómplice de los femicidas.

Es importante comprender que el femicidio infantil es una problemática vinculada a otras violencias de género, que son protagonizadas por hombres conocidos y cercanos a las víctimas, aspecto que ha sido registrado por los observatorios feministas, que señalan que, durante los últimos tres años, el 36,4% de los femicidas son parejas o exparejas íntimas, el 14,44% son conocidos y el 11% son familiares de las víctimas. Es decir, el 61.84% de los femicidas son hombres cercanos y de confianza en los entornos íntimos, familiares y comunitarios en los que viven las niñas. Cercanías letales, que ONU Mujeres, registró en 2021, ya que, alrededor de 45,000 mujeres y niñas en todo el mundo murieron a manos de sus parejas o miembros de su familia (padres, tíos, y hermanos): alrededor de 5 mujeres o niñas mueren cada hora a manos de un miembro de su propia familia.

De los 10 femicidios infantiles reportados en Nicaragua en 2022: 4 fueron cometidos por familiares de las niñas (cuñados, padrastros y padres) y 2 por las parejas íntimas de ellas; es decir, en 6 de los 10 femicidios infantiles los femicidas son hombres familiares cercanos, cifras que convierten el hogar en un lugar que no es seguro para muchas niñas y mujeres. Una tendencia que no parece disminuir en nuestra región.

El Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (OIG) de la Cepal[1], registró que, en 2021, en 29 países latinoamericanos, al menos 4,473 mujeres y niñas fueron víctimas de femicidio, lo que convierte a la región en una de las más peligrosas del mundo.

Según datos de observatorios feministas en Nicaragua los femicidios infantiles están en aumento, ya que, en 2019 hubo 9 casos, en 2020 la cifra se eleva a 13, para el 2021 se reportan 3 femicidios, pero en 2022 la cifra se vuelve a elevar a 10 casos, dando cuenta de una brutalidad y de una acumulación de discriminaciones que se cruzan con la precariedad y/o pobreza, edad y etnicidad de las víctimas, su lugar de origen y el hecho de ser niñas, es decir, de ser mujeres menores de edad.

En cada una de las notas de prensa que presentan los femicidios infantiles hay una carga de perversidad y ferocidad, tal es el caso de las adolescentes de 16 años de edad, que pusieron al descubierto a un asesino y femicida en serie, Henry Javier Molina García, de 31 años de edad, quien en un lapso de 3 meses asesinó a un niño y a 3 mujeres, siendo 2 de ellas menores de edad e integrantes de su familia. Las niñas fueron agredidas sexualmente, para luego ser asesinadas de forma violenta, y luego, trató de inculpar a las víctimas de sus muertes, esos hechos sucedieron en la comunidad Umbila, municipio de Rosita, Costa Caribe norte.

Entre agosto y septiembre se publican en medios nacionales, tres femicidios infantiles en niñas de 7, 8 y 10 años de edad, todas ellas agredidas sexualmente por parientes y conocidos. Y en el caso de las hermanitas de 7 y 10 años, además de la violencia sexual, hubo secuestro por más de 3 días. Lo anterior, da cuenta de una cultura de la violencia, semejante a actos de rapiña y consumición de los cuerpos, y que, para Rita Segato (2021) “constituye un lenguaje preciso [y poderoso] de la cosificación de la vida y de los cuerpos de las mujeres, volviéndolos nada”.

De la escasa información que reportan los medios de comunicación, se revela que los femicidios infantiles, se produjeron por ahorcamientos, asfixias, apuñalamientos con armas blancas, disparos con armas de fuego, agresiones sexuales y violencia física, así como el abandono y ocultamiento de los cuerpos, destruyendo su humanidad y despojándoles de toda ritualidad y afectividad.

Lo anterior, también ha sido analizado a nivel internacional por ONU Mujeres (2021), que señala que, en 4 de cada 10 femicidios sucedidos durante ese año, no hubo información suficiente para identificarlos como homicidios por razones de género, debido a las diferencias procesales en la investigación y el registro de la justicia penal, aspectos que también son parte de nuestras realidades sociojurídicas y política, ya que, no siempre existen respuestas de parte del Estado que aseguren protección, seguridad y justicia integral para las víctimas y sus familias.

Es una tarea común, colectiva y humana devolver la dignidad que ha sido sustraída a los cuerpos de las niñas, asesinadas desde el salvajismo del femicidio infantil, pues como señala, Valeria Gutiérrez (2020), son cuerpos que han sido arrebatados y expulsados de la comunidad política, como es leído desde la tragedia de Sófocles, basada en el mito de Antígona, quien lucha para recuperar el cuerpo arrebatado, pero también para volver a incluir ese cuerpo a la comunidad y hacer de esa muerte un asunto político, visible y repudiable, tanto como el que, esas y las demás niñas NUNCA debieron irse, porque NUNCA debieron no contar.

Para Marcela Lagarde (2006), los femicidios se sostienen desde la impunidad institucional, que luego se transforma en violencia institucional y en una profunda discriminación al momento de impartir justicia, en las averiguaciones policiales, en los peritajes; y en todo el proceso de acceso a la justicia en la que existe una mirada profundamente misógina.​

¡Las Niñas no se tocan!

¡Las Niñas no se violan!

¡Las Niñas no se matan!