A las víctimas de Chalchuapa. A las que se fueron y a las que se quedaron, por Julia Aguilar

A veces me pregunto
cómo es posible sobrevivir frente a la ausencia.

Se me hace que ella -la ausencia- es alta
y recia
y que se para siempre de frente
sosteniendo la mirada e invadiendo a lo más íntimo.

Imagino también a una señora tratando de esquivarla
arqueando el cuerpo hacia un lado y otro
a ver si así
encuentra unos pasos adelante
una brisa que la lleve a la sonrisa.

Vuelvo a la ausencia y la imagino
gruesa y pesada
y pienso que frente a ella, una necesita -como mínimo-
una carreta para avanzar cargándola y,
si se puede
una garrocha para intentar saltarla…
pero la verdad es que la mayoría no somos atletas.

De la ausencia que hoy cargo
he aprendido el silencio
y también el desapego que se necesita procurar para poder reírse al recordar momentos felices.
Es como tratar de acordarse pero
como cuando una se acuerda de algo que vio en un sueño o en la tele.
Y eso que la ausencia que cargo
es algo para lo que hasta cierta medida, ya estaba preparada.
Y eso que esta ausencia está llena de explicaciones y no de preguntas.

¿Cómo se puede entonces sobrevivir ante una ausencia que quizá jamás tenga respuestas?
A esa la imagino monstruosa,
como la peor de las cargas,
como un dolor de cuello y de hombro sumamente punzante
que te inclina la cabeza
te tuerce la columna
y te deja coja de por vida.

Le tengo miedo
le tengo mucho miedo.

Julia Aguilar, 25.05.2021