¿Qué nos hace salvadoreñas y salvadoreños? ¿Un sentido de pertenencia perdido?

Para muchas personas esa pregunta es quizás sencilla, para otras incomoda. Para muchos la respuesta se queda en lo obvio: conocer los símbolos patrios, cantar el himno nacional, colocar una bandera de El Salvador cada 15 de septiembre, vestir la camisa de la selecta cada vez que juega la selección de fútbol masculino, aunque casi siempre pierda, más de algunos tenemos una anécdota divertida bailando el torito pinto o arriba Cojutepeque cuando estudiábamos. 

Editorial

Pero, ¿qué celebramos realmente el 15 de septiembre? 

El dato histórico es que ese día, en 1821, la Capitanía General de Guatemala se independizó de la Corona Española, pero El Salvador se separó oficialmente de Centroamérica hasta 1841, para convertirse en república soberana.

¿Entonces qué nos hace república soberana? Diría que es mucho más que la ruptura con España o con Centroamérica: implica la construcción de una identidad propia o de un sentido de pertenencia limitado a un territorio, significa pensarnos como pueblo y reconocernos, inclusive fuera de las fronteras.

Convertirse en una república no es un simple acto jurídico, ni político, mucho menos militar, es un proceso colectivo, que demanda tejer vínculos, narrarnos como pueblo, indignarse frente a la injusticia realizada contra una hermana, un hermano. La soberanía no se vive en los discursos oficiales, ni en los desfiles escolares o militares. Se sostiene en contar nuestra historia, en los valores que defendemos y en la dignidad de quienes habitan ese territorio.

Nuestra identidad salvadoreña debería construirse desde la solidaridad, la memoria y la justicia, sin embargo, las y los salvadoreños  hemos cargado con heridas profundas, que han erosionado ese sentido de partencia, hemos habitado un país atravesado por masacres como la de 1932, sometido a gobiernos militares que silenciaron disidencias, marcado por una guerra civil que fracturó familias enteras, y cuando parecía posible reconstruirnos, llegaron las pandillas con su violencia, y hoy enfrentamos una nueva dictadura que nos tiene prisioneros en una política de miedo y autocensura. 

La patria no es un mapa, ni un himno, ni una bandera en un asta. Lo que deberíamos defender son las personas que habitan en este territorio, su dignidad y su existencia. “Lo salvadoreño” se encuentra en la vida cotidiana, en la resistencia comunitaria, en confiar en el vecino, en anteponer el bienestar colectivo, al individual, la capacidad de sobrevivir y crear incluso en medio de la adversidad. Somos salvadoreños/as porque compartimos un pasado complejo y porque, pese a las heridas, seguimos soñando con un futuro distinto.

Nuestra tarea hoy no es celebrar, sino recuperar el sentido de pertenencia que nos fue arrebatado. Y hacerlo con conciencia: no se trata de uniformarnos bajo un mismo discurso o cortarles el cabello a los niños francesa clara, sino de reconocernos en la diversidad.

Porque la patria no es el territorio que se defiende con armas y militares, sino la vida que defendemos con dignidad.