Música y feminismos: la apuesta del ritmo para construir identidades

Foto/Karoline Alvarado

Por Karoline Alvarado

*Feminista, licenciada en Sociología e investigadora con experiencia en estudios sobre música salvadoreña, migraciones, desplazamiento forzado interno y situación de violencia contra las mujeres. 

El interés por relacionar la música, identidad, experiencia y cuerpo se encuentra más latente que nunca en las expresiones musicales dedicadas a las demandas de las mujeres y, en general, del movimiento feminista. Sin embargo, encuentro en este escenario una pequeña brecha que no permite que el contenido logre impregnar en la psique, sobre todo, del público al que va dirigido.

Tiene que ver, en primer lugar, con factores que, generalmente, marcan la construcción del gusto musical individual; recuerdos de infancia, momentos de recreación, experiencias con diversas personas, influencia del entorno, acceso a los medios por medio de los cuales se puede consumir música, entre otros. 

En segundo lugar, se relaciona con el predominio de las obras canónicas realizadas por hombres quienes han abordado, históricamente y con mayor frecuencia, los contenidos relativos a las desigualdades sociales, a nivel nacional, regional o internacional, y que fácilmente logran acaparar espacios en nuestras playlists.

Y, por último, las limitaciones que tienen las mujeres artistas en el espacio cultural.  No estoy dando por hecho que actualmente no se valore el trabajo de las mujeres, me refiero a las limitaciones que han presentado a lo largo de la historia para ser reconocidas y visibilizadas, y cómo esto se refleja en la selección de música que actualmente escuchamos, de manera inconsciente. 

Ahora bien, dar cuenta de estos elementos que en conjunto dan lugar a tal brecha, me permite afirmar que consumir lo que producen las mujeres artistas también es un acto político: tomamos la decisión de aceptar sus obras; recibirlas y hacerlas parte de ese lado musical que nos caracteriza, individual y colectivamente, porque su contenido refleja nuestras propias vivencias. 

A pesar de que no estamos obligadas a configurar radicalmente nuestro gusto por otros géneros con contenidos diversos, es fundamental el apoyo y el respaldo que podamos brindar a quienes ejercen resistencia contra la perpetuación del sistema patriarcal a partir del arte, que también sigue siendo un espacio de dominación masculina y, por ende, de cosificación, discriminación y exclusión para las mujeres que intentar ser parte de ese ámbito. 

He ahí la importancia de vincular esta rama del arte con los feminismos. Es tan grande el potencial subversivo y la contribución a la construcción de las identidades colectivas que nos brindan las artistas componiendo abiertamente para nosotras y nuestras realidades concretas, dentro de las cuales hemos estado situadas fuera de los espacios de poder e incidencia política.

Recordemos el valor y significado que tuvo la música de protesta en los movimientos sociales hace algunos años. Que esto nos permita reconocer al ritmo como algo imprescindible que acompaña, ahora, a la lucha por los derechos de las mujeres, su relación con nuestros entornos, de forma interseccional, y que pueda contribuir a que todas nos sintamos parte de una misma lucha para replicarla con mayor intensidad.

3 Comments

  1. Estoy de acuerdo. Es una necesidad desarrollar la empatía pertinente al respecto de producciones artísticas «disidentes». Pero no necesariamente, a partir de la natutaleza sub-jetiva del arte, la exhortación tiene que ser reducida a la mera voluntad de los receptores de música: a su no obligación en cuanto a la configuración de sus valores estéticos. Es decir, no hace falta esperar la indulgencia de aquellos y aquellas que, movidos por un sentimiento de culpa (o toma de «conciencia»), decidan inclinarse hacia la compresión (tolerancia) del porqué del arte no canónico. Eso es suponer que la dimensión sub-jetiva del ser humano es una instancia apolítica y acrítica: es la reducción de la experiencia subjetiva del arte a la mera impresión y contingencia de los sentidos, el terreno del «yo» y mi gusto. La concepción de lo bello en cada alma humana no es en «razón» del gusto que emana de la profundidad del ser y su voluptuosidad sensorial (endogénesis); por el contrario, el movimiento va de afuera hacia adentro y viceversa, constantemente. La configuración de la «playlist», pues, no responde al inofensivo gusto por aquello y por esto. Todo sistema de valoración estética se organiza dentro de los sistemas de organización social, ahí nacen, comen, crecen y se transforman. En ese sentido, no hay preferencia artística que no esté mediada por el orden simbólico. No hay arte por el arte mismo.

    Con esto, desde luego, no pretendo sugerir coacción ante las preferencias estéticas (aunque el orden sí coaccione, en todo caso). He dicho todo esto, bajo el peligro de irritar a la autora por cuanto es ella la mejor calificada para hablar del asunto, porque creo que la relación del arte con los procesos políticos de transformación social es un espacio escabroso e incómodo para muchos, precisamente, por el diálogo que se entabla entre la sub-jetividad y la realidad. Y «a pesar de que no estemos obligadas a configurar radicalmente nuestro gusto» (como individuos), sí lo estamos como conjunto. Por eso, más allá de apelar a la voluntad de la conciencia, hay que imaginar un fortalecimiento de la formación estética en el sistema de educación nacional, por ejemplo. Enseñando la condición humana bajo nuevos paradigmas estéticos es la mejor forma de contribuir a la lucha por la emancipación de todas y todos. A la conciencia hay que saberla empujar un poquito…

    Espero no molestar, no es ese el punto. Saludos. Bonita reflexión.

  2. El tema de las identidades, lejos de presentarse como una apuesta para una respuesta hacia el capitalismo es un elemento que refuerza de hecho el accionar de este sistema económico. No hace falta tener un gran bagaje de pensamiento sociológico para darse cuenta que este ejercicio reproduce patrones que son propios de este sistema económico.
    Los denomonados ejes transversales se nos presentan a partir de acciones escasamente colectivas hacia un problema que trastoca cada elemento de la sociedad, a esto vale agregarle que son intentos con un ADN liberal y que por lo tanto no llegan a tocar el problema, es más contribuyen a mantener segragada la sociedad. Ante este problema, es la ontología la que ofrece una respuesta contundente que lleva precisamente hacia un reconocimiento universal, es decir, a reconocernos que esencialmente somos entes.

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