Fotografía/Cortesía
Por Cristina Martínez Olivé
Cuando hablamos de pandemia todo el mundo trae a su recuerdo memorias de experiencias pasadas ya sean reales o ficticias del cine. El denominador común es el miedo, aunque éste se manifieste en diversa forma incluido “el no sentir nada” o estar literalmente congelado en las emociones.
Un país que se enfrenta a una crisis humanitaria, a la par de las múltiples medidas de protección sanitaria y social debe tomar medidas de acompañamiento psico-social por el aumento de manifestaciones emocionales de estrés ante una situación anormal. Estamos hablando de ansiedad, incapacidad de concentrarse, depresión, fobias, miedos, desesperación, ataques de pánico, confusión, irritabilidad, enojo, problemas para dormir, etc. Además, en países donde existe población con síntomas de estrés post-traumático colectivo al no haber habido procesos de sanación y restauración de la vida tras eventos traumáticos como una guerra o conflicto armado, supondrá un riesgo aumentado de re-victimización.
Un elemento crucial para analizar el impacto es el grado de vulnerabilidad previa que un país o comunidad tiene para poder afrontar dicha situación. Para ello debemos diferenciar al menos cuatro grandes tipos de vulnerabilidad:
- En primer lugar, el grado de vulnerabilidad de los sistemas sociales, sanitarios y de protección civil, así como su capacidad de cubrir las necesidades básicas para dar cobertura a toda la población;
- En segundo lugar, las diferencias de vulnerabilidad de los distintos grupos poblacionales en especial según el género, la edad y el nivel socio-económico producto de las propias estructuras de desigualdad. Es obvio que el impacto no será el mismo para cada grupo.
- En tercer lugar está el grado de vulnerabilidad emocional de las personas y/o grupos a nivel personal, familiar y comunitario que en muchos casos viene de su propia historia colectiva “no sanada”.
- En cuarto lugar, en determinados contextos, aparece la vulnerabilidad democrática donde las medidas de prevención para enfrentar una crisis se transforman en medidas de control social utilizando para ello la suspensión de los derechos constitucionales a través de la militarización del país. El caso más claro son los arrestos a la población que no se queda en casa por no contar con recursos materiales para sobrevivir. Ésta no sólo es culpada públicamente de poner en riesgo al resto, sino que son encerrados en dependencias de arresto policial. Por tanto, no sólo se les estigmatiza sino que se vulnera a sus unidades familiares.
Sin embargo, existe una característica muy específica que convierte a las epidemias en crisis humanas de mayor fragilidad a corto y largo plazo. Hablamos de emergencias sanitarias de gran impacto que causean el temor al contagio. Esto aumenta el riesgo de estigmatización para quien resulta “susceptible” de ser portador del virus, como ya vimos con el VIH, despertando el prejuicio social antesala del racismo y otras formas de violencia social.
Desde una perspectiva psico-social tras ese miedo al contagio lo que está en juego es la pérdida del vínculo social y por ello es urgente activar planes de atención psico-social comunitarias para transformar el miedo en solidaridad. De no ser así, tras la situación de crisis no sólo tendremos un panorama bastante desolador sino un país que profundizó aún más su fragmentación.
Para poder desarrollar medidas psico-sociales adaptadas al contexto se debe en primer lugar establecer tres momentos diferenciados (antes, durante y después). Dado que la mayoría de países ya estamos en el durante, lo primero es establecer los diferentes grupos de poblaciones que requieren atención. Este proceso de identificación de grupos dependerá de cada contexto y debe estar en constante revisión.
Personas que han resultado infectadas y sus familiares; personas que ya han desarrollado la enfermedad; personas que quedaron atrapadas en el cierre de fronteras fuera de su residencia (tanto en origen como en destino); personas que padecen enfermedades crónicas físicas y/o mentales y con capacidad intelectual y/o física reducida. personas que han experimentado directa o indirectamente pérdidas personales (familiares, amistades); personas que han experimentado pérdidas materiales; personal sanitario y equipos de atención en crisis; personas no enfermas pero potencialmente en riesgo.
En cada grupo es necesario establecer una evaluación inicial de cuales son sus “necesidades psicosociales” de acuerdo a las variables de vulnerabilidad mencionadas. De este modo, se podría desde una perspectiva de género analizar el impacto hacia mujeres y niñas en cada grupo poblacional mencionado. Es a partir de esta identificación que se deben establecer planes diferenciados que incluyan la priorización de cuándo es apropiado realizar las pruebas para la detección temprana, atención y control de la propagación de acuerdo a los casos que se van detectando, pero sobre todo la activación de programas de apoyo mutuo para re-establecer lo antes posible la normalidad.
Para combatir el aislamiento, y por tanto aumento de la vulnerabilidad, se necesita la articulación de equipos locales psico-sociales a nivel municipal o comunitario en coordinación con equipos sanitarios formados en medidas de protección y prevención. Estos equipos podrían establecer previamente la evaluación e identificación de los grupos y sus necesidades psicosociales trabajando en red. Con ello se podrían establecer mapas de vulnerabilidad y de recursos existentes en la zona, pudiendo establecer redes de solidaridad (por ejemplo el reparto de agua, la confección de mascarillas y guantes etc…).
En un segundo momento hay que desarrollar planes para cubrir las necesidades psico-sociales encontradas:
- Identificar casos de personas dependientes que han quedado aisladas, favoreciendo cuando sea seguro la re-agrupación familiar. En el caso de no ser posible, identificar personas que se han quedado sin apoyo social para establecer planes de apoyo comunitario.
- Identificar situaciones de hacinamiento y condiciones de riesgo comunitario.
- Establecer centros de confinamiento en las propias comunidades para que las familias estén en contacto de personas en riesgo sin síntomas.
- Re-adaptación activa del accionar comunitario para retomar colectivamente actividades cotidianas que generen espacios de apoyo mutuo. Estos pueden hacerse a través de las redes sociales o “puerta a puerta” para que no sólo las personas con recursos económicos puedan hacerlo a través de la compra de servicios de “delivery”.
- Retomar rutinas comunitarias y/o familiares las cuales pueden hacerse a través de las redes, teléfono o utilizando el perifoneo en determinados momentos.
- Abrir un registro de personas voluntarias que puedan prestar ayuda en distancia a la población más vulnerable geo-referenciando las zonas de acuerdo a los mapas.
- Fomentar el acopio y reparto solidario de recursos básicos a las personas más necesitadas dentro de las comunidades.
- Fomento de redes de apoyo y seguimiento emocional telefónico-virtual y promoción de la auto-protección emocional frente al estrés del encierro y el miedo al contagio. Esto permitirá identificar situaciones de riesgo en salud mental (episodios depresivos, suicidio, estrés agudo transitorio, ataques de angustia; conductas violentas, consumo excesivo de alcohol, episodios de violencia de género y/o violencia sexual a menores, etc).
- Fomento de redes de apoyo jurídico y administrativo telefónico donde se pueda denunciar situaciones de violencia, arrestos y/o apoyo informativo sobre las medidas a desarrollar.
- Apoyo en salud emocional a los equipos sanitarios que están atendiendo a la crisis
Todo ello, articulado a nivel nacional con ONG´s y gobiernos locales estableciendo planes concretos cuando las personas puedan dar positivo en la enfermedad, para atender su estado de salud, la angustia de sus familiares y cuando termine en fallecimiento acompañando al duelo.
Mientras debemos seguir presionando a los Estados para que mejoren sus políticas de salud pública y universal para que entre todas y todos cambiemos el marco mental del miedo hacia la solidaridad con la creación de redes comunitarias desde cada lugar y contexto.
Cristina Martínez Olivé es psicóloga feminista especialista en atención en crisis.
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