Foto/ cortesía
Por Roxana Argueta
De forma reciente, se viralizó en redes sociales un video muy cruel de un hecho repudiable, donde un hombre armado de una piedra golpea con total salvajismo a una mujer en la puerta de su casa. A plena luz del día y con varias personas espectadoras de la escena, quienes se limitan a gritar cuando intuyen la posibilidad de que la mujer termine muerta ante tantos golpes. Nadie. Absolutamente nadie se acerca para intentar alejar al tipo; después de todo, ni siquiera tenía alguna arma de fuego que significara un peligro directo a quien interviniera. No logro entender esa pasividad de la vecindad que se limitó a ver y grabar el mejor ángulo de la escena. Vi el video y tuve que buscarme una pastilla para tranquilizarme porque me afectó muchísimo. Me llenó de coraje, de indignación: ¡necesitaba poder trasladarme al lugar y detener al tipo!
No. No logro entender la extrema pasividad de la población ante la injusticia, ante el abuso, ante la violencia. Capaz se trate de un proceso de naturalización o normalización de esta. Total, pasaron 12 años en guerra civil (1980-1992) y con ella sus constantes masacres, abusos y violaciones, sumado a la impunidad institucionalizada por parte del Estado con una Ley de Amnistía, donde en nuestra cara nos decía que no tenemos derecho a la reparación de daños ni a la justicia. En años recientes se declaró como inconstitucional, pero ningún avance relevante desde entonces.
Pienso que a lo mejor por “supervivencia” terminamos normalizando la violencia; nos termina por ser indiferente. El ser humano en su evolución se ha caracterizado por su capacidad para adaptarse y adaptar su ambiente. No obstante, me parece preocupante que la población salvadoreña elija la cobardía, la sumisión, la individualidad y la pasividad extrema, pese a que los hechos pasen enfrente de sus narices. Pareciera que la violencia cotidiana y severa en la región les ha hecho desarrollar síntomas depresivos como la apatía, la indefensión y la desesperanza. Da la impresión de que el malestar psicológico crónico que produce este contexto ha alterado la forma de pensar de las personas, en el sentido de sentirse incapaces de buscar ayuda, de proteger a las víctimas y a sí mismas o de adoptar medidas adecuadas.
Lo único que me lleva a entender la inactividad de la gente frente a una escena de violencia como esta, es su adaptación a un ambiente caracterizado por el abuso y la impunidad. Comprendo que la ausencia del Estado tiene su papel en esta situación tan grave. Se limita a arrestar a diestra y siniestra, únicamente en coyuntura política y de publicidad. Exhibe a sus encarcelados como ganado, le encanta mostrar su poderío con el armamento más largo y pesado que logren soportar sus elementos con una altura promedio de 1.65 metros. Total, interesa conseguir las mejores fotografías para la publicidad que aspira a incrementar la popularidad del gobierno de turno.
Existen muchas organizaciones sociales no gubernamentales (ONGs), quienes hacen una labor importante y admirable en la prevención y erradicación de violencia. No obstante, sin un Estado activo en campañas de prevención y erradicación de violencia, sin un Estado que haga consciencia de la importancia de la salud mental — empezando por su mandatario y resto de políticos– y emocional, estas ONGs están solas y sus esfuerzos no terminan por conseguir un impacto a gran escala.
Es tarea monumental e ingenua pensar que se conseguirán transformaciones relevantes en materia de una ciudadanía más activa y consciente de sus derechos a vivir una vida libre de violencia, mientras el Estado comunica violencia de forma constante. Empezando por su desinterés por atender la emergencia por violencia de género que se disparó en el contexto de pandemia Covid 19. Desde enero a noviembre de 2020, la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA) contabiliza 88 muertes violentas de mujeres, según su monitoreo de medios. Sin embargo, el gobierno actual ha reportado una disminución de los feminicidios en el país, como un logro del Plan Control Territorial, cuyo contenido se desconoce a la fecha.
La afirmación que hizo el mandatario actual el jueves 4 de junio, sobre que las mujeres están un “61% más seguras” con esta administración, fue una muestra de su desinterés descarado e irresponsabilidad con su ciudadanía. El artículo 9 de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres (Leiv) enlista más tipos de violencia además de la feminicida. Por tanto, de nada sirve vanagloriarse en tal afirmación porque disminuyó ese porcentaje de feminicidios. Engañar y manipular con esos datos —ignorando que existen más tipos de violencia, como la física (que se pudo documentar en el mencionado video viral), psicológica, económica, simbólica, comunitaria, institucional, laboral y patrimonial—, así como su silencio frente a la violencia de género, es un acto totalmente irresponsable.
Necesitamos a un Estado responsable de facilitarnos un Estado de Bienestar. Uno que priorice también los datos cualitativos como los cuantitativos. ¿De qué nos sirve que hayan disminuido los feminicidios un 61% si las mujeres seguimos siendo violentadas en nuestras casas, frente a vecinos, y revictimizadas por instituciones gubernamentales que se limitan a archivar nuestras demandas de justicia?
Me niego a terminar por naturalizar la violencia para adaptarme a mi hábitat. Me niego a verme en la necesidad de encerrarme en mi burbuja: sin ver muchas noticias e ignorar los actos de violencia. Por favor, ¡necesitamos ser ciudadanos/as más activos/as! Cada vez que se acerquen políticos/as en coyuntura de campaña, no nos limitemos a escuchar sus promesas; seamos ciudadanía propositiva con nuestras necesidades. No nos conformemos con recibir sus delantales, láminas y escobas; ¡exijamos que actúen para facilitarnos nuestros derechos y Estado de Bienestar! Solo siendo una ciudadanía activa conseguiremos transformaciones necesarias para nuestra realidad. De verdad, espero que esta chica brutalmente agredida por un hombre vea transformada la suya para bien: ¡merece justicia!
Roxana Argueta
Licenciada en Comunicación Social (UCA El Salvador) con un Posgrado en Pedagogía (UDB). Es militante feminista, interesada en los temas de ciudadanía activa, violencia simbólica y la inteligencia emocional con enfoque en la educación para la prevención de violencia.
Seguiremos siendo vulnerables mientras no se cuestionen en la interna de cada familia las actitudes humillantes y de poderío machista y no se crien hijos hijas con igualdad de derechos y oportunidades