Foto/Cortesía
Por Edith Elizondo, artista feminista
Cuando empecé a escribir, sólo recordaba los rostros de mis compañeras de la Colectiva Amorales en cada audiencia y todas esas mujeres que nos han acompañado a más de un año de iniciar este proceso judicial, sus miradas… miradas de esperanza, de cansancio, de profunda tristeza en ocasiones, y a veces miradas de rabia, enojo e indignación, hartas ya de tanta injusticia.
En El Salvador se legitima la violencia hacia las mujeres y niñas desde el discurso de los funcionarios públicos, el sistema judicial, en las calles, en la casa, en el trabajo, en todos lados. La voz de las víctimas es silenciada con la culpa, con las frases como “¿Por qué no denunció en las instancias correspondientes? o “¿Por qué hasta ahora?”.
El caso de la denuncia pública por la Colectiva Amorales en septiembre de 2016 contra el catedrático de la UES, Ricardo Mendoza, por acoso y agresión sexual a sus estudiantes de teatro universitario, que ha sido intentada silenciar nuevamente con una resolución por parte de la Cámara Tercera de lo Penal, desestima los testimonios de las víctimas y da credibilidad a Mendoza. Esto es una clara perspectiva de desigualdad en cuanto al acceso a la justicia y del déficit en las políticas de igualdad de género que deberían ser efectivas y prioritarias en las instituciones públicas.
El sistema está desestimando el hecho que las víctimas no denunciaron formalmente sin entender que las mujeres no denuncian porque el sistema no les cree, las mujeres no denuncian porque el sistema les pone muchas trabas, las mujeres no denuncian porque no tienen la posibilidad económica de hacerlo. Hasta ahora el sistema de justicia no ha tomado medidas estructurales y transversales, no solo para generar protocolos, no solo para generar leyes, sino para lograr hacer operativo que las mujeres efectivamente puedan acudir a denunciar sin sentir miedo. Este sistema no nos protege a las mujeres, no nos cree y cuestiona los testimonios de las víctimas.
Sin embargo, a los agresores los perdona y los pone en la calle. Entonces cómo podemos confiar en un sistema que con este tipo de resoluciones que solo expone una vez más su justicia patriarcal.
Pero a pesar de la indignación, la rabia por esta resolución, también me invade la desobediencia la esperanza por seguir luchando por mi amiga, Lissania Zelaya, por mis compañeras del colectivo, por mis hermanas, por todas esas mujeres que no se atreven a denunciar. Por el derecho a defender derechos reivindico la esperanza y la resistencia feminista.
Por eso, te digo, hermana no estás solas, porque hoy todas somos víctimas, somos tu manada contra la justicia patriarcal.
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