
Por Mariana Moisa
La niña tenía 9 años cuando hizo su primer conjuro. Había visto una película de una bruja que hacía magia. Ese día ella hizo el suyo: conjuró que un buen amor vendría cuando a su vida llegara una gatita parda, tendría un ojito azul y el otro cafecito como los suyos.
Ese amor le devolvería el gusto por la comida para que ya no la molestaran tanto por no querer comer -es que a ella no le gustaba mucho la comida-, y que traería música por todos lados (es que a la niña le gustaba la música; -su primer disco había sido uno de Prince and the Revolution).
Estaba en el bar Amazonas con una uruguaya que era pasante en una ONG, sintió una profunda atracción por ella, ¡pero a la chica le gustaba otra! Tenía 31 años cuando volvió a pensar en el conjuro.
La chica uruguaya que no estaba interesada en ella la hizo volver al hechizo que hizo de niña, y a este le agregó: el buen amor vendrá cuando llegue la gata de ojitos pardos, uno azul y el otro cafecito como los suyos, le devolverá el gusto por la comida, estará envuelta de música por todos lados y será una mujer, una que la verá a los ojos atenta a sus palabras, a pesar de que se dispare en medio de su disertación, que no la llamará grandilocuente, que se reirán de todo y de nada.
Ese día decidió que, hasta que eso no pasara, no volvería a intentar nada con otra mujer. La idea quedó lejana, olvidada en la memoria soterrada por la cotidianidad, así como San Salvador olvidó que tuvo un bar lésbico en 2008.
A los 46 años volvió a pensar en el conjuro, se dio cuenta que ya tenía una gata blanca de ojitos pardos, uno azul y el otro cafecito como los suyos, que cada martes se reía con una mujer que estaba llenita de música por todos lados, que le enseñó a comer bocas con cervezas, que no la llamó grandilocuente y le prestó atención a sus palabras, entonces se dio cuenta que el hechizo estaba consumado y que el buen amor es lesbiano y que a partir de ese momento, todos los días son martes.
¡Feliz y orgullosa lucha!