La otra navidad

Nos dijeron que la Navidad es familia, unión, perdón. Pero a muchas mujeres nos tocó aprender que también puede ser control, silencio y miedo.

Por. Ternura Radikal

En estas fechas, la violencia vicaria se activa con precisión quirúrgica: hijas e hijos usados como castigo, como amenaza, como chantaje emocional. “Si te vas, no los ves”. “Si hablás, perdés la fiesta”. El calendario se vuelve un arma y la mesa familiar un campo minado.

Yo me quedé años en un matrimonio heterosexual por miedo. No solo por no perder la navidad con mis hijos, sino por no dejarlos expuestos. Me sentía una madre leona, con el cuerpo siempre alerta, defendiendo no solo sus cuerpos sino, sobre todo, sus corazones. Aguanté porque el mandato es claro: una buena madre se queda, se sacrifica, sostiene lo insostenible para que la familia no se “rompa”, aunque por dentro esté hecha pedazos.

Cuando me separé, el miedo no se fue. Se volvió más grande. Yo no iba a estar siempre ahí para protegerlos de las miradas, de las críticas, de la violencia simbólica que cae sobre quienes no encajan en la familia tradicional. Ser una madre lesbiana, criar distinto, desmontar la postal, también tiene costos. Y muchas lo sabemos. Lo hemos vivido en el cuerpo.

Hay rabia cuando tenemos que “prestar” a nuestras hijas e hijos a padres que apenas les conocen, cuando ya hemos reconocido actitudes y prácticas que no queremos en su crianza. Nos aterra que salgan de nuestro cuidado porque sabemos que, incluso cuando la vida no corre peligro, el corazón sí.

En demasiadas navidades se normaliza la violencia: mujeres sentadas a la mesa con su agresor, el tío borracho que se propasa, el silencio como pacto para no arruinar la fiesta. Y aun así nos piden agradecer, sonreír, brindar, cuidar y sostener la postal.

No hay una solución mágica. Pero hay una grieta: criar distinto. Hablar claro con nuestras hijas e hijos. Decirles que su voz importa, que pueden nombrar dónde no quieren estar, que su “no” vale y será respetado. Darles herramientas para defenderse cuando nosotras no estemos. Quitarles el peso que a nosotras nos pusieron desde niñas.

Mi voz apareció cuando dejé de sostener lo impuesto. Cuando el amor entre mujeres armó mesas sin miedo. Cuando la familia dejó de juzgar y empezó a acompañar. Cuando celebramos desde lo que somos y no desde lo que nos exigieron ser. Descubrí que esa Navidad —la que no pide sacrificios, la que no exige dolor para existir— también es real.

En el camino, mis primas y tías, también divorciadas, también cansadas de fingir, empezamos a juntarnos a celebrar. Armamos otras navidades: más libres, más honestas, más nuestras. Notamos que disfrutábamos mejor a nuestras hijas e hijos cuando el tiempo era completamente para el goce, cuando no había que sostener apariencias ni sobrevivir a mesas incómodas. Ahí entendí que el amor entre mujeres —ese amor que cuida, que escucha, que no juzga— también construye fiestas llenas de ternura.

También quiero decir esto con claridad: agradezco profundamente a la familia en la que nací. Agradezco no haber sido juzgada, no haber sido expulsada, no haber sido dejada sola. Sé que esa no es la historia de todas y no lo doy por sentado. Pero agradezco con la misma fuerza a la familia que fui eligiendo: a mis compañeras, a las amigas, a las primas, a las tías, a las hermanas lesbianas. A todas nosotras, desertoras de las navidades de postal, que nos buscamos y nos juntamos para celebrarnos, para cuidarnos, para amarnos sin pedir permiso. En esas mesas armadas entre mujeres encontré abrigo, risa, descanso y la certeza de que la familia también se construye desde la lealtad y el amor compartido.

No cuento esto para revictimizarme. Lo cuento para acompañar. Para decirle a otras madres que no están solas. Que esta también es una violencia patriarcal, aunque intenten minimizarla. Que hay que nombrarla porque existen salidas cuando caminamos juntas, cuando nos buscamos, cuando nos sostenemos entre nosotras.

Desmontar lo impuesto por el patriarcado y volver a nosotras es un acto profundamente político. Y también profundamente amoroso. Desde ahí, aunque el miedo no desaparezca del todo, aprendemos a caminar con más verdad, más cuidado y un poco más de paz.

Esta otra navidad ya existe porque la estamos haciendo juntas y este texto se los dedico a ellas a las que nos estamos acompañando en esta fuga.

¡Todos los días son buenos para ser lesbianas!

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Ternura Radikal es lesbofeminista, mujer mestiza y madre como otra forma de actuancia política. Terca del amor entre mujeres como refugio y estrategia. Apostando por el cuidado y la liberación colectiva.