Por Katherine García
Hace unos días estuve ingresada en el área psiquiátrica del Seguro Social de El Salvador. Fue una experiencia profundamente dolorosa y difícil, ya que atravesé situaciones médicas graves. Pedí mi alta voluntaria, pero en ese momento no quisieron otorgarmela. Mi madre tuvo que luchar durante cuatro días para lograr que me dejaran salir; aún así, el personal se resistía a concederla, y mientras tanto, yo seguía allí, observando lo que sucedía a mi alrededor.
No quiero centrarme en los detalles de mi experiencia ni en los motivos que me llevaron a estar internada. Lo que me interesa reflexionar es lo que descubrí durante esos días: una conexión profunda entre nuestras historias y el sufrimiento por amor. Conocí a varias personas de diferentes edades, y por respeto a ellas, cambiaré sus nombres.
La «niña Rosa» fue una de las primeras personas con las que hablé. Estaba ingresada porque hace 20 años el amor de su vida la dejó, pero en su mente, esa ruptura había sucedido hace solo cinco días. Al conversar con uno de sus familiares, me enteré de que él ya se había casado nuevamente y vivía con otra familia. Otra chica, de tan solo 22 años, estaba allí porque su novio la había dejado; él decía que ella era «muy dramática», pero ella vive con bipolaridad.
A lo largo de los días, escuché muchas historias similares, todas con un denominador común: un hombre y el amor como detonante del dolor emocional. En un momento, una enfermera entró y comentó con un tono despreocupado: «Aquí estamos desintoxicándonos». Esa frase me golpeó y me hizo pensar en lo que plantea Coral Herrera sobre el amor romántico.
Según Herrera, «las mujeres somos yonkis del amor». Históricamente se nos ha catalogado como intensas, histéricas o tóxicas, especialmente cuando los hombres nos llevan al límite psicológico hasta el punto de no poder valernos por nosotras mismas. Así, terminamos convertidas en «locas», cumpliendo con los estereotipos impuestos.
Durante esos días, me di cuenta de cómo el amor romántico se convierte en un arma que perpetúa un ciclo de violencia emocional. El proceso parece seguir un guión repetido: primero, la invalidación constante; luego, nos hacen creer que todo está en nuestra cabeza; y finalmente, nos empujan a buscar ayuda psiquiátrica, con el internamiento como la última opción.
Me sorprendió ver cuántas éramos, sentadas en un círculo, compartiendo las mismas historias de dolor y desamor, como un reflejo de lo que Coral Herrera describe en su análisis del amor romántico como un mecanismo de opresión para las mujeres.
En El Salvador, el Hospital Psiquiátrico Nacional «Dr. José Molina Martínez» registra un promedio anual de entre 3,500 a 4,000 ingresos de pacientes, de los cuales aproximadamente el 45% son mujeres, según datos de la memoria de labores del hospital. Entre las principales causas de hospitalización se encuentran los trastornos afectivos, como la depresión, y problemas derivados del consumo de sustancias.
Estos números me llevan a reflexionar sobre cuántas de esas mujeres podrían estar ahí debido a un sufrimiento profundo relacionado con relaciones amorosas destructivas y patrones de violencia emocional no reconocidos.
¿Cuántos feminicidios psicológicos ha cobrado el sistema patriarcal? Donde matarnos físicamente es solo uno de los agravantes de la violencia.
Me resultó perturbador ver cómo se nos encierra en estos espacios clínicos, en lugar de ofrecer un apoyo basado en una perspectiva de género que entienda el impacto de la violencia emocional y los estereotipos de género. El sistema de salud mental en El Salvador parece estar diseñado para medicar y encerrar a las mujeres, sin abordar las verdaderas causas subyacentes de su dolor.
Las historias de la «niña Rosa» y de tantas otras mujeres no deberían ser vistas como simples casos clínicos, sino como un reflejo de una problemática social más profunda. Necesitamos un sistema de salud mental que, en lugar de reforzar el ciclo de invalidación y control, ofrezca a las mujeres herramientas para sanar y reconstruirse.
El sistema debe reconocer que su dolor no es «locura», sino una respuesta humana a una vida marcada por el amor mal entendido y por una cultura que nos enseña a sacrificar nuestra estabilidad emocional en nombre del amor romántico.