Rompiendo el silencio: testimonios de violencia de género en el periodismo salvadoreño

En las últimas tres décadas, mujeres periodistas de diferentes generaciones han enfrentado acoso sexual y violencias verbal y psicológica en medios para los cuales laboran y por parte de sus fuentes. Con la aprobación de la LEIV y el auge de los medios digitales, otros tipos de violencia como la física, económica, simbólica y patrimonial han comenzado a reconocerse y nombrarse. Este reportaje presenta una selección de cuatro testimonios de mujeres, de un total de diez, cuyas edades oscilan entre los 24 y 49 años. Cada una de ellas es una sobreviviente de violencia de género en el ámbito profesional. 

Estos relatos proporcionan una visión de los desafíos que enfrentan las mujeres periodistas en su doble rol de ser mujeres y formar parte de una profesión históricamente dominada por hombres. La limitación de espacio impide la presentación de las diez historias completas en este informe.

Por Krissia Girón

Edición por Metzi Rosales Martel

A los 21 años fue contratada por uno de los periódicos de mayor circulación en El Salvador. Era estudiante universitaria de periodismo para ese 1995. La única editora formaba parte del equipo de la sección de Espectáculos, mientras que en el departamento de fotografía predominaba la presencia masculina. Además, resultaba evidente que todos los roles de liderazgo en las distintas secciones estaban en manos de hombres.

“Muchas de mis compañeras que hacían reportería en temas judiciales sí sufrieron algún tipo de discriminación. Algunas se vieron sometidas a situaciones como ‘hablarles bonito’ a las fuentes judiciales para sacarles información, es bien feo decirlo, pero son cosas que sucedieron. Las mujeres de mi generación, posteriormente, nos dimos cuenta que estábamos en desventaja”, relata.

Melissa emerge como uno de los diez testimonios cruciales en esta investigación, realizada en el marco de la conmemoración del Día del y la periodista salvadoreña, celebrada cada 31 de julio. Como una de las escasas mujeres periodistas con casi tres décadas en medios tradicionales, sus vivencias cobran un peso singular. Inicialmente en la entrevista, afirmó no haber enfrentado acoso o agresiones basadas en su género. No obstante, a medida que la conversación avanzó, reflexionó en que carecía de las herramientas para identificar la violencia de género. Un punto clave es que en 1995, El Salvador ratificó la Convención Interamericana para Prevenir Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer “Convención de Belém do Pará”, que reconoce el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia. 

“He caído en cuenta que tuve varios momentos en los que estaba en riesgo, pero en esa época, además de que me sentía empoderada, debo confesarle que yo sentía que no correspondía al canon de belleza imperante, creía que no corría riesgo en ese sentido. Sin embargo, hasta hace poco reparé que sí lo estuve”. 

En una ocasión, el jefe de otra área ajena a la redacción le dijo que iba a enseñarle cómo funcionaba cierto equipo de trabajo. La llevó a un cuarto solo y cerró la puerta. “Años después me enteré de que él tenía un historial de acoso”. Otra escena de acoso experimentada por ella y sus colegas mujeres era cuando un compañero se levantaba la camisa. Decía que ‘tenía calor’. Mientras hacía esto, les contaba que no usaba ropa interior.

En uno de los periódicos impresos, un editor me acosaba sexualmente.

Beatriz

En otra ocasión, ella caminaba por uno de los pasillos de la redacción. Dos compañeros estaban ahí: “Uno de ellos me tocó la nalga. Ambos tenían el mismo patrón: se sentían valientes, intocables. Me desagradó mucho porque después de que me tocó, su reacción fue como de burla diciendo: ‘Ay, ¿usted va a hacer un escándalo?’ Esa reacción de burla me dejó shockeada, pero no hice nada porque lo vi como algo que hicieron los bayuncos del medio”, recuerda Melissa.

Beatriz, otra periodista de la misma generación de Melissa, confirma que la presencia femenina en las redacciones a finales de los 90 e inicios del 2000, era objeto de discriminación, sexismo y violencia. Ella trabajó como reportera en un canal y dos medios escritos. Solo al interior de uno de los medios escritos no  experimentó acoso sexual u otras violencias basadas en género.

“Una vez salió un anuncio en un periódico. Era una página completa, con varios tipos de senos. No recuerdo si era un anuncio para detectar cáncer o para qué. Uno de mis compañeros, que era el que más me hacía bromas de doble sentido, tenía la página abierta y la estaba viendo con uno de los camarógrafos. Entonces me preguntó ‘¿Así han de ser tus senos, verdad?’ Sentí como que me desnudaron. Fue bien incómodo”.

Beatriz vivió acoso sexual por parte de algunas fuentes y colegas. El acoso sexual se configura como un delito, de acuerdo con el art. 165 del Código Penal. Dicho artículo establece que cualquier persona que lleve conductas de naturaleza o contenido sexual no deseadas por la persona receptora, incluyendo expresiones verbales, tocamientos, gestos u otras acciones inequívocas, y que no constituyan por sí mismas un delito más grave, se enfrentará a una pena de prisión que oscilará entre tres y cinco años.

“En uno de los periódicos impresos, un editor me acosaba sexualmente. A menudo me escribía mensajes haciendo referencia a su desempeño sexual. Cuando me encontraba por el pasillo de la redacción, me hacía comentarios por mi cabello corto. Una vez le respondí con un insulto, entonces me tomó del brazo y forcejeó conmigo, me dijo que me iba a encerrar en su vehículo y que me iba a demostrar que él era ‘hombre’”.

El editor que la agredió fue despedido casi 25 años después de ese medio, no por acoso sexual, sino por un recorte de personal. 

A finales de 1999 e inicios de 2000, una de las asignaciones de Beatriz era cubrir la Asamblea Legislativa. Ahí, tuvo un altercado con un diputado cuando este, mientras caminaban por un pasillo, le agarró la parte de atrás del brassier. “Me lo jaló y me lo dejó ir. Lo hizo frente a todas las personas que iban pasando. Le conté a mi editor, un señor muy respetuoso. Él publicó lo sucedido en una de las secciones del periódico. El diputado me reclamó días después, me preguntó por qué le ‘había puesto el dedo’ y me dijo que él solo estaba bromeando”.

Para 1995 habían pasado tres años de la firma de los Acuerdos de Paz. El periodismo en la guerra tenía rostro masculino y poco se sabe de las mujeres que fotografiaron o reportearon en esa época. La incursión de más mujeres en el periodismo inició en la década de los 90. En esa época aún no se abordaba la violencia de género, la cual fue reconocida legalmente en El Salvador con la aprobación de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia hacia las Mujeres en 2010 y de la Ley de Igualdad, Equidad y Erradicación de la Discriminación contra las Mujeres en 2011.

Invisibilizadas en y por los medios

María Teresa Trejo es directora de la Asociación de Mujeres por la Dignidad y la Vida (Las Dignas) y periodista de profesión. Es de la misma generación de Melissa y Beatriz. Entre 2005 y 2006, realizó una Especialización en Estudios de Género en la Universidad Autónoma de México y la Fundación Guatemala. Para optar a este grado, en 2005, desarrolló una tesis sobre la presencia de mujeres en los medios de comunicación salvadoreños, las vulneraciones que vivían por su condición de género y los factores que las colocaban en posición desigual frente a sus pares hombres. Para ello, preguntó a mujeres de esta profesión en qué posición se encontraban en sus espacios laborales (La Prensa Gráfica, El Diario de Hoy, Diario El Mundo, TCS Noticias y Canal 12) y solicitó información en las universidades: de El Salvador (UES), Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), Tecnológica (UTEC). La tesis se denomina: “Visibilidad y paridad de las periodistas en los medios de comunicación salvadoreños”.

De acuerdo con los hallazgos de esta tesis, para el 2005 las mujeres representaban el 66 % de la población estudiantil de la carrera de periodismo en la UES. Un porcentaje que se ha mantenido arriba del 60 % a lo largo del tiempo. Solo en 2023, ingresaron 494 mujeres al departamento de Periodismo de la UES, representando el 63 % de la población de esta carrera, según datos de la página web de esta universidad. 

La tesis señala que los hombres eran los principales autores en las secciones relacionadas a los “grandes temas de país”, como judicial (86 %), sucesos (82 %) y política (75 %), las cuales son de alta relevancia en la agenda política y están más conectados con las direcciones de los medios de comunicación. Las secciones en las cuales las mujeres sobresalían como autoras eran sociedad    (88 %), social y servicios (81 %), y salud/vivir (73 %).

En 2005, las periodistas encuestadas identificaron la conciliación entre el trabajo y la vida familiar como una barrera clave en su labor periodística. Un 20 % destacó jornadas largas que complicaban el cuidado de sus hijos, a veces pagando más por el cuidado infantil que lo que quedaba tras gastos esenciales y salarios de $400. Además, el 30 % informó de salarios inferiores a los de sus contrapartes masculinas. Según Trejo, se justificaba asignarles temas «menos importantes», como organizaciones de mujeres o cooperativas, en contraste con asuntos relevantes como la Asamblea Legislativa y la Corte Suprema de Justicia reservados para hombres.

Trejo concluye que en esta profesión, históricamente liderada por hombres, existen alianzas masculinas y una jerarquía de descalificación. A pesar de ello, las mujeres han ganado presencia y reconocimiento a lo largo del tiempo.

A nivel mundial, en las últimas dos décadas, los créditos femeninos en periódicos aumentaron un 11 %, su visibilidad en noticieros creció un 9 %, y en línea,  el 42 % de las personas mencionadas en noticias multimedia son mujeres, según el 6to Proyecto de Monitoreo Global de Medios – GMM. El proyecto reveló que las mujeres reporteras tienden a entrevistar a más mujeres que sus contrapartes masculinos, con un 31 % de fuentes femeninas en noticias cubiertas por mujeres en 2022, en comparación con el 24 % en historias de hombres reporteros.

La discriminación y violencia persisten en el periodismo femenino

Este reportaje analiza los hallazgos de la tesis de Trejo (2006); del Diagnóstico sobre el entorno de trabajo de las mujeres periodistas y comunicadoras sociales en El Salvador, realizado por la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos e Internews (2018); de la Encuesta sobre acoso y derechos laborales, en el marco de la campaña #EstoNosPasa (2020) y de la Encuesta sobre Derechos Laborales de las mujeres periodistas, comunicadoras y trabajadoras de la información (2023), ambas realizadas por la Colectiva de Mujeres Periodistas, Comunicadoras y Trabajadoras de la Información (Colectiva MPCTI). La comparación muestra que con el tiempo y la aprobación de leyes contra violencia de género, se han desarrollado mejores herramientas para identificar y reconocer la violencia en los espacios laborales.

El diagnóstico realizado por la PDDH e Internews evidenció que el 100 % de las encuestadas había sido acosada sexualmente durante su trabajo de campo. Casos notorios incluyen el acoso a Adriana González por el exviceministro de seguridad y justicia, Raúl López, el 28 de agosto de 2017; y, a Wendy Hernández durante una transmisión en vivo en las elecciones de febrero de 2021 por Jaime Ulises Perla, del partido Arena.

Hernández presentó el incidente ante las autoridades judiciales. Sin embargo, en la audiencia, la jueza del Juzgado Sexto de Paz determinó que las palabras y miradas lascivas hacia la periodista «no constituían un delito».  

La Encuesta Nacional de Violencia Sexual contra las Mujeres 2019, efectuada por UNFPA El Salvador, expone que 2 de cada 3 mujeres, de 15 años en adelante, han vivido algún hecho de violencia sexual. De acuerdo con la encuesta, la incidencia es más alta en mujeres jóvenes de 20 a 29 años (más del 70 % de ellas han sobrevivido a hechos de esta índole).

El periodismo salvadoreño viene enfrentando crisis en los últimos años, relacionadas con la situación económica, el oficialismo, la pandemia por COVID-19, la guerra en Ucrania y otros acontecimientos mundiales. Esto ha provocado despidos masivos, sobrecarga laboral y nuevas formas de contratación sin seguridad social ni otras prestaciones laborales, lo cual ha provocado una mayor precarización de la profesión y violencia laboral. Estos impactos, para el caso de las periodistas, se reflejan en la Encuesta de la Colectiva MPCTI, realizada durante el primer semestre de 2023: 40 % tiene un contrato, 34 % trabaja 12 horas al día y 20 % carece de prestaciones laborales. 

Rhina Juárez, coordinadora del área de Centro de Atención Legal y Psicológica de Ormusa, destaca que en la industria de la comunicación e información existen prácticas perjudiciales que vulneran los derechos de las mujeres. Por ejemplo, muchas carecen de contratos regulares de trabajo, lo que las priva de prestaciones legales como la licencia por maternidad, vacaciones y aguinaldo. Juárez subraya que la mayoría de periodistas están bajo modalidades contractuales que no siempre incluyen estos derechos laborales esenciales, lo que empeora y precariza aún más la situación de las mujeres.

"Una vez, un señor de una organización de derechos humanos se me acercó y me preguntó si podía llamarme: 'Mami' porque él llamaba así a todo el mundo".

Andrea

25 años después, sin la comodidad del silencio

Andrea y María nacieron en 1999. Para ese año, Beatriz y Melissa habían comenzado a enfrentar los retos y desafíos de ejercer como periodistas, en una profesión u oficio sumamente masculinizado. Regentado por hombres. 25 años después, Andrea y María no solo compartirían con ellas su pasión por el periodismo: el acoso sexual, la discriminación, la brecha salarial y otros tipos de violencia como la verbal, psicológica y emocional, se convertirían en una parte de su realidad laboral. 

Andrea, con una educación universitaria completa, se unió al mismo periódico de mayor circulación en el que Melissa inició. Traía experiencia de un medio alternativo. Pronto sus sueños relacionados con esta profesión cambiaron.

Lamenta la falta de consideración hacia el bienestar de sus periodistas, especialmente durante coberturas en zonas de riesgo o sin condiciones básicas. «En ocasiones, en coberturas largas, no se garantiza un lugar para dormir, baños o viáticos necesarios. En ese periódico, experimenté situaciones que muestran que no priorizan la dignidad de las personas, sino los resultados. No creo que la profesión deba anteponerse a la vida», expresó.

Igual que Beatriz y Melissa, Andrea ha enfrentado acoso sexual dentro y fuera del medio. Aunque las palabras y las tecnologías hayan cambiado, el acoso sigue siendo el mismo que vivieron sus predecesoras hace 25 años. «Un compañero me hacía comentarios como ‘deberías descargar Tinder para que hagamos match ahí’; o elogios innecesarios a mi trabajo, como si esperara la validación de los hombres».

El acoso por parte de su compañero llevó a Andrea a solicitar formalmente no compartir espacios con él, dado que el ambiente se tornó tenso. «Hay otras personas en la empresa que también acosan, como los motoristas. No es un entorno en el que se sienta segura o exenta de enfrentar el acoso».

Andrea también ha experimentado acoso por parte de colegas de otros medios y diversas fuentes. Algunos han sido «explícitos e insistentes» con propuestas que la incomodan. «Hay periodistas que me llevan 15 años de experiencia que se disfrazan como ‘amigos’, pero lo que buscan son otro tipo de encuentros».

«Las fuentes también son un problema; algunos invalidan mi trabajo por ser una mujer joven. También me ha ocurrido que al acercarme para hacer preguntas, termino recibiendo invitaciones a tomar café. Una vez, un señor de una organización de derechos humanos se me acercó y me preguntó si podía llamarme: ‘Mami’ porque él llamaba así a todo el mundo. Siento que ningún espacio en el que nos movemos como periodistas está libre de la posibilidad de ser acosadas. Me sucede en varios ámbitos», expresó Andrea.

La encuesta de derechos laborales realizada por la Colectiva de Mujeres Periodistas, en 2023, revela que los principales actores de violencia contra las mujeres en este ámbito son los compañeros de trabajo (24.32 %), seguidos por las jefaturas de los medios (23.42 %), funcionarios públicos (14.41 %) y autoridades de seguridad (7.21 %). En el informe de la PDDH e Internews, el 96.15 % de las periodistas y comunicadoras entrevistadas expresó que existían problemas de acoso sexual hacia ellas al interior de sus trabajos.

“No hay una nota que haya publicado en ese medio, que no la haya escrito llorando”: la historia de María

María ingresó a la redacción de un medio digital alternativo con enfoque en derechos humanos, género y medio ambiente. Sin embargo, según relata, existe una incoherencia al interior de la redacción. «Allí, sufrí acoso sexual y laboral. No hay una nota que haya publicado en ese medio que no la haya escrito llorando».

Llegó a los 22 años, en sus últimas etapas universitarias, con los mismos sueños y metas que sus predecesoras. Con mayores expectativas por el tipo de medio al que entregaba todo su tiempo. «No dormía, entregaba todas mis horas. A veces ni comía. Lo que falló fue el acompañamiento editorial. Comencé llevando cuatro temas (al mismo tiempo). Nunca me dijeron ‘te vas a quemar’. Al presentar los temas, me ponían a rehacerlos. Siempre lo hacía mal para ellos».

Con «ellos» se refiere al editor y la editora del medio. Relata que hablaban mal de las compañeras ausentes y, con ella, daban observaciones a gritos, establecían plazos de un día o dos para investigaciones extensas y no respetaban sus tiempos de descanso.

«Un domingo fui a una cobertura y volví a casa a las 10:00 p.m. Ella me pidió la nota esa misma noche, me escribió alrededor de las 11:00 p.m. Decidí descansar, ya que era domingo. Me levanté temprano el lunes, y antes de las 7:00 a.m., el producto ya estaba en su correo. Al llegar a la redacción, estaba súper enojada porque no le había contestado. Me gritó, diciendo que las nuevas generaciones queríamos hacer lo que queríamos y que ya no estaba en la universidad. Gritaba en medio de la sala de redacción, y todos se dieron cuenta. Me dijo que presentara la investigación de largo alcance el miércoles. Para el jueves, ambos editores y el director me citaron. La editora y el director gritaron durante toda la reunión. Decían cosas como que ‘debería respetar la autoridad’. Ese día llegué a casa y no pude dejar de llorar».

De acuerdo con María, el director acosó a muchas mujeres jóvenes que pasaron por la redacción. Conversando entre ellas, coincidieron en que hacía comentarios y miradas incómodas. «Todas las jóvenes periodistas eran acosadas por el director. Conversamos y decidimos no quedarnos solas en la redacción si él estaba presente. Preferíamos irnos. Le dije esto al editor, porque lo sabía, y no tomó medidas. Además, era un medio con enfoque de género. ¿Cómo es posible que el director sea un acosador? Luego nos dimos cuenta de que contrataban mujeres jóvenes solo para dar buena imagen a los cooperantes».

Las generaciones jóvenes de periodistas han abordado con valentía el tema de la salud mental, hablando y enfatizando la necesidad de atención para un mejor ejercicio de la profesión. Sin embargo, para el editor, el director y otros colegas de María, la salud mental y quienes buscaban terapia eran motivo de burla. “Le dije al editor que me parecía lamentable que tomaran a juego la salud mental, porque tenía un compañero que se le dormía la mitad de la cara del estrés y estaba sentado en la sala de reunión, mientras los demás estaban burlándose de él”.

María relata que otra práctica del editor era generar conflictos entre las periodistas mujeres, acusando a las que, según él, «trabajaban menos», emitiendo acciones y comentarios violentos para que renunciaran. «Después de despedir a una compañera, el editor dijo que solo contrataría a jóvenes, porque la gente con experiencia ya vienen con mañas’. Luego me di cuenta de que lo que él llamaba ‘maña’ era defender nuestros derechos laborales y humanos».

«Siempre había una periodista favorita y enfrentaban a las demás en las reuniones. Decía, ‘María dedica todo su tiempo al medio y otras periodistas, por ejemplo, no lo hacen porque escriben para otros medios'».

La única periodista que escribía para medios internacionales era Fernanda, de 30 años, que había trabajado en los mismos donde Beatriz y Melissa comenzaron sus carreras. También vivió acoso sexual, violencia laboral, económica y patrimonial en todos sus trabajos.

«Después de muchos años y tras aprender sobre el feminismo, me di cuenta de que como empleada de medios había sufrido diferentes formas de violencia, desde acoso sexual hasta abuso psicológico y económico. Darse cuenta es difícil porque empiezas a preguntarte, ‘¿por qué me pasa esto?, ¿tengo algo malo? Muchas mujeres nos lo preguntamos, y si nos quejamos, nos tachan de problemáticas, de no merecer un lugar en la redacción. Parece que los derechos de las y los trabajadores dentro de los medios no importan», explica Fernanda.

Al igual que María, Fernanda tenía la esperanza de construir nuevas formas de trabajar y hacer periodismo en esa redacción. Sin embargo, fue víctima de violencia laboral y de un despido injustificado. “Acordamos que trabajaría por servicios profesionales, de lunes a viernes, de 8:00 a.m. a 5:00 p.m. No podía escribir para otros medios en El Salvador, pero sí para medios internacionales. Yo venía trabajando como freelance con algunas agencias de noticias de otros países, se los expresé y no vieron problema. Lo que sucedió después fue todo lo contrario: a veces, me obligaban a trabajar hasta fines de semana y feriados, me escribían a altas horas de la noche y me recriminaban el hecho de hacer trabajos para otros medios internacionales”.

 

“Tenemos la disponibilidad de mejorar, aprender a escuchar y corregir en lo que sea necesario”.

Angélica Cárcamo

Durante su tiempo en el medio digital, Fernanda señaló la sobrecarga de trabajo, el maltrato, la falta de respeto a los tiempos de descanso y la violencia machista hacia las mujeres en la redacción. «Cuando mencionaba estas actitudes y situaciones graves en las reuniones, el editor me gritaba, decía que yo solo causaba problemas. Luego se disculpaba por escrito. Era manipulación. Solía escribir investigaciones importantes que resultaron en violencia digital y persecución. Sin embargo, el medio no se preocupaba por mi seguridad. Me llamaron ‘exagerada’, dijeron que ‘quizás no pasó nada’. Tuve que buscar ayuda en otras organizaciones por mi cuenta».

En 2022, la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES) registró 57 vulneraciones contra mujeres periodistas, incluyendo restricciones al ejercicio periodístico, acoso en digital, intimidación, acoso laboral y declaraciones estigmatizantes. Por su parte, un informe de la Mesa por el Derecho a Defender Derechos reveló que 4 de cada 10 agresiones ocurren en el espacio digital y 6 de cada 10 en el físico o público. Además, el informe resalta la violencia específica de género dirigida a mujeres periodistas, incluyendo intentos de desacreditar su moral sexual, amenazas de violación, entre otros.

La entrevista con Fernanda tuvo lugar casi un año después de su despido. A la fecha, comenta, aún sufre las secuelas de su experiencia en ese medio: depresión y estrés postraumático diagnosticados por su psicóloga. “Ellos tienen la culpa de los impactos en mi salud mental que aún me pasan factura en la actualidad”.

Según la Encuesta Nacional de Violencia contra la Mujer 2017, llevada a cabo por la extinta Digestyc (actualmente Oficina Nacional de Estadística y Censos), 67 de cada 100 mujeres salvadoreñas, de 15 años en adelante, han enfrentado algún tipo de violencia (física, psicológica, sexual, económica, intento feminicida, patrimonial y simbólica) a lo largo de toda la vida. Es decir, dos tercios de las mujeres salvadoreñas.

Tanto María como Fernanda encontraron apoyo en organizaciones feministas debido a los impactos en su salud física y mental tras su experiencia en el mismo medio. Para ambas, es mejor confiar su historia y buscar ayuda en estos espacios que en otras instancias, ya sean estatales o gremiales, como la Asociación de Periodistas de El Salvador. 

La presidenta de la APES, Angélica Cárcamo, señala la falta de confianza en el Estado debido a que este promueve la violencia no solo hacia las mujeres periodistas. Ejemplifica la pérdida de acuerdos con el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer y el Ministerio de Trabajo, así como la falta de investigación de robos denunciados por mujeres periodistas, desde la llegada del oficialismo al poder. Respecto a la desconfianza hacia la APES, expresada en algunos testimonios que las periodistas compartieron para este reportaje, reconoce que aún existen desafíos debido a los 80 años de historia y la naturaleza mixta de la asociación. Sin embargo, rescata los esfuerzos realizados en los últimos cinco años como la construcción de mecanismos oportunos de monitoreo, denuncia y atención a casos de violencia experimentada no solo por mujeres periodistas sino por todo el gremio.

Cárcamo destaca la existencia de un mecanismo interno en la APES para atender a mujeres periodistas, proporcionando apoyo psicoemocional, asesoría legal y seguridad digital. Asegura que, como asociación, les interesa respaldar y colaborar con las iniciativas especializadas de otras organizaciones y colectivos de mujeres periodistas: “Tenemos la disponibilidad de mejorar, aprender a escuchar y corregir en lo que sea necesario”.

Hay dos variables que se cruzan para las mujeres periodistas, primero se vive violencia por el hecho de ser mujer en este sistema patriarcal, y segundo, la violencia que se vive por ejercer el periodismo, una carrera que, hoy por hoy, también es estigmatizada y criminalizada en El Salvador.

Mónica Rodríguez

Las periodistas persisten y resisten

El 2018 fue un año crucial para las mujeres periodistas en El Salvador. El feminicidio de Karla Turcios, de La Prensa Gráfica, por su pareja el 14 de abril, estableció un precedente sobre la violencia hacia las mujeres. Catorce días después, mujeres periodistas y comunicadoras protestaron exigiendo justicia no solo para Karla, sino para todas las víctimas de feminicidio.

Esta onda expansiva también impulsó la denuncia pública de más violencia contra periodistas en 2018, como resultado Carlos Toledo fue condenado por agresiones sexuales contra una pasante en Canal 33. Ese año, se presentó la propuesta de la Ley de Protección a Personas Periodistas y Comunicadoras, con enfoque de género y cláusulas para abordar vulneraciones hacia las mujeres ante la Asamblea Legislativa, la cual fue engavetada por el oficialismo en 2021. Para noviembre de 2019, a raíz de una publicación de los testimonios de periodistas que expusieron haber sido víctimas de acoso sexual por Roberto Hugo Preza, director de noticieros de Grupo Megavisión, la Fiscalía General de la República abrió un expediente de oficio, y el periodista fue suspendido de su cargo. A raíz de esa publicación, las colegas que firmaron ese artículo en La Voz de la Diáspora fueron víctimas de ataques digitales y de expresiones de violencia. El caso contra Preza no prosperó ante las autoridades.

Tras la protesta, nació la Colectiva de Mujeres Periodistas, Comunicadoras y Trabajadoras de la Información, pionera en tratar temas como la precarización laboral, acoso, violencia y la necesidad de un entorno libre de violencia. Mónica Rodríguez, fundadora, resalta cómo desde el 28 de abril establecieron precedentes protectores para mujeres en los ámbitos periodístico y comunicativo. “Somos uno de los primeros espacios que busca la protección de las mujeres periodistas. Ahora estamos trabajando por generar protocolos de seguridad, un observatorio de violencia y agresiones, así como datos de la realidad de las periodistas, pero también estamos tratando de generar capacidades para poder defender nuestros derechos y sobre todo que podamos identificar si estamos siendo objeto de algún tipo de de vulneración o violencia”. 

Para Rodríguez, quien también forma parte de la junta directiva de la APES, en la actualidad, las mujeres periodistas confrontan una atmósfera de violencia respaldada por las autoridades estatales, resultando en un incremento de amenazas y agresiones, principalmente en el entorno digital. “La violencia contra las mujeres es un problema estructural que vivimos en todos los ciclos de la vida. Hay dos variables que se cruzan para las mujeres periodistas, primero se vive violencia por el hecho de ser mujer en este sistema patriarcal, y segundo, la violencia que se vive por ejercer el periodismo, una carrera que, hoy por hoy, también es estigmatizada y criminalizada en El Salvador. Es un doble rasero de violencia y que, al afinar más las gafas, es mucho más devastador cuando vemos otras interseccionalidades, como las periodistas comunitarias o las periodistas que defienden derechos indígenas”.

Durante los últimos 3 años, tanto la Colectiva MPCTI como Imprudencia Colectiva, una iniciativa que busca visibilizar a las mujeres en la fotografía, medios feministas como Alharaca y Revista La Brújula, además de otras periodistas (independientes o no), feministas o no, unen fuerzas para marchar en bloque cada 8 de marzo. Demandan: cese de violencia de funcionarios, fuentes y colegas; postura clara de la APES ante la violencia de género y acciones ante vulneraciones; e instan a colegas a unirse en la permanente demanda por el respeto a sus derechos. Estos esfuerzos desafían los patrones del periodismo tradicional masculino.

El movimiento feminista, con alcance global, destaca diversas violencias y cambia percepciones. Esto se refleja en cambios legales y culturales. En El Salvador, aunque el proceso es gradual, se avanza con referentes y redes de apoyo. Este ha sido el punto de partida para que las mujeres periodistas alcen sus voces y sus agresores no tengan más la comodidad de su silencio.

*Con el objetivo de salvaguardar la identidad y seguridad de las periodistas involucradas, se han utilizado nombres ficticios en todas las historias narradas en este reportaje para evitar su revictimización y la experimentación de más violencias a partir de sus testimonios.