Por: Adriana Orellana
Trabajadora social
El Trabajo Social crea, administra, programa y ejecuta procesos socioeducativos, realiza intervenciones técnicas con las comunidades, grupos, familias y personas en situación de vulneración de derechos humanos. Parto de hacer esta definición porque lamentablemente en algunas universidades y organizaciones, se sigue viendo a las personas profesionales de esta carrera como gente que ayuda, gestiona fiestas de trabajo o hace las dinámicas en la organización.
El Trabajo Social crítico posee como horizonte utópico un proyecto ético político que cuestiona las condiciones históricas, políticas, sociales y materiales en las que realiza dicha intervención. Trabaja con y desde la relación de igualdad que establece con las personas, reconociéndolas como sujetas de derechos humanos, sin denominarles “pacientitos”, “desfavorecidos”, “vagabundos”, “niñitos”, entre otras formas que he escuchado. Los eufemismos no cambian las condiciones históricas y materiales que llevan a esa realidad.
Por eso es importante recalcar: las personas profesionales del trabajo social no son quienes divierten o amenizan las reuniones de trabajo, no es la persona que se encarga de recordar los cumpleaños, no es la encargada de recoger el dinero para la fiesta, no es la que decora un espacio, no es la que elabora piñatas, no es la que le coloca rositas y chispitas de colores a las actividades, como sucede con las mujeres profesionales de esta carrera, porque hasta en eso están los roles de género. Y no se me mal entienda, de ninguna forma busco menospreciar estas actividades, pero sí llamar al papel político y el compromiso ético que demanda nuestra profesión.
Lastimosamente, lo anterior es lo que predomina en el imaginario colectivo de la población, lo que desafortunadamente algunas y algunos licenciados en Trabajo Social se han encargado de instaurar en los espacios de trabajo, y es con la enorme carga que convivimos día a día quienes diferimos de esas ideas y vemos en nuestro actuar profesional un compromiso ético y político.
El Trabajo Social, como profesión en El Salvador, solo posee trincheras de luchas y resistencias individuales, no hay un gremio que se posicione frente a las violaciones a derechos humanos que son las constantes en este país, solo existe un instrumento para obtener un sello que certifique legalmente la práctica individual de la profesión ante ciertas instancias públicas y privadas.
En El Salvador, las organizaciones no gubernamentales (ONG) son una fuerte fuente de empleo para nuestra profesión, reconocen con compromiso y responsabilidad nuestro trabajo, algunas realizan actividades en esta fecha para reconocer nuestra delicada y dedicada labor. Reconozco que han comprendido nuestro papel profesional y social en la transformación de escenarios comunitarios y familiares tan adversos.
En este 30 de noviembre, en que se «celebra» en El Salvador nuestra profesión, invito a que reflexionemos la carga consciente de nuestra práctica profesional, pero también la, lastimosamente, práctica inconsciente, esa práctica que revictimiza y que vulnera derechos, esa práctica que desde la moral religiosa, muy propia de una cultura que culpa a la víctima, desalienta a las personas a continuar con procesos tan importantes como la denuncia, una práctica que elimina las responsabilidades a quiénes agreden, una práctica que ejecuta procesos insostenibles, que solo disminuye el dolor como una pastilla efervescente, que es asistencialista, que no pretende generar criterio o análisis individual y colectivo.
Este 30 de noviembre, invito a los tres sectores de la profesión (estudiantes, profesionales y docentes) a recordar el caso de una estudiante de Trabajo Social de la UES que fue agredida sexualmente por un representante estudiantil de esta misma carrera en la Facultad de Ciencias y Humanidades, cuestionemos la inoperancia de las autoridades al interior de la Facultad, incluidas las que con su silencio se convierten en cómplices del agresor y son formadoras de profesionales del Trabajo Social, así como de las autoridades a nivel central, el silencio del gremio y la falta de rebeldía y acciones por parte de la organización estudiantil para defender los derechos de su compañera.
En fin, mi propósito no es «amargar» este día, pero si pensar nuestra profesión desde un compromiso de proyecto ético – político para las personas.
Porque, como decía Ignacio Martín Baró: «El Trabajo Social pasa de ser un calmante a ser un estimulante, de ser un sedativo de las conciencias a ser su despertador».
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Adriana Orellana es Trabajadora social, feminista y egresada de la maestría en Métodos y Técnicas de Investigación Social de la Universidad de El Salvador.
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