Y como lo personal es político, debo contar mi historia…

Por Eva María Ventura

No pude quedarme callada con el caso de Daniela y su agresor, me hizo repensar el nivel de indefensión, normalización y naturalización de la violencia que enfrentamos las mujeres, precisamente porque hemos sido educadas bajo una sociedad eminentemente patriarcal que inculca desde temprana edad el silencio, la sumisión y se nos impregnan creencias fundamentalistas del amor donde precisamente se materializan las desigualdades y la violencia contra la mujer y por ende se instauran a los hombres en posiciones de poder, acentuando la lógica de que pueden hacer y decidir lo que quieran sobre nosotras.

Y como lo personal es político, me hizo recordar mi historia de violencia; tenía apenas 18 años cuando inicié una relación de noviazgo con un locutor 12 años mayor que yo, de una radio juvenil con mucho rating en el país. El inicio de esta relación estuvo llena de detalles y cortejos, esos que desde la lógica del amor romántico te enseñan a desear; después de la primera experiencia sexual la dinámica cambió y  ésta se convirtió en un control excesivo que me llevó hasta a modificar mi forma de vestir y mi apariencia personal, si yo no cumplía a veces sus recomendaciones me limitaba la participación en fiestas o salidas con sus amigos, instauró la culpa y el remordimiento por lo que al final generó una dinámica de sumisión en la que en nombre del “amor” terminaba haciendo todo lo que me decía. Esta dinámica de control y dependencia terminó cerrando todo mi ciclo de amigos y amigas cercanas, yo no hacía otra cosa diferente sino era con él, estaba aislada totalmente; no tenía vida social ya que todo le daba celos, en varias ocasiones en la vía pública viví episodios de celos que trascendieron a la violencia psicológica utilizando frases peyorativas y ofensivas, justificándose con que quería lo mejor para mí y que quería que no me sucediera nada malo.

La dinámica creció y transcendió al uso de la violencia física y sexual, en la que me hacía sentir culpable y justificaba cada vez más los abusos. Tras estas experiencias muy dolorosas y difíciles intenté dejarlo, entonces comenzaron las amenazas y la coerción que limitaban entre otras cosas a mi libre desplazamiento; recuerdo en varias ocasiones estar totalmente paralizada por el miedo, no encontrar que hacer, no tenía el valor y la fuerza de hablarlo con nadie, temía mucho al estigma social.

Hasta que un día decidí hablar, no callar más porque sentía que me estaba muriendo por dentro, en este proceso muchas personas me juzgaron, entre ellas muchas compañeras del trabajo, pero encontré mujeres que me apoyaron, que me acompañaron. Terminé la relación y acabé poniendo una orden de alejamiento que no funcionó, porque las medidas de protección en este país no funcionan. Durante mucho tiempo me buscó a la salida de mi trabajo, recuerdo varias ocasiones en las que me llamó hasta 82 veces en el día.

Mi proceso de recuperación fue largo, el nivel de indefensión era muy notorio, ese proceso de desconstrucción me llevo a realizar cambios estructurales en mi vida, en mi forma de verme así misma y la posibilidad de entender que hay otras formas de relacionarse, más igualitarias y basadas en el respeto, pero sobre todo a no tolerar ningún tipo de violencia de nadie; si recalco que si en mi camino no hubiese encontrado mujeres solidarias, feministas, revolucionarias, sería entonces un número más de las cifras.

A nivel cultural y social dejemos de seguir reforzando la masculinidad hegemónica, ya que en la mayoría de casos nos centramos en culpabilizar a la mujer, ponemos en duda los hechos, criticamos o emitimos todo tipo de juicio de valor sin conocer previamente y sin entender toda la dinámica de violencia a la que se puede estar sometida; desviamos la atención en el agresor naturalizando las prácticas de ejercicio de violencia y dejando de exigir justicia; debemos comprender que todos y todas somos corresponsables y debemos actuar.

Por eso invito a todas las mujeres, de este país a no callar, a no callar, corre, grita, busca ayuda, habla, el agresor puede ser cualquier hombre en tu círculo cercano.

A todas las mujeres sigamos construyendo hermandad, sororidad, establezcamos alianzas para seguir en la lucha por la igualdad y la equidad, pero sobre todo para lograr una vida libre de violencia.

Eva María Ventura Educadora Social, Maestría en Derechos Humanos y Educación para la paz, experiencia en trabajo comunitario en prevención y atención de violencia con niñez, juventudes y mujeres.

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