América Raití
Escapar de una dictadura no es fácil, así como no lo es ninguna migración forzada, huimos con culpa, con miedo, con incertidumbre, pero con el mismo objetivo: encontrar un lugar seguro.
Desde el conflicto socio político de 2018 en Nicaragua, más de cien mil nicaragüenses hemos migrado, la mayoría hacia Costa Rica, el país vecino que históricamente ha recibido a migrantes ofreciendo mayores ventajas económicas y sociales que Nicaragua.
Pero algunos cientos de nicaragüenses no escogimos el país más seguro de Centroamérica para refugiarnos y al contrario nos reubicamos en Guatemala, el último país hacia el norte al que se puede llegar sin pasaporte.
Guatemala es compleja, encantadora y reacia a la vez, por ratos se deja querer y por otros no sabes que haces aquí, los índices de desigualdad son lo más sorprendente, por un lado ricos absurda mente ricos, en el otro pobres extremadamente pobres y una clase media apagada, silenciada y aspiracionista a la que es muy fácil sucumbir.
Y encima de este país tan dual existe una violencia que abarca todos los niveles, una violencia que fue nueva para mí, yo no supe de extorsiones, homicidios, crímenes de odio y discriminación, hasta que vine a Guatemala. En cuanto a delincuencia común, Nicaragua ha sido un país seguro, las maras, el crimen organizado o los sicarios nunca fueron una preocupación mayor para quienes vivíamos allá, por supuesto en 2018 todo cambió.
Aun así, la violencia que vivimos en Nicaragua fue diferente, vino del estado. Desde 2018 hemos visto a la policía y a sus paramilitares asesinar, reprimir, encarcelar, golpear, robar, pero siempre hemos estado al corriente de quién ha dado la orden, de cierto modo, sabemos de quien nos debemos cuidar. Algo que aparentemente no pasa en Guatemala, pues cualquiera puede ser ladrón que te asesina o extorsiona, algo que ha dejado que una mella muy fuerte dentro de su gente, pues la desconfianza se siente en el ambiente.
Caminar por Guatemala implica ver rostros alertas y apresurados, a pesar de ser una sociedad muy amable (que un desconocido me dijera buenos días en la calle resultó ser una novedad para mí) crear comunidad es muy difícil, pero con el tiempo lo comprendí: no es fácil invitar a alguien que acabas de conocer a tu casa en un país donde te matan por robarte y extorsionan hasta a la persona que recolecta la basura.
Y por otro lado está la Guatemala conservadora y doble moral que se asusta hasta por la forma en que nos vestimos y hablamos las mujeres, porque hay que salir tapadas, no decir malas palabra, ni elevar la voz, hay que responder “que manda” cuando dicen tu nombre y nombrar licenciado a tu jefe, definitivamente aquella algarabía nicaragüense quedó muy lejos.
Aproximadamente 800 kilómetros separan a Guatemala de Nicaragua o un viaje en bus de 15 horas, y así como el resto de Centroamérica las similitudes entre los países son muchas: gobiernos autoritarios, empresarios al mando presentándose como salvadores de la situación, tráfico insoportable, sistema de transporte fallido, gente pidiendo en las calles, trabajos mal pagados, sistema de salud colapsado, violencia de género, corrupción, discriminación, fundamentalismo, machismo, impunidad, injusticia…
Y, aun así, Guatemala tiene un je ne sais quoi, que me ha hecho hacerlo mi lugar seguro.