Abortar en un país que no es mio

América Raití 

Pese a ser el único país en del triángulo norte de Centroamérica que aprueba el aborto terapéutico (cuando la vida de la mujer está en peligro) vivir en Guatemala es como estar en una máquina del tiempo, donde constantemente los legisladores quieren volver al pasado a imponer leyes anti-derechos.

El ocho de marzo de este año, mientras diversas mujeres y feministas del mundo conmemoraban el día internacional de la mujer, el congreso de Guatemala aprobó por mayoría la Iniciativa de ley 5272, una ley que contemplaba penas mayores en casos de aborto y prohibía al el matrimonio homosexual, sin embargo, tan solo unos días después, el once de marzo, gracias a la presión social y movilización ciudadana, esta ley fue archivada y no entró en vigencia, aun así ha dejado un precedente claro de las intenciones de quienes gobierna el país.

Como es bien sabido, prohibir el aborto no es una remedio para eliminarlo, legal o no, las mujeres seguimos abortando y a las mujeres migrantes nos toca abortar en un país que no es nuestro, muchas veces en situaciones de riesgo, soledad y miedo.

Ese es el caso de Amelia, (nombre ficticio para resguardar su integridad), quien ha compartido su experiencia interrumpiendo un embarazo no deseado siendo migrante centroamericana en Guatemala:

A pesar de que siempre he apoyado el aborto y conocía las situaciones alrededor del tema, lo miraba como algo lejano que me podría pasar. Recibí educación sexual y apertura en mi familia, ya había estado planificando en el pasado, conocía mi ciclo, tenía un App de control y simplemente me pasó.

La preocupación y ansiedad de los días de retraso no es ni una mínima parte de lo que siente cuando miras el resultado positivo de la prueba de embarazo. Yo estaba muy clara que quería la interrupción, que era un embarazo no deseado, además, de eso estaba en un país nuevo; todo parecía peor.

Pasaron varias opciones por mi cabeza: escribirle a una amiga acá (donde es penalizado), regresar a mi país (donde igual es penalizado) o ir donde otra amiga en otro país (igual penalizado). Y aunque en todas esas opciones era penalizado, yo estaba clara que el procedimiento era lo que quería.

Finalmente, por medio de una amiga, conseguí las pastillas para realizarlo. La idea que estaba cometiendo un «delito» era pesada, más la soledad de no poder contarlo lo hacía peor, a esto se sumaba algunos pensamientos de culpa sobre lo “estúpida” que me sentía al no poder controlar mi organismo al 100% y evitar un embarazo.

Acerca de la experiencia de Amelia, Andrea Berra, Psicóloga Feminista, ha indicado que: La situación que genera “malestar” en las mujeres cuando se toma la decisión de interrumpir un embarazo, es cuando existen contextos que ponen obstáculos a esa decisión, es un contexto en el cual hay una penalización absoluta y entonces ella se encuentra con la disyuntiva de qué hacer ante una situación en la que ella reconoce que no puede seguir adelante con un embarazo, porque se encuentra realmente afectada en lo que tiene que ver con sus emociones, su angustia, su desesperación.

Amelia, cuenta que “Había mucha incertidumbre a pesar de leer y releer la información, siempre pensaba sobre qué pasaría si necesitará atención médica de urgencia, a donde iría, qué pasaría si no funcionara, cómo era el después, qué sensaciones eran normales para el procedimiento y cuando preocuparme, cómo le diría a mi familia (que están en otro país) si pasara a más; sin duda muchos miedos e inquietudes surgían por la manera escondida en la que estaba pasando”.

Sobre, esto Berra también ha remarcado que “Es muy importante dar información, porque la interrupcion de embarazo no es una situacion traumatica para la salud mental, lo que genera el trauma es el contexto normativo que genera obstaculos o dificultades para que esa mujer pueda acceder a un aborto legal o aborto seguro.”

El proceso de Amelia, no terminó con tomar las pastillas, como ella misma cuenta, la estigmatización en países donde está penalizado recarga emocionalmente a las mujeres como fue su caso, sintió “pensamientos intrusos, flashback de imágenes y pensamientos de esas semanas, miedos a la criminalización y  la incertidumbre que eso podría volver a pasar”.

“Cuando una mujer toma esta decisión realmente se encuentra en una situación de angustia y desesperación, pero que es coyuntural a esa situación crítica y a ese contexto donde no hay ningún tipo de normativa o de un servicio en el cual ella pueda recurrir y pedir ayuda”, asegura, la psicóloga.

Mientras centenares de mujeres, como Amelia, tienen que vivir un aborto clandestino, con suerte acompañadas de su pareja o de una amiga o con menos suerte, solas en un centro clandestino en condiciones insalubres, Guatemala se jacta de conmemorar los 9 de marzos el Día por la Vida y la Familia, un día, que tiene por objetivo “resaltar la importancia del respeto por la vida y la familia, el no aborto y el no a la violencia”.