“No pierdo la esperanza de volver a Nicaragua”: La historia de Aleida

Mujer, médica, jóven, organizada. Pese a que la situación se agrava en su natal Nicaragua, Aleida* no pierde la esperanza de volver a su país; un país por el que luchó en las barricadas, uniéndose al grito de justicia de miles y miles aportando militancia, convicción y atención en salud. Ahora, desde Europa, nos cuenta su historia.

Por: Krissia Girón

“Yo vengo de Managua, Nicaragua. Tengo 31 años. Salí de Nicaragua a finales de 2018, en ese país me gradué como Médico General. Actualmente trabajo en el sector salud, pero no ejerzo la carrera específicamente, debido a la migración forzada. Vivo en un país donde se habla un idioma germánico, así que tampoco es fácil”.

Abril de 2018. Las calles de Nicaragua se fueron llenando poco a poco de fuego, humo, barricadas, morteros caseros, paramilitares y policías frente a miles y miles. Fue una afrenta que dejó a su paso más de 300 personas asesinadas por el régimen de Ortega y alrededor de 2,000 personas heridas. En medio de las revueltas, Aleida, de 26 años, recién graduada en medicina, militaba en una organización y atendía a personas heridas en las universidades.

En medio de diversas demandas, la principal de aquellas protestas era ver salir a Daniel Ortega y Rosario Murillo de la presidencia y vicepresidencia de Nicaragua, algo que, Aleida declara, “lo veíamos fácil”. “Ese fue el motor que nos empujó a todos y todas a involucrarnos en esta insurrección. Yo estuve involucrada desde el día 1, las cuales iniciaron por la quema de la reserva natural indio maíz y a partir de ahí todo fue en aumento, ya que traíamos una serie de problemas sociales, económicos y políticos encima”.

Aleida brindó asistencia médica en las tomas de la Universidad Politécnica de Nicaragua -UPOLI- y en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua -UNAN-, además de atender a cientos de heridos que llegaban de las barricadas en diferentes puntos del país, incluyendo agentes de seguridad, causantes de los asesinatos de cientos de protestantes según testimonios y organismos internacionales. “Estuve en el ataque hacia la Universidad Autónoma de Nicaragua, donde hubo un ataque armado de 18 horas. Un día llegó un policía que me tocó atender, le estaba suturando la herida y cuando terminé me dijo “cuando salga, te voy a matar”. La violencia estatal hacia la mujer empezaba con el abuso sexual repetido hacia las presas políticas, entonces pensaba: “si voy a la cárcel, me van a violar”, era algo que ya estaba firmado”.

Mujer, médica, jóven, organizada, eran siituaciones que la atravesaban y por las cuáles vivía no solo el fuego violento de policías y paramilitares, sino también otros tipos de violencia. “Sí había una gran inseguridad, hubo abuso de poder de hombres hacia mujeres y muchas veces negamos que dentro de los propios espacios que quieren liberarse hay represión y violencia. Yo no quiero que repitamos la historia de la guerra civil y aquellas historias de que los contra violaron a mujeres. Esto se tiene que hablar, son temas que tienen que salir a la luz, tenemos que procesarlo, sanarlo y educarnos”.

“Durante el proceso de levantamiento en Nicaragua, yo sentí que los líderes siempre estaban en una constante lucha de egos, porque, para ellos, que una mujer estuviera en un cargo de coordinación era algo que les incomodaba. A mi me costó encontrar un balance entre llevarme bien con las personas que estaban en las barricadas y que entendieran que yo no era ni jefe ni nada, que estábamos trabajando en equipo y que estábamos en esto porque queremos algo en común”.

Al paso de los días y los meses, la situación en Nicaragua se encrudeció, las personas asesinadas, presas, heridas, exiliadas iban solo en aumento. Aleida tuvo que decidir. Ya no podía vivir en un desplazamiento forzado dentro de su mismo país. “Cuando la dictadura tomó el poder de estos espacios físicos, muchos de nosotros tuvimos que huir a diferentes puntos. No podías irte a tu casa porque eso significaba poner en riesgo a tu familia. Desde que terminó de forma violenta la toma de la Universidad Autónoma, estuve viviendo en casas de seguridad, pero hasta cierto punto no fue sostenible. Así que tenía dos opciones: o irme del país, o ir a la cárcel”.

Con la ayuda de amigos, amigas, familiares y personas cercanas, logró salir hacia Honduras en octubre de 2018. Pero, ¿por qué Honduras?: “Porque la idea era estar en un lugar cerca, porque pensaba que las cosas se iban a calmar, que iba a volver pronto. Esa es la idea más inocente que muchos tenemos cuando estamos pasando por un momento como este. Además, es la que nos da esperanza, porque una piensa: “no quiero estar lejos porque, en el momento en que todo esté bien, voy a venir a celebrar con mi familia, con mi gente y poder ser parte de esto que estamos haciendo juntos”, pero, desgraciadamente, eso no pasó”.

Su paso por ese país centroamericano estuvo lleno de carencias económicas, miedos, insomnios. Fueron 3 meses los que sobrevivió gracias al apoyo de otras mujeres y organizaciones feministas, pese a que, con el tiempo, se daría cuenta que Honduras no era un espacio seguro.

“Estuve en Honduras en casa de una chica, donde había dos nicaragüenses que estaban huyendo, al igual que yo. Al final, el último mes estuve en un espacio que una Organización No Gubernamental me ayudó a conseguir, habían muchos nicaragüenses migrantes que estaban buscando cobijo. Pero, Honduras no fue un espacio seguro. En ese país asesinaron a varios nicaragüenses en la frontera, eran cosas que no me hacían sentir segura, además era una mujer, joven, migrante forzada, era súper difícil porque no sabes cuál va a ser tu futuro”, expresó.

Aleida cuenta que estuvo en constante comunicación con representantes de la Secretaría de Derechos Humanos de Honduras, quienes estaban pendientes de su situación y de la de cientos de Nicaragüenses refugiados en ese país. Uno de sus temores más grandes era  la presencia de paramilitares nicaragüenses en Honduras, algo que, asegura, le confirmaron los representantes de Derechos Humanos. “A lo que más le tenía miedo era a los paramilitares nicaragüenses que habían entrado a Honduras y que la gente de Derechos Humanos sabía, porque yo estaba en constante comunicación con las personas de esa institución. Ellas mismas me lo dijeron. Llegaron a las puertas de la organización y les amenazaron. Creo que lo que contuvo a los paramilitares fue el hecho de que no tenían tanto conocimiento del lugar y decidieron quedarse en la frontera, porque les era más fácil poder hacer lo que quisieran”.

Toda esta situación causó en Aleida un grave deterioro de su salud mental y física. Con el tiempo y gracias a una organización feminista, pudo acceder a una terapia alternativa para sus problemas de sueño. Aún en esa situación, no se sentía segura. “Se sentía en el aire la paranoia: no podes salir a ningún lado, sentís que te van a perseguir o que te pueden asesinar en cualquier momento y el hecho de no tener un estatus migratorio claro, te hace casi invisible. En ese país yo nunca fui a pasar consulta, no tuve acceso a la salud, fue una organización feminista la que me ayudó a conseguir una terapia no convencional, porque yo no podía dormir, porque acabas de salir del trauma, seguis en el proceso, con terrores nocturnos, te sentis perseguida todo el tiempo, tenes paranóia. Yo sabía que necesitaba acompañamiento y fue la ayuda que conseguí. Para poder ir tuve que viajar desde Tegucigalpa a San Pedro Sula, me sentí vulnerable porque me tocó ir sola y era una zona bien peligrosa”.

Su situación económica se veía solventada parcialmente por ayudas que provenían de algunas amistades y organizaciones. Eso le aportaba a sus gastos de alimentación y salud como los productos de higiene menstrual, aunque a veces, la ayuda no llegaba, pasando hasta meses “sin un peso”.

Fue todo un contexto de inseguridad, inestabilidad y falta de acceso a servicios básicos lo que la llevó a decidir, de nuevo, por desplazarse a otro país. “Consulte con amistades sobre qué es pedir asilo, no tenían idea que es un derecho humano, no sabían qué era el asilo político. Entonces comencé a investigar e hice una campaña de recolección online y así fue que junté dinero para comprar mi ticket (boleto), que fue gracias al apoyo de la gente. Puse mi descripción y que necesitaba moverme de Honduras porque no era un lugar seguro para mi y así conseguí el dinero de otras chavalas, mujeres feministas quienes me compraron el boleto porque debes tener una cuenta en Estados Unidos, o sea era todo un proceso, no era nada fácil y me siento agradecida con todas estas mujeres y de todas las personas que me ayudaron para salir de Honduras a salvo”.

Al llegar a Europa, fue acogida por una periodista holandesa por un día, luego solicitó oficialmente el proceso de asilo y fue llevada a campamentos en el que viven cientos de refugiados de muchos países, donde vivió por 20 meses. “Donde nos colocan es un lugar aparte, es como un campamento donde están los solicitantes de asilo, cuando salis del campamento te das cuenta que la vida es diferente, cada quien tiene un médico de familia, si necesitas un especialista el médico de familia te recomienda, entre otras cosas que lo hacen diferente”.

Actualmente, vive en Países Bajos, donde, pese a que su permiso de trabajo ha sido aprobado, se ha encontrado con diferentes obstáculos, sobre todo en el acceso a la salud.

“Aquí en Holanda fue que me encontré con muchas trabas en el sistema de salud. Por ejemplo, yo necesitaba hacerme el examen de Papanicolau, porque ya había pasado más de un año. No solo fue el problema de la barrera del idioma, sino que el sistema de salud está hecho para alargar todo el proceso. Todo el mundo pensaría que porque estás en Europa y estás en Países Bajos, uno de los países con mejor calidad de vida, una está bien, pero no es cierto porque hay una gran máscara detrás de eso cuando sos solicitante de asilo y eso te hace una ciudadana de tercera categoría. Tuve que solicitar el examen de Papanicolaou por casi tres meses y el día que me lo hicieron, llegó una enfermera que estaba googleando lo que iba a hacer, yo le dije “yo soy médico, ¿qué estás haciendo?” y fue peor, se puso más nerviosa, pero la necesidad es tal que no tenes de otra”.

Salvar su vida. Esa fue la principal premisa que llevó a Aleida en este recorrido hasta la actualidad. Su amada Nicaragua ya no le garantizaba esa sobrevivencia ni a ella ni a miles que lucharon en aquellas revueltas del 2018 y que siguen con la esperanza no solo de volver al país por el que dieron la vida, sino en que serán las nuevas generaciones quienes continuarán en la pelea por un país libre.

“Ahora que vuelvo a ver atrás y veo que las cosas han empeorado en Nicaragua y que se han ido más de medio millón de personas, es triste porque siento que la esperanza se está perdiendo y que el sueño de la libertad y de la democracia se ve cada vez más lejano. Por otro lado, siento que estas migraciones forzadas te ayudan a expandir tu perspectiva y ver que tal vez las nuevas generaciones son las que van a tomar las riendas de un país con un mejor propósito, que las cosas tienen que cambiar porque es insostenible vivir de dictadura en dictadura”.

*Aleida es un nombre ficticio para proteger la identidad de la fuente.