Por periodistas feministas Nicas
En los últimos cuatro años, el éxodo de mujeres en busca de mejores condiciones de vida fuera de Nicaragua es cuantioso. Atrás quedan hijos, hijas, madres, familia, casas y recuerdos. Las motivaciones varían desde búsqueda de recursos económicos, persecución y asedio político, o la realización de ideales no logrados en su país.
“Lo que me motivó a salir de mi país es pensar en la esperanza, o sea, ante un contexto social político que te agobia, que no te da alternativa, no te da salida, que no tienes las herramientas para vencerlo de manera colectiva e individual” reflexiona Isabel, una mujer nicaragüense que afirma haber migrado por una combinación de razones políticas y económicas.
En el presente artículo hablamos con 6 mujeres nicaragüenses migrantes, en países al norte de Nicaragua: Guatemala, México y Estados Unidos. Con ellas hablamos sobre sus motivaciones, lo que las llevó a moverse, lo que dejan en Nicaragua y la nostalgia de la distancia.
La nostalgia es uno de los sentimientos más recurrentes en los testimonios de migración. “Un día fui a una tienda de productos nicas y vi bolsas de “pan de a peso”, como le decimos allá y no pude contener la emoción de comprarme varias bolsas como si se iban a acabar y con alegría llamé a mi madre y le conté que había encontrado del pan que comíamos allá”, cuenta Melba, quien migró a Miami embarazada, con el que objetivo que su hija naciera en Estados Unidos. En Nicaragua trabajaba y estudiaba su último año de ingeniería en la universidad. “Estaba dispuesta a aguantar todo para que mi hija naciera aquí y tuviera un futuro mejor”, cuenta.
“Siempre hay aquella necesidad de oler lo que olías en tu país, la necesidad de llevar los sabores de tu país, la necesidad de ver incluso a las personas que ves parecidas a tu gente” reflexiona Isabel. Para ella, su origen nicaragüense estará presente mientras esté viva. Ha conocido a otras personas migrantes nicas que dicen no extrañar el país, “pero no es mi caso” afirma.
En Nicaragua, sus dos hijos pre adolescentes quedaron al cuidado de la familia paterna. Reconoce que el “sueño” de la migración en muchos casos no se cumple y que aunque es cierto que la vida de los migrantes cambia, no todo es maravilloso y es una experiencia difícil. Aún así, afirma que con las condiciones de Nicaragua no veía un futuro positivo. “Una no quiere perder las energías y las ganas de vivir y pues miras en otros países esa oportunidad” comenta.
Deslumbramiento es la palabra que utiliza Lesbia para describir su experiencia al migrar de un departamento en el interior de Nicaragua a Oklahoma, Estados Unidos. Aunque estudió en Managua, la capital, y reconoce que hay personas en Nicaragua que viven con privilegios económicos, admite sentirse deslumbrada al comparar la experiencia del nicaragüense promedio con este nuevo país.
“Por ejemplo un sofá que a nosotros nos cuesta comprarlo incluso si agarramos un crédito y no tenemos trabajo estable, puede costar 15,000 córdobas (415 dólares) y aquí la gente cambia de sofá sin problema, hasta los deja tirados en medio de la calle, y pienso ese es otro nivel de vida porque lo que podemos hacer en nuestro país es que el sofacito que tenemos lo cuidamos y le ponemos un plástico o sábana encima y lo llevamos a la tapicería a que lo reparen” reflexiona.
“Creo que las que migramos terminamos divididas, yo como tengo a mis hijos en Nicaragua, estoy muy amarrada allá; pero si los tuviera aquí conmigo me quedaría definitivamente”, cuenta Lorena una mujer que migró de manera temporal y que actualmente se encuentra en un refugio para migrantes en Guadalajara, México. Describe que en su viaje ha ido creando amistades, lazos con otras personas que también están en situación de migración, recuerdos, de manera que ha ido “contaminándose” de México; de manera que quisiera “tener un pie en mi país y otro aquí”.
Un aspecto negativo de su experiencia como mujer migrante es el acoso permanente de hombres que buscan aprovecharse de su situación de vulnerabilidad. “Como mujer te ves sometida a miradas que te acosan, te ves sometida a hombres que quieren verte como una mujer que necesita y en realidad si necesitas… al verte así te sientes desvalida, hay hombres que quisieran aprovecharse de eso y no te ayudan porque quieren ayudarte sino porque buscan algo” dice Lorena. Ella insiste en que su migración es temporal y que va a regresar a Nicaragua.
La experiencia de Gabriela es similar, en tanto tiene un par de años de migrar a Estados Unidos de manera estacional, con la intención de trabajar temporalmente, ahorrar parte de su salario y luego invertir en hacer mejoras a la casa familiar en Nicaragua. En esta experiencia identifica cambios en su perspectiva de vida como mujer. “Yo pensaba a la antigua, que debía ser una mujer buena, abnegada, que tiene que aguantar infidelidades y que el esposo tenga doble vida y sentir que yo tengo que seguir ahí porque la fé lo dice, porque la religión lo dice… pero cambié mi forma de pensar, si no, ahí estuviera, se hubieran pasado los años y hubiera estado ahí” reflexiona.
Estos cambios y rupturas ideológicas sobre el papel que tienen las mujeres en la sociedad nicaragüense vienen acompañadas de comentarios y prejuicios negativos, a nivel de comunidad cercana. “Cada vez que vengo a Estados Unidos me quiero quedar y puedo pedir asilo, pero no me nace todavía tomar la decisión. Me siento dividida entre mi país y este”, concluye Gabriela.
Estigmas y prejuicios sobre las mujeres migrantes
Todas las mujeres entrevistadas para este artículo son madres y el migrar dejando a sus hijos e hijas con la familia es un punto en común.
Eveling migró a Guatemala y tiene dos hijos en Nicaragua; para ella la distancia es lo más difícil pero no considera regresar porque está comprometida con lo que planificó para la vida de los tres. “Sé lo que quiero, lo que aspiro y como quiero involucrar a mis hijos en todo esto, ellos están dentro de estos planes… pero es difícil moverlos, pues van surgiendo cosas, no ha sido sencillo” explica.
Sobre los retos que ha encontrado al migrar destaca la importancia de la ciudadanía. “Si no te legalizas nunca vas a tener derechos. Indocumentada no vas a acumular horas para jubilarte, adquirir un crédito…ser inmigrante y no tener papeles es como ser un pajarito que vuela por los aires que come pero no es nada y eso no es progresar” reflexiona. Al igual que Isabel, Eveling insiste en que migrar no es la solución a todos los problemas y que es una decisión que no se puede hacer de forma apresurada.
Todas las entrevistadas coinciden en reconocer que, si bien hay oportunidades de cumplir sus metas en otros países, toma tiempo romper con todas las barreras que se les presentan. Estudios, experiencia, redes de apoyo y contactos, elementos personales que constituyen una fortaleza en su país, es probable no les sirvan en el país de destino.
“Hay oportunidades pero toman tiempo. No sé cuántas oportunidades pueda tener aquí donde llevo más de un año. Hay sociedades más cerradas que otras y depende de lo que busques, no es lo mismo ir a Estados Unidos que venir a México. En el primer país se puede hacer de todo sin estar legal, en México eso no se puede, necesitas permiso para todo”, dice Lorena.
Lorena se encuentra en un centro para refugiados en Guadalajara y cuenta que por allí pasan en su mayoría venezolanas, pero también ecuatorianas y colombianas y en el caso de Centroamérica llegan muchas de Nicaragua, Honduras, Guatemala y menos de El Salvador. Logra identificar la importancia de prestar atención a la salud mental y emocional de las mujeres migrantes.
Ella reconoce que le costó adaptarse a la ciudad, al conocer de casos de secuestros y mujeres desaparecidas, sintiendo también la vulnerabilidad de no contar con una red de apoyo. “Me vi en contextos más peligrosos de una violencia que yo desconocía y que me ha asustado y me ha desequilibrado un poco, me ha puesto nerviosa, un poco depresiva, son cosas que también te cambian”, analiza Lorena.
En el centro donde está ha visto pasar a muchas mujeres nicaragüenses con destino a Estados Unidos, ilusionadas por la perspectiva de mejorar sus vidas y las de sus familias; con la expectativa de una mejora inmediata y que no han tomado en cuenta los posibles obstáculos que enfrentarán al llegar. “Lo que nos mueve es la desesperanza que sentimos en nuestros países y la esperanza de que podemos lograr lo que queremos al cambiar de territorio”, continúa. Pero advierte que el ser migrante es una experiencia de desigualdad y discriminaciones.
“Hay grandes desigualdades entre seres humanos y que los derechos humanos por mucho que se aprueben en el mundo son muy desbalanceados en relación a tu nacionalidad a tu color de piel, hay mucha gente que logra cruzar la frontera gringa, pero por ser morenita o chaparrita o tienes aspecto más latinoamericano son más despreciadas. La migración te hace ver que hay desigualdades enormes y discriminación”, concluye Lorena.