Por: Fátima Cruz
Al llegar a Estado Unidos, Dalia debió conocer cómo acceder a sus derechos, entre ellos la salud, así fue comprendiendo las diferencias entre el país de origen y el de acogida. Al migrar, con poco dinero, se vio obligada a priorizar algunas de sus necesidades antes que acceder a algunos artículos o medicamentos.
Dalia denunció los actos de represión que estaban ocurriendo en abril del 2018 en Nicaragua. Al reconocer que debido a la violencia y el interés del gobierno de silenciar a las voces críticas, podían agredirla o buscarla en su casa, sintió mucho miedo y salió de Nicaragua con menos de 20 años. Nunca pensó que iba a enfrentarse a una serie de situaciones complejas en Estados Unidos, como: solicitar asilo, conseguir un empleo, acceso a la salud y otros derechos.
Como ella, muchas personas han decidido o se han visto obligadas a migrar. En 2022 fueron 217, 091 nicaragüenses quienes entraron de forma irregular a EE.UU, esta cifra representa un número histórico para un país de 6.8 millones de personas, según datos recopilados por “Nicas por El Mundo”, del medio La Prensa. También, la encuesta del Barómetro de las Américas, de 2021, evidencia que el 52% de nicaragüenses quieren abandonar el país.
A Dalia le fue difícil adaptarse a una nueva rutina y aceptar su actual realidad, los primeros meses para acostumbrarse a otro estilo de vida lo describe como un descanso al estrés que le provocó la crisis política. En este sentido, uno de los efectos del agotamiento emocional y físico que percibió al llegar fue dormir por largo tiempo, en comparación a los 53 días que solo dormitaba por dos o tres horas, explicó.
Asimismo, acomodarse a acceder a sus derechos como al de la salud fue comprender las diferencias entre el país de origen y el de acogida. “Una de mis primeras necesidades médicas fue adquirir una pastilla del día siguiente. Cuando fuimos a la farmacia nuestra sorpresa fue que valía cerca de $100.00 y no podíamos pagar. En ese instante solo estábamos siendo precavidos pero decidimos esperar. En Nicaragua vale alrededor de C$90.00 ($2.46) o la más cara C$145.00 ($3.97). Pensaba: en mi país es barata y no sabía que aquí fuera tan cara”. Acceder a métodos anticonceptivos es un derecho reproductivo. Sin embargo, Dalia reconoce que comprarla hubiera representado gastar todo el dinero que tenía, ya que en ese momento no poseía una fuente de ingresos. Actualmente, al consultar en farmacias ubicadas en el Estado donde Dalia vive, la pastilla anticonceptiva cuesta alrededor de $50.00 o más y en Nicaragua desde C$70.00 ($1.92).
Cuando Dalia necesitó otro tipo de atención médica, unas personas la llevaron al hospital y recuerda que fue una cita muy corta. Evoca que el monto de la factura por el servicio era el salario que ganaba en una quincena. “Me acuerdo que me cobraron lo que yo ganaba en una quincena de trabajo y para la consulta vas a pasar el mismo tiempo, en la misma sala de espera, aguantando las mismas cosas. La diferencia es que la sala es más bonita o más lujosa, que te cobran la consulta y las medicinas, mientras que en el otro lado (Nicaragua) tal vez te van a cobrar la medicina pero la consulta no en el sistema público. Comprendí la diferencia y le empecé a tener miedo a este sistema de salud”.
Al encontrarse en el proceso de acondicionarse y a que aún desconocía cómo funcionan algunas cosas, otro asombro fue enfrentarse a la gestión de la higiene menstrual. ̈Mi método favorito para la menstruación ha sido el uso de toallas sanitarias, simplemente porque siento que son las que menos me estorban y las que menos me irritan, puesto que ya he probado con una diversidad de opciones (como tampones, copa y otros). Cuando quise comprarlas me di cuenta que eran carísimas y el segundo problema fue que no me servían. Vi las toallas y el material no era cómodo, la calidad no era de las que usaba. Compré un paquete de 20 unidades y me costó alrededor de 10 dólares. Me dije, ¿cómo voy a pagar C$300.00 ($8.21)? Pensaba: que me duren 5 cinco días de la regla pero si dura más tengo que comprar más. A veces si sentís que es bastante dinero y también considerando que los hombres no tienen que gastar ese dinero al mes. Genuinamente andar con la regla son días que en realidad me enojan desde hace cinco años porque considero que no tengo el método con el que me siento cómoda”. Dalia explicó que hubo momentos en los que no tenía dinero para comprar toallas sanitarias, en esos días permaneció encerrada en casa y otros solo esperaba que su regla no durará mucho porque se estaba quedando sin toallas. En el presente, ha encontrado otras opciones que se adaptan a sus ingresos y con las que se siente un poco más cómoda.
El Fondo de población de las Naciones Unidas (UNFPA) plantea que las crisis humanitarias generan más barreras para obtener suministros y cuidados de higiene menstrual. La experiencia en terreno de esta instancia apunta a que las migrantes y refugiadas enfrentan grandes retos socioeconómicos, los mismos las obligan a priorizar alimentos, agua u otros antes que artículos de cuidados personales. Asimismo, Amnistía Internacional, en el artículo La menstruación y los derechos humanos, explica que no poder comprar productos como tampones, compresas o copas menstruales por la falta de recursos económicos se denomina ‘pobreza de periodo’ o ‘pobreza menstrual’… El precio de estos productos es uno de los elementos clave en este tipo de pobreza.
Dalia logró ingresar a un proceso de asilo político y al contar con documentos una organización le ayudó a conseguir un seguro de salud pagado por el Estado. Encontrarse en un nuevo país y con una depresión profunda la llevó a internarse en un hospital mental. “Estuve ingresada cuatro días y también pensaba que cada minuto que pasaba ahí me lo iban a cobrar. Me acuerdo que yo lloraba con más ganas solo de pensar en la factura. Al final hasta llegué a pensar: si me llegan a cobrar más de lo que puedo pagar les dejó una carta diciendo que me suicide porque no es posible que tenga que ir a un hospital mental y dejen con una gran deuda. Pero, cuando recibí la factura veo que todo lo había cubierto mi seguro médico, también las terapias y los medicamentos. En ese sentido, he visto el avance del derecho a la salud al tener documentos”. Ahora, Dalia también recibe seguro médico en su trabajo. Asimismo, goza de una vida más estable, cuenta con redes de apoyo, amistades y un proyecto digital en el que ha canalizado la experiencia de cómo migrar le cambió la vida.
Dalia es un seudónimo para proteger la identidad y seguridad de la persona que brindó su testimonio