
Por Gabriela Paz /Flor de acera
Este texto fue originalmente publicado en la revista centroamericana Miradas Moradas
El Salvador, a pesar del contexto cada vez más opresivo y peligroso para la agenda de los derechos sexuales y reproductivos, fue el escenario de algo que parecía improbable: el encuentro de quince mujeres bisexuales dispuestas a reflexionar, reconocerse y (bi)sivilizar la experiencia bisexual. Quince mujeres bisexuales que llegamos desde distintos rincones y trayectorias, para encontrarnos en un país donde el silencio a veces parece la única manera de sobrevivir.
De la mano y con el acuerpamiento colectivo de Bisexualas México, nos reunimos los días 6 y 7 de junio de 2025 en lo que fue —según sabemos— el primer Encuentro de Mujeres Bisexuales en el país.
Quienes llegamos lo hicimos con caminos distintos, pero con ganas comunes. Algunas veníamos desde trayectorias compartidas en el feminismo; otras, desde espacios de creación colectiva, del periodismo, de la militancia o de nuestras formas particulares de habitar la disidencia. Nos supimos diversas, plurales, tejidas por el contexto sociopolítico, por la precariedad, la resistencia y el cansancio; pero también por la urgencia de encontrarnos, de reconocernos para sostenernos, de hacer espacio para abrigarnos en la alegría, reconociendo que esto un acto político.
Las primeras reflexiones brotaron desde esa necesidad compartida de revisar nuestras historias, nuestras formas de estar en el mundo como mujeres bisexuales en un país que no nos ve. ¿Cómo hemos habitado esta identidad dentro de los movimientos sociales? ¿Qué hemos hecho con la culpa, con el deseo, con la mirada que nos exige definición o nos condena al riesgo? ¿Qué significa ser bisexual en un lugar que nos borra?
Habitar la bisexualidad en El Salvador es moverse constantemente en la frontera. Es lidiar con la invisibilización desde afuera, pero también desde adentro de nuestras propias luchas. No hay cifras que nos nombren. En el censo nacional de población y vivienda de 2024 no existimos. Tampoco contamos con derechos patrimoniales si vivimos con una pareja del mismo sexo o con una identidad de género distinta a la asignada al nacer.
El sistema de salud no nos atiende como sujetas de derechos, sino como cuerpos riesgosos, indefinibles fuera del binarismo de la práctica sexual. Nos niega, nos patologiza, o simplemente nos ignora —en nuestras dudas, en nuestras necesidades.
Ser bisexual aquí implica miedo. Miedo al rechazo, a la violencia, al aislamiento. Pero también implica rebeldía. Rebeldía frente a la expectativa de lo binario, de lo estable, de lo domesticable. Decimos que no tenemos agenda. Pero quizás nuestra agenda sea precisamente esa: decirnos, nombrarnos, contarnos, inventar espacios como este para construir comunidad.
Reconocemos que se nos ha colocado en categorías que amontonan lo LGBT sin distinguir las diferencias, sin registrar la necesidad de nombrarnos con nuestras propias palabras, de trazar nuestras propias agendas. Reconocimos experiencias de violencia dentro del mismo movimiento feminista, expedido por nuestras parejas o amigas lesbianas. Hemos sido sujetas de la sospecha constante.
En nuestras relaciones afectivas también habitamos lugares de riesgo. Algunas compartimos sentirnos seguras al expresar nuestra orientación con amistades, parejas, incluso con nuestras familias. Pero muchas otras hablamos del miedo persistente al rechazo, a la exclusión. Coincidimos en que el despertar del deseo en la adolescencia fue, para muchas, un tránsito doloroso: censurado, violentado, marginado. En muchos casos, quedamos solas frente a sensaciones que no sabíamos cómo nombrar.
Vivir como mujeres bisexuales es también vivir atravesadas por otras condiciones: ser mujeres, pobres, migradas, feministas; portar otras experiencias e identidades políticas. Hemos desarrollado estéticas y maneras de estar que se enfrentan constantemente con la mirada ajena: la sorpresa, la sospecha, el intento continuo de encasillarnos en el binarismo de género. Reconocemos que, como mujeres, fuimos educadas en el deseo masculino y la validación como procuradoras de placer.
Nuestros cuerpos erotizan cuerpos parecidos al nuestro, pero ese deseo ha sido perseguido, silenciado, a veces vivido como fuga, otras veces como construcción a contracorriente. La industria pornográfica y los medios de comunicación han fetichizado nuestras experiencias. Las narrativas que se construyen sobre nosotras están ancladas en prácticas sexuales reduccionistas: se nos tilda de promiscuas, de indefinidas, de confundidas, víctimas de la histeria o de potenciales trastornos mentales.
Y, finalmente, tras momentos de descarga y compartir desde la experiencia, concluimos con la necesidad de construir espacios propios, estamos claras que los espacios se construyen y se gestan.
Sabemos que esta experiencia no es un punto final, sino apenas una chispa. Nombrarnos, escucharnos y mirarnos entre nosotras es apenas el comienzo de ese construir una agenda propia, tejida desde nuestras experiencias. Una agenda que no pide permiso para existir, que no necesita encajar en lo ya establecido, y que se atreve a imaginar para nosotras, las mujeres bisexuales.
Que este encuentro no sea el único, que nos permita seguir abriendo grietas en la norma, sosteniéndonos en comunidad, y creando los espacios que aún no existen, pero que ya estamos tramando.