Editorial de Revista La Brújula
A nuestras lectoras y lectores un mensaje en la antesala de los comicios electorales. Es casi imposible no tener sentimientos encontrados al participar de una elección arreglada de antemano, que parece casi un trámite, la consumación de un golpe a la frágil democracia salvadoreña que deberíamos poder proteger con nuestro voto.
Para otras personas este episodio pasa casi desapercibido, sin conocer propuestas políticas de las candidaturas presidenciales, legislativas y municipales, a las que los grandes medios de comunicación solían dar cobertura. El bullicio habitual que las elecciones causaban en la sociedad salvadoreña ha sido suplantado por un silencio parecido a la complicidad o al miedo. El alto costo de la vida, la falta de oportunidades y tantos males endémicos que son el día a día para las grandes mayorías pareciera que han sido mitigados con el placebo de la propaganda y la narrativa de un país de las maravillas.
Estas elecciones no son como cualquier otra. No solo por el hecho de la participación de un candidato inconstitucional, sino porque no hay contrapesos capaces de parar el abuso de poder, ya que la democracia misma ha sido coptada por grupos que no creen en ella, pero se sirven de sus debilidades para hacer parecer legítimo lo ilegal.
Es un reto ver en la naturaleza de estas elecciones un ejercicio democrático, porque no parece ser favorable para la misma democracia, pero a larga debe ser una lección importante de cómo la democracia puede convertirse en demagogia. Pese al montaje de delegar la presidencia por seis meses, una interpretación burda de una Sala de lo Constitucional ilegítima y los torpes malabares argumentativos del vicepresidente Felix Ulloa, todo El Salvador, el mismo Bukele incluido, sabemos que es inconstitucional.
Pero aunque los resultados parecen prefabricados, a las personas que nos gusta vivir en democracia, con libertad de expresión, sin miedo a repercusiones laborales, legales o incluso físicas por decir y pensar diferente, nos queda el deber de hacer valer nuestro derecho al voto. Ejercer un voto inteligente, no dando todo el poder solo por razones de desilusión de la política tradicional, comodidad intelectual o superficialidad.
El Salvador tiene larga data de cultivar la mala costumbre de vivir con miedo, tomar decisiones al filo de la navaja. La violencia del despojo y el abuso de poder económico formaron una sociedad con dictaduras militares, guerra civil de pobres contra pobres, pandillas, líderes mesiánicos y abusivos que solo son el reflejo de un problema más profundo. Una pedagogía de la violencia que debemos romper.
No es posible que como sociedad sigamos aplaudiendo soluciones basadas en intimidación y abusos que a la larga engendran nuevos problemas. Solucionar el problema del crimen organizado no está peleado con el respeto a las leyes salvadoreñas que cuenta con suficientes capacidades para enfrentarlo. Los países no progresan por caudillos, sino por instituciones fuertes y una cultura de ciudadanía activa.
Estas elecciones nos dan la oportunidad de pensar nuestro voto, pensado en la redistribución del poder político de los órganos legislativos y municipales, generando contrapesos y nuevas participaciones de preferencia de mujeres que han sido protagonista y han alzado su voz a pesar de la violencia y ridiculización que han sido sometidas pero que sin duda son las heroínas de esta parte de la historia.
Estas elecciones nos dan la oportunidad de ejercer nuestro deber ciudadano y que el poder no se concentre y que podamos evitar la tiranía, atropellos a la dignidad de las personas, y que los pocos recursos que tenemos no se concentren nuevamente en unas pocas familias y sus lacayos
Poner en práctica la participación ciudadana no solo en el sufragio, sino en nuestra convivencia y valores que nos permitan construir un país que funcione para todas las personas y donde los caudillos no tengan ninguna oportunidad.