Por Periodistas Feministas Nicas
La violencia obstétrica abarca un conjunto de prácticas deshumanizantes realizadas por el personal de la salud en los consultorios, hospitales y clínicas del ámbito público o privado y representa una violación de los derechos humanos de las mujeres, desde el enfoque de los derechos de la salud y de los derechos sexuales y reproductivos.
Nicaragua es un país que no tiene contemplada esta violencia en ninguna de sus leyes, pero sigue reportando muertes maternas. Según datos del Ministerio de Salud de Nicaragua (MINSA) retomados por Perspectivas Suiza, entre 2021 y 2022 hubo “37 mujeres que fallecieron durante el embarazo o el parto en Nicaragua” por cada año, que si bien indican una reducción en la tasa de mortalidad materna, estos datos siguen generando alarma y duda sobre las causas de estas muertes.
Por otro lado, el sistema penaliza todas las formas de aborto en el Capítulo V del Código Penal de Nicaragua y castiga con prisión a las mujeres que ejerzan su derecho a decidir y al personal médico que brinde los servicios para una interrupción.
Así que en este contexto de contradicciones jurídicas y vulnerabilidad a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, María, Sofía y Alondra, tres madres nicaragüenses que estuvieron embarazadas y dieron a luz en distintos contextos socio-políticos; comparten sus testimonios basados en experiencias hostiles y traumáticas de violencia obstétrica, pero también sus reflexiones, que se derivan de estos eventos.
Alondra, un parto traumático en un hospital público de 1992
“En 1991 estuve embarazada y en 1992 di a luz a mi única hija porque ese día del parto me di cuenta que no quería volver a repetir ese mal rato, porque el parto fue horrible y dije que parir no era para mí”, recuerda Alondra.
La mala experiencia que atravesó no fue por las contracciones naturales y el nerviosismo de ser mamá primeriza, sino, por un sin número de gestos, frases e incluso golpes que sufrió por parte de las enfermeras y ginecóloga en la sala de parto del hospital público, donde llegó para ser atendida.
“Era una joven de 19 años y sentí que los doctores y enfermeras no se portaron gentiles, a pesar de que había pasado mucho tiempo en el hospital esperando dar a luz a mi primera hija. Con las contracciones, ya había perdido fuerza y en la labor de parto me decían de una manera violenta que hiciera fuerza, una doctora me dijo que sino no me costó abrir las piernas para tener hombre y que por qué ahora pariendo no les daba espacio para trabajar, hasta me llegaron a pegar duro para que las mantuviera abiertas, y yo les decía que me sentía débil que era involuntario cuando cerraba mis piernas”, enfatiza Alondra.
Aunque han pasado 31 años de su único parto, ella recuerda los detalles vívidamente y por muchos años Alondra, se sintió culpable de no haber tenido la fuerza suficiente que le demandaban el personal médico. Pero luego de hablarlo con otras mujeres y de ver videos en internet, se dio cuenta que su parto estuvo rodeado de varias expresiones de violencia obstétrica y entiende que nunca debió de atravesar ese momento traumático.
Sofía, dos embarazos y múltiples expresiones de Violencia Obstétrica en 2009 y 2016
Sofía tuvo su primer embarazo a los 24 años, y tuvo acceso a la atención médica gracias a estar inscrita en el sistema de seguro social nicaragüense. Durante la consulta donde se enteró de estar embarazada, fue atendida por un doctor que al examinar físicamente le realizó tocamientos indebidos; así que este evento, fue una de las primeras violaciones a su integridad en un contexto de salud privada.
Sofía hizo cambio de hospital y en el nuevo centro, se sintió mejor atendida por una doctora, a quien ella solicitó para que fuese la ginecóloga que la acompañara durante todo su embarazo, pero el seguro médico no garantiza esa exclusividad y en este sentido señala que “afecta emocionalmente, da una incomodidad sobre cómo una se siente, andar abriendo las piernas con varios doctores desconocidos, que muchas veces ni han leído el expediente, es feo”.
El período de las contracciones para dar a luz fue de tres días, y en dos ocasiones regresaron a Sofía del hospital a su casa bajo la versión de que le faltaba para empezar labor de parto. En esos días ella padeció bastante dolor y la tercera vez que regresó, tuvo que asumir un rol de desesperación para que la admitieran en el hospital, sin embargo, pasó alrededor de 6 horas en la sala de espera sin ser remitida a la sala de maternidad.
“A las 9 de la noche empecé a sentir los dolores más intensos, porque me pusieron una pastilla sin ser informada para inducir el parto y como no dilataba, una doctora me pinchó la bolsa. Fue un parto natural, sin sedantes, pujé hasta que salió la bebé y cuando me dan de alta y voy al baño me doy cuenta que tengo una costura en el perineo, o sea que me habían hecho la episiotomía y hasta ese momento pensaba que era algo normal, algo que debían hacer sin informarme”, explica Sofía respecto a su primer parto.
Otro momento complicado y consecuencia de la violencia obstétrica, fue su primera relación sexual después de la recuperación postparto porque fue dolorosa, debido a la episiotomía, “la primera relación sexual después del parto fue dolorosa, incluso creo que tuve un pequeño desgarre porque con la episiotomía me cerraron un poquito más de lo debido y luego leyendo e investigando me di cuenta que hay algo que le llaman la costura para el marido, y es para tallarte más para el placer de tu esposo. Pero a una no le preguntan nada, deciden sobre tu cuerpo como si fueras una cosa”, relata Sofía.
Con el segundo embarazo, Sofía se enfrentó a otros matices de la violencia obstétrica, porque fue un parto por cesárea y su bebé venía con una condición de salud delicada. Antes de entrar al quirófano no tuvo una explicación médica sobre el estado del bebé a pesar de que la solicitó a diferentes médicos, por lo que esa omisión de la información la hizo entrar en angustia y más aún, porque el personal estuvo insistente en que aprovechara la cirugía para realizarse la esterilización, sin argumentar las razones o conectarlo con el estado de salud de su hijo.
“Me tuvieron que dormir completamente y no me enteré de la condición de mi hijo hasta el día siguiente, tenía esa angustia de no saber lo que había pasado y la duda de por qué me insistieron de que me ligara las trompas y cómo no entendía la situación no estaba segura de esterilizarme, pero al final lo hice y sentí que me obligaron. En sí tuve esas dos experiencias de violencia obstétrica en mis dos partos, en el primero fue más físico y en el segundo más emocional que otra cosa”, concluye Sofía.
María, un legrado negado en 2014
María tuvo su primer embarazo en 2014, pero a la octava semana ella empezó a sentir dolor en el vientre, la espalda y tener un leve sangrado que la llevó a pasar consulta al centro de salud de su pueblo, sin mucha explicación la doctora general de turno, le dijo que su caso lo debían de ver en el hospital.
Sin embargo, María se sentía mal y decidió pagar una consulta en una clínica privada donde le hicieron un ultrasonido y le indicaron que tenía un embarazo anembriónico. La revista médica certificada Reproducción Asistida, en su sitio web define a este tipo de embarazo como “clínicamente reconocido, donde se observa un saco gestacional vacío sin señales de que exista un embrión en su interior y una de las causas de aborto espontáneo que ocurre muy frecuente”.
El médico que le dio el diagnóstico a María, le indicó que debía realizarse un legrado para evitar más dolor o una infección, pero que no podían hacérselo en la clínica porque era contra la ley y debía ir al hospital.
“Tuve un aborto por un embarazo anembriónico, tenía solamente el saquito gestacional y tenía que sacarme eso porque me podía dar una infección. Me fui al hospital para que me hicieran el legrado, y les expliqué el por qué, desde allí empezó el cuestionamiento y me quedaban viendo de una manera que me hicieron sentir mal, acusada, como que tenía la culpa o había hecho algo malo”.
Luego del interrogatorio, le dijeron que le iban hacer el procedimiento, le pusieron anestesia y ella se durmió totalmente, al despertar le dijeron que debía volver mañana. Sin embargo, María seguía sintiéndose con dolor, sangrado y tuvo hasta fiebre, al regresar el día siguiente según la orientación médica, otro doctor le realizó el mismo cuestionamiento y expresó rechazo y desaprobación a su relato a través de gestos y miradas.
“Me hicieron otro ultrasonido y el doctor me dijo ´mirá María, allí tenés todo, allí no te sacaron nada´, me quedé asustada y le dije que cómo era posible si la doctora me dijo que ya lo había hecho. No sentí que me estaban apoyando en la situación que tenía, me sentí mal psicológicamente y esta vez el doctor sí me hizo el legrado que necesitaba, pero es algo que sigo recordando”, finaliza María, sobreviviente de la violencia obstétrica y de causas comunes de la muerte materna.
La normalización de la violencia
Alondra, Sofía y María concuerdan en que fueron experiencias traumáticas y violentas las que atravesaron y que ninguna mujer dando a luz o atravesando un aborto espontáneo deberían recibir maltratos del personal médico, porque los centros de salud y hospitales son espacios “de ayuda, no lugares de tortura” como indica Alondra.
Además, señalan que hablar con otras mujeres de su familia, amistades e informarse en internet, les ha funcionado para entender que la salud sexual y reproductiva son derechos de las mujeres, y limitar el acceso o la atención con calidad, son violaciones a los derechos humanos y que a pesar de la frecuencia con que pasan estas prácticas violentas y deshumanizantes, no se deben normalizar.
Todas encuentran un valor significativo en compartir con otras mujeres sus experiencias, no para generar miedo sino como una invitación a que ellas y sus familiares estén alertas y atentos durante la labor de parto, y también de cuidar y acuerpar a las mujeres que sufren abortos espontáneos.
También recomiendan buscar a ginecólogas mujeres que tengan perspectiva de género o sean feministas para evitar comentarios insensibles y tratos inhumanos, “aunque no haya una ley contra la violencia obstétrica, hay que informarse de que existe, y que no debe pasar”, concluye Sofía.