
Por Katy García
Nos dijeron que el amor lo podía todo. Nos hicieron creer que el amor era sacrificio, que amar significaba soportarlo todo, que, si era difícil, valía más. Nos enseñaron que el amor de verdad es el que duele.
Pero nadie nos advirtió que el amor también enferma. Nadie nos dijo que detrás de los celos que nos venden como prueba de amor hay control y manipulación. Nadie nos explicó que el «te necesito» que parece tan romántico en las canciones puede ser el primer paso hacia la dependencia emocional. Que los silencios fríos, las humillaciones disfrazadas de bromas, el chantaje emocional y el aislamiento de amigos, amigas y familia no son parte de una historia de amor, sino de una historia de violencia.
Porque la violencia psicológica en pareja no deja moretones en la piel, pero sí cicatrices en la mente.
Desde pequeñas nos contaron cuentos de princesas que esperaban a un príncipe para ser rescatadas. Nos dijeron que el amor era el centro de la vida, el objetivo final, la felicidad absoluta. Simone de Beauvoir lo escribió con lucidez en el libro El segundo sexo: «El amor ha sido para la mujer la única vía de acceso al absoluto, la única manera de dar sentido a su vida».
Pero lo que nunca nos contaron es que ese amor de película, ese amor absoluto y devorador, puede convertirse en una jaula.
Coral Herrera, escritora y experta en estudios de género, lo explica bien: «El amor romántico nos convierte en esclavas de nuestros propios sueños y esperanzas. Nos hace aguantar lo inaguantable en nombre del ideal del amor perfecto». Y es que el amor, en el imaginario colectivo, no es un espacio de paz, sino de lucha: nos enseñaron que hay que pelear por el amor, que si duele es porque vale la pena. Nos acostumbraron a la angustia, a los celos, a la incertidumbre. Nos vendieron la idea de que el sufrimiento es prueba de amor.
La violencia psicológica no siempre empieza con gritos o insultos. A veces es una mirada de desprecio, un «te vistes como ridícula», un «sin mí no eres nada», un «nadie más te va a querer». Es ir poco a poco perdiendo la confianza en una misma, sintiendo que sin esa persona el mundo se acaba. Es aprender a vivir con miedo: miedo de hablar, de enojar, de ser demasiado o de no ser suficiente.
Y lo peor es que muchas veces, cuando intentamos hablar de esto, nos dicen que exageramos. Que no es para tanto. Que todas las parejas discuten. Que así son los hombres. Que así es el amor.
Pero la realidad es otra. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) estima que, en América Latina, el 30% de las mujeres ha sufrido violencia psicológica por parte de su pareja. En El Salvador, el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer (ISDEMU) reportó en 2023 que el 46% de las mujeres ha experimentado algún tipo de violencia en sus relaciones. Y la violencia psicológica no solo afecta a mujeres: también la sufren personas con otras identidades de género que han crecido con el mismo mito del amor romántico.
Las consecuencias son devastadoras. Estudios han demostrado que la violencia psicológica en pareja está relacionada con ansiedad, depresión, baja autoestima, síndrome de estrés postraumático e incluso ideación suicida. La mente se llena de dudas, la identidad se diluye, la vida se convierte en un constante estado de alerta.
Salir de una relación de violencia psicológica no es fácil. La dependencia emocional es real y está reforzada por años de cultura que nos ha hecho creer que el amor es lucha, que hay que aguantar, que estar sola es un fracaso. Pero cada vez más voces están cuestionando estos mitos. Coral Herrera insiste en que es urgente construir nuevas formas de amar, donde el amor no sea sinónimo de sacrificio sino de bienestar. Porque, como ella dice, «quererse bien es revolucionario».
Es tiempo de cambiar la narrativa. De enseñarle a las nuevas generaciones que el amor no es posesión, que los celos no son románticos, que el respeto y la libertad son la base de cualquier relación sana. Es tiempo de reconocer que el amor no debería enfermarnos, que si nos duele no es amor, es violencia.
Y, sobre todo, es tiempo de recordarnos que el amor más importante, el único imprescindible, es el que nos tenemos a nosotras mismas.