Irma trabajó por más de siete años en un comedor de alimentos al carbón en San Salvador y en un restaurante en Santa Elena, Antiguo Cuscatlan. Carmen, su compañera, trabajaba solo el turno de la mañana para ocupar más tiempo en trabajos de cuidado. El primer empleo de Aranza fue en un chalet del Mercado Central de San Salvador, donde preparaba café y embolsaba frescos; mientras que Marlene inició como repartidora de alimentos en 2019. La discriminación por género y la violencia laboral, incluido el acoso sexual, son problemas persistentes que afectan la calidad de vida y el bienestar emocional de las mujeres en este sector. La falta de medidas efectivas para abordarlas agrava aún más la situación, dejando a las trabajadoras sin la protección necesaria para enfrentar estas realidades cotidianas.
Sus historias tienen en común relatos de condiciones laborales precarias, salarios muy bajos y otros tipos de violencias y la redefinición de trabajo. Sin embargo, también nos cuestionan sobre una nueva forma de redefinir el -trabajo- donde este responda al proyecto de vida de las mujeres en condiciones dignas y prestar atención a los mecanismos para responder a las demandas de este sector, como el convenio 190 y 172. En este especial, nos preguntamos: ¿Cuánto cuesta el plato de comida que nos llega a domicilio o el que consumimos en un restaurante o comedor?
Por Fátima Cruz
Dos, tres, nueve, 35 platos de comida. ¡Salen! Para muchas mujeres, como Irma, estas son las palabras que escuchan todos los días. Ella trabajó por más de siete años en un restaurante en Santa Elena, Antiguo Cuscatlan, y en un comedor de alimentos al carbón, muy famoso en San Salvador. Ambos empleos le permitieron generar ingresos y sostener a su familia, tras salir de un matrimonio en el que su exesposo le impedía trabajar a tiempo completo, ya que insistía que su lugar estaba en el hogar cuidando de los hijos.
Aprovechando que se formó en repostería, cocina y al contar con habilidades de servicio al cliente, decidió abrirse camino en el sector de alimentos. A las 5:00 a.m. entraba a trabajar en el restaurante y se encargaba de abrir el local, si demoraba unos minutos, comenzaban llamadas de la dueña para saber a qué se debía el retraso, ya que contaba con cámaras para verificar el horario. En el comedor, tenía turnos de ocho horas por la mañana y de nueve en la noche. Entre sus tareas, en ambos lugares, se encontraba repartir de 20 a 40 platos de comida a empresas, usando su vehículo; atender a clientes en el establecimiento; encender carbón, para asegurar que la brasa estuviera lista para cocinar; comprar, cargar y lavar verduras, preparar arroz, cocinar, asar carne con carbón, embolsar frescos, preparar ensaladas frescas, lavar pescado, lavar platos y cocinas, entre otras muchas labores.
Para Irma, no existen tantas diferencias entre trabajar en un comedor y un restaurante. Desde su experiencia, enfrentó diversos desafíos: la presión de cumplir con los pedidos a tiempo, con las demandas de la clientela y cumplir las normas de la dueña al entregar raciones contadas por ella (cada rodaja de plátano, cada cucharada de huevo…); escuchar reproches de sus jefas y encontrarse en un ambiente donde el estrés y las tensiones no aportaba a sentirse un espacio seguro. Por otra parte, este lugar también se volvía adverso debido al acoso de parte de los clientes. “Cuando se dan cuenta que una no tiene pareja, los clientes dicen cosas como: “una de la cafetería o más de alguna tiene que estar conmigo». Otro, cuando fui a entregar platos, me dijo que me iba a regalar un consolador porque yo -por eso- llegaba amargada, esto después de decirle que no le podía darle dos frutas sino que una porque las raciones nos las daban contadas.
A esto se sumaba la desconfianza y el maltrato verbal hacia las empleadas, al acusarlas de robar. Esto porque algunos días no alcanzaba la comida, sobre todo cuando vendían más rápido lo que cocinaban y había más demanda. En este sentido, la falta de reconocimiento de su trabajo y las sospechas hacían más pesados sus turnos. “Deseaba salir de ahí porque trabajar en restaurantes es pesado. Y en mi experiencia en ambos lugares, todos piensan que usted le va a robar las cosas y que va a robar comida. En uno nos daban el almuerzo, pero teníamos que comer lo que sobrara y si era sopa mejor.” En este sentido, el artículo 10 de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres (LEIV) establece que Violencia Laboral se define como aquellas acciones o falta de acciones dirigidas hacia las mujeres, que se repiten de manera continuada y persistente en entornos laborales, ya sean públicos o privados. Estas acciones pueden manifestarse en forma de agresiones físicas o psicológicas que vulneran su integridad, dignidad personal y profesional. Además, pueden obstaculizar su acceso al empleo, ascenso o permanencia en el mismo, así como infringir su derecho a recibir un salario equitativo por un trabajo de igual valor.
Un aliento para esos momentos era la solidaridad y el compañerismo de otras mujeres, como la de su amiga Carmen. Su compañera trabajaba solo el turno de la mañana para ocupar más tiempo en los trabajos de cuidado, ya que tenía dos hijas pequeñas. Según el estudio Sistema de Pensiones en El Salvador. Un acercamiento feminista, las horas que las mujeres dedican al cuido sin pago para dos infancias menores de cinco años en pobreza extrema es de 19.2 para mujeres y 5.3 para hombres; en pobreza relativa: 16.1 para mujeres y 4.4 para hombres; y no pobres: 16.2 para mujeres y 5.4 para hombres.
Irma y Carmen compartían sus labores en su mayoría con mujeres con edades de 30 a 60 años, mientras que la presencia de hombres era menor, pues en uno de los tantos oficios feminizados, tal como lo señala el documento Mujer y Mercado Laboral 2016 Indicadores de Género en el Mercado Laboral y La Maquila textil en El Salvador, presentado por ORMUSA en 2017. El estudio señala que una de las ramas de actividad económica feminizadas son: comercio, hoteles y restaurantes. Por otro lado, de 2007 a 2015 los sectores que más contribuyeron a la generación de empleo ocupado por mujeres fueron comercio, hoteles y restaurantes con 9.8 puntos. Para el 2019, el sector de comercio, hoteles y restaurantes fue el que concentró mayor parte de la población empleada en El Salvador con el 31.0%, en el que las mujeres representaban el 44.40% y los hombres el 21.50%, con el promedio salarial de $283.49 y $382.20, respectivamente. Según el Ministro de Trabajo y Previsión Social, en 2022, entre principales sectores que lideraron el incremento en cotización es el comercio con restaurantes y hoteles con el 10.30%.
Irma recibía $40.00 al día al trabajar dos turnos, 17 horas aproximadamente, trabajando largas jornadas desde la mañana hasta altas horas de la noche, debido a esto apenas encontraba tiempo para ir a citas médicas para atender su hipertensión, descansar o cuidar de sí misma. El estrés y la fatiga física se mezclaban con las preocupaciones personales y dificultades económicas. “Yo soy hipertensa y obviamente tenía que tener mis controles porque si no tomo el medicamento alguna emoción puede afectarme. Cuando tenía mis controles tenía que pagarle a alguien para que cubriera mi turno o ponerlos después de mi horario de salida”.
A sus 18 años, tras terminar su formación en salud, Aranza Santos dejó currículums en farmacias y laboratorios cercanos a su colonia. Sin embargo, no obtuvo ninguna entrevista. Su primer empleo fue en un chalet del Mercado Central de San Salvador, en este preparaba café, embolsaba frescos, adquirió experiencia en atención al cliente y preparación de bebidas. Pero, las condiciones del lugar como la exposición a la humedad en el suelo del mercado, las quemaduras por el café caliente y el ambiente inseguro, debido a la violencia en la zona, la llevó a buscar nuevas oportunidades.
Trabajó en dos bares de San Salvador por recomendaciones de un amigo. En el primero laboró aproximadamente un año y medio, preparando bebidas y atendiendo las mesas. Sin embargo, se le asignaron tareas adicionales como preparar comida y cubrir turnos de este bar y de otro establecimiento vecino; o ir a comprar al mercado, lo que implicaba largas jornadas laborales y ninguna mejora salarial. “Eran más horas extras y el salario no me subía. Yo llegaba a las 11:00 a.m. y salía, a veces, a las 2 o 3 de la madrugada. A esa hora me iba a mi casa porque no me gustaba amanecer ahí, aunque me daban la opción de ponerme una colchoneta para que pudiera dormir. Pero, a mí me daba miedo. ”
En el segundo bar encontró un ambiente de trabajo más relajado y con mejores propinas, donde se convirtió en la primera mujer trans empleada. Su principal responsabilidad era atender la barra. En este lugar se sintió respaldada por sus compañeros y recibió un mejor trato. Sin embargo, los horarios extenuantes comenzaron a afectar su salud física y emocional. Experimentó episodios frecuentes de migraña debido al agotamiento y la falta de descanso adecuado. Lo que dificultó aún más su situación fue no tener tiempo para buscar atención médica adecuada. “Padezco de migraña crónica, los desvelos me afectaban bastante. En esos tres años, me dieron alrededor de unos 10 a 11 episodios de migraña. Me sentía más débil, más cansada, agotada mentalmente”. También, el uso obligatorio de tacones altos, contribuyeron a molestias físicas como calambres y cansancio extremo. “Tenía que andar con tacones y parada todo el tiempo, hasta cuando estaba en barra. Yo tenía que llegar despampanante, me decía mi jefe. Me decían que era para llamar la atención de manera vistosa. Pues una mujer trans elegante y vestida así, de una manera artística, se ve mejor así dentro de los bares”.
Aranza describe que los estereotipos de belleza y comportamientos afectaron su experiencia laboral en bares. Se sentía presionada a presentarse de manera -glamorosa y sonriente-, incluso llegando a arreglarse en el propio bar por falta de tiempo. Su jefe insistía en que “destacara” entre el resto. Este enfoque en la apariencia la llevaba a conflictos ya que no se identificaba con los estándares de belleza hegemónicos. “Yo no me rijo bajo estándares de belleza. Entonces, no era algo que me agradara. Lo hacía por mi trabajo nada más y realizaba una inversión económica porque yo tenía que gastar en maquillaje, en medias y tacones” Además, enfrentó acoso y solicitudes inapropiadas de clientes. Esta situación la afectaba y le representaba problemas en sus relaciones interpersonales.“Tenía que estar -acostumbrada- a que me estuvieran tocando. Tenía que acceder a los toques de mi cuerpo porque estaba trabajando y ‘los clientes tenían la razón’, bajo este contexto, sí había bastante violencia sexual”.
Este tipo de violencias también se encuentra en el servicio delivery de comida y otros rubros que se dedican al trato con clientes, empleados y empleadas de restaurantes.
Marlene inició como repartidora de alimentos en 2019 y dejó este rubro tres años después. Ella contaba con un empleo formal en una ONG pero buscó uno adicional debido que su sueldo era poco y no respondía a cubrir sus responsabilidades económicas. Comenzó a hacer entregas a través de una plataforma de reparto en línea, aprendió el proceso, conoció las rutas y se adaptó a la percepción social que tienen de las personas que trabajan en delivery para seguir adelante. Ser repartidor o repartidora a menudo es visto como un trabajo de personas sin educación. “Ven a un o una repartidora como una persona que no tiene estudios, una persona que no es culta o qué sé yo, eso fue lo que más me costó para acoplarme a este trabajo”. Esto también se reflejaba en los establecimientos en los que esperaba que le entregaran la orden. “Hay restaurantes prestigiosos donde te dicen -ahí esperen- y es donde está la basura, las cajas con cervezas. Es un rincón sucio y ahí te ponen a esperar”.
Para Marlene, durante la entrega de alimentos a domicilio, las personas están expuestas a diversos riesgos. “Un señor una vez me dijo que si no me quería quedar a comer con él. Le contesté: ‘no muchas gracias’ y me di la vuelta rápido. Lo que voy a decir es que una siente que tiene que salir de ahí. Pero, fue la única vez”. Con sus compañeros no sufrió ningún acoso. “Por ser mujer sí tenés acoso. Yo puedo decir que tuve suerte porque mi amigo ya estaba en la plataforma. Él ya tenía un grupo de amigos, entonces cuando llegué y tuve la suerte de que nadie me acosaba”.
Otra situación que describe es que a pesar de tener cierta libertad en cuanto a horarios y ganancias, no contaba con beneficios ni seguridad laboral. Explica que la plataforma no ofrecia seguro ni indemnización en caso de accidentes, y que los repartidores asumen todos los riesgos. Aunque se les presenta la oportunidad de ganar dinero según la cantidad de pedidos que completen, no tienen un contrato formal ni garantías laborales básicas. “Así te venden esta historia: te dicen que te están prestando la plataforma para que hagas los deliverys y podas obtener dinero en los horarios que decidas. No hay un sindicato porque al final no se firma un contrato.”
Enfatiza en que construir lazos de compañerismo es importante para solidarizarse ante las mínimas condiciones laborales. Recuerda a un compañero, que era muy reconocido por llevar la mayor cantidad de pedidos al día, sufrió un grave accidente mientras realizaba entregas para la plataforma y perdió ambas piernas. A pesar de esto, la plataforma no se hizo responsable y proporcionó poca ayuda económica. Aunque la empresa le ofreció un puesto de trabajo en la oficina después de algunos meses lo retiraron. Fueron sus compañeros los que se juntaron para reunirle apoyos y lo ayudaron algunos meses con dinero.
Durante ese periodo, Marlene resaltó la importancia de la humildad que la acompañó a lo largo de los años, así como el fortalecimiento de hábitos como la puntualidad en su trabajo. A pesar de enfrentar inicialmente desafíos debido a la percepción negativa de algunos clientes, aprendió a no permitir que los prejuicios la afectaran. Reconociendo que el trabajo de repartidora no debe menospreciarse, ya que puede ser la principal fuente de ingresos para muchas personas o el sostén económico fundamental para muchas familias.
Mujeres y violencia de género en el sector alimentos
Carmen Urqulla, coordinadora del programa Justicia Laboral de ORMUSA, y Rhina Juárez, coordinadora del Centro de Atención Legal y Psicológica de la misma ONG, explican que existe una situación de desprotección para las mujeres en el ámbito laboral, especialmente en sectores como comercio, servicios, restaurantes y delivery. Muchas trabajan sin contratos formales, lo que les impide tener ingresos estables y acceso a seguridad social. También, están expuestas a violencia laboral, tanto de jefaturas, colegas, como de clientes, debido a la naturaleza de sus trabajos. Reconocen que este sector carece de sindicalización y a menudo no reciben el salario mínimo ni se les reconocen derechos laborales básicos, como horas extras, vacaciones y aguinaldos. En este sentido, la Procuraduría General de la República realizó 14,976 atenciones por violencia laboral en el primer semestre de 2023, en las que se identifica que las actividades económicas con mayor cantidad de denuncias se encuentran el sector de servicios con el 60% y comercio con el 17%.
Respecto a las trabajadoras de plataformas de delivery, Urquilla y Juárez plantean que son tratadas como contratistas independientes, como consecuencia esta modalidad no les permite contar con protección social y laboral. Afirman que aunque existen convenios internacionales ratificados por el país que podrían abordar estas vulneraciones laborales, aún no se aplican de manera efectiva.“ A nivel internacional, en El Salvador tenemos convenios ratificados de la OIT que podrían abordar este tipo de vulneraciones, el convenio 100, aborda la igualdad en el salario; el 111 de no discriminación en el empleo y el 190 de erradicación de la violencia en el mundo del trabajo”, afirma Juárez.
Este último, el Convenio 190 sobre la eliminación de la violencia y el acoso en el mundo del trabajo reconoce el derecho de todas las personas a un entorno laboral libre de violencia y acoso, especialmente por razones de género. Se subraya que la violencia y el acoso en el trabajo son inaceptables y contrarios al trabajo decente, ya que afectan la salud física, psicológica y sexual, así como la igualdad de oportunidades. Además, se destaca que la violencia y el acoso impactan negativamente en la productividad, las relaciones laborales y la promoción de empresas sostenibles. También, reconoce que la violencia de género afecta desproporcionadamente a mujeres y niñas, y enfatiza la importancia de un enfoque inclusivo e integrado para abordar este problema. Se considera que la violencia en el hogar también afecta al empleo y la productividad, y se insta a los gobiernos y otras instituciones a reconocer y abordar su impacto.
Rhina expone que existe un convenio específico para este rubro, el número 172, Convenio sobre las condiciones de trabajo (hoteles y restaurantes). Este destaca la necesidad de mejorar las condiciones de trabajo en estos establecimientos mediante la adopción de normas específicas complementarias a convenios generales y destaca la importancia de la negociación colectiva para determinar condiciones laborales en este sector. Este convenio internacional supone mejorar las condiciones laborales, las perspectivas de carrera y la seguridad en el empleo de las y los trabajadores. Este convenio también abarca aspectos como las horas de trabajo, vacaciones pagadas, propinas entre otros.Sin embargo, el mencionado no ha sido ratificado por el Estado salvadoreño, pero ha sido adoptado por 16 países, cuatro de ellos se encuentran en América Latina y El Caribe. La falta de sindicalización también dificulta la defensa de los derechos laborales en sectores como hoteles, restaurantes y bares.
Por su parte, Carmen Urquilla, considera que en las actividades económicas feminizadas, las que implican contacto directo con el público, se debe prestar especial atención debido al acoso sexual “ Al estar expuestas al contacto con clientes o proveedores también están más expuestas al tema de la violencia laboral a través del acoso sexual. En situaciones como esta, sobre todo cuando es comercio y servicio, se piensa entre cuidar a la persona trabajadora y perder un cliente. Y muchas veces prefieren perder a la persona trabajadora y expulsarla del lugar de trabajo.”
Además, menciona otras actividades laborales donde las mujeres no cuentan con un salario fijo, como edecanes o impulsadoras de alimentos en superes. Explica que estas modalidades las dejan desprotegidas laboralmente, ya que no puede demostrarse o forjarse una relación de trabajo. La brecha salarial también se destaca porque las mujeres ganan menos que los hombres en estas actividades. En cuanto a las jornadas laborales, algunas mujeres trabajan horas extras no remuneradas para cumplir metas y obtener ingresos adicionales. Entonces, es cuando las mujeres enfrentan una doble jornada laboral y de cuidado en el hogar, independientemente de si tienen hijos, hijas o no, esto contribuye a su precarización laboral y afecta su calidad de vida.
Irma, Aranza, Marlene, Carmen y Rhina coinciden en que las mujeres en el rubro de alimentos están expuestas a condiciones laborales precarias, violencia basada en género, violencia sexual y psicológica. Consideran que es urgente que el Estado tome medidas para regular a los comercios y proteger los derechos laborales de las trabajadoras, buscando mecanismos para que las micro y pequeñas empresas puedan ofrecer mejores condiciones laborales.
*Para esta entrega se modificaron los nombres para proteger la identidad de las personas*
A la comunidad Brújula lectora:
¿Cuánto cuesta el plato de alimentos que nos llega a domicilio o el que consumimos en un restaurante o comedor? Para esta entrega fue una de nuestras principales preguntas. Después de conocer tres historias, la de Irma, Aranza, Marlene, y conversar con Carmen y Rhina podemos mencionar que para muchas mujeres y poblaciones LGBTIQ+ es evidente que enfrentan una serie de desafíos y dificultades significativas: discriminación, violencia, condiciones precarias y falta de protección legal, estas trabajadoras se encuentran en una posición vulnerable en el mercado laboral.
La discriminación por género y la violencia laboral, incluido el acoso sexual, son problemas persistentes que afectan la calidad de vida y el bienestar de las mujeres en este sector. Ante esto, la falta de medidas efectivas para abordar esta situación agrava la problemática, dejando a las trabajadoras sin la protección necesaria para enfrentar estas realidades cotidianas.
Sin embargo, es fundamental reconocer el valor y la contribución de las mujeres trabajadoras en el sector de alimentos, donde la resistencia también se encuentra en buscar otras alternativas priorizando su bienestar y compartiendo sus experiencias. En esta fecha, 1 de mayo, el día de la clase trabajadora, es indispensable reconocer que estos sectores son quienes aportan a sostener la vida y que merecen disfrutar de condiciones laborales justas, seguras y dignas.