Un Estado de excepción no reduce la violencia social, pero aumenta el estigma y la violencia de género, por Keyla Cáceres

Por Keyla Cáceres

Hoy que se acabó marzo, mes en el que se celebra y conmemora la lucha que las mujeres hemos hecho a lo largo de la historia para alcanzar los derechos que nos corresponden, y que se nos es negado por el mismo hecho de ser mujeres. Mes en el que hasta vimos hombres en eventos hablando y opinando sobre la menstruación, tema del cuál seguramente no tienen ni un mínimo de interés o conocimiento. Un mes que el mismo sistema supo capitalizar para seguir lucrándose a costa de nuestros cuerpos, perfilando discursos que no cuestionan el problema de raíz y que una vez pasa, como es costumbre, se olvidan que este país a las mujeres se nos sigue tratando como ciudadanas de segunda categoría.

Entonces, pasado el mes de marzo es momento para seguir escribiendo y reflexionando sobre lucha constante por una vida más justa para las niñas y las mujeres.

Este país cada día está más lejos de brindarle a las niñas y mujeres la posibilidad de una vida libre de violencia patriarcal perpetuada desde el Estado, ya que, desde el pasado 27 de marzo la Asamblea Legislativa, a petición del gabinete de seguridad, decretó un Estado de excepción por 30 días, lo cual implica que se nos han suspendido nuestros derechos fundamentales, dando luz verde a los “cuerpos de seguridad” para que puedan arrestar, torturar y violentar a las poblaciones que habitan en zonas con mayores índices de  desigualdad social. En este contexto las que terminan sufriendo con mayor fuerza las consecuencias son las mujeres y niñas.

Yo vengo de un cantón donde las pandillas llegaron cuando apenas era una adolescente y pude ver como mis compañeros de kínder poco a poco se convirtieron en delincuentes, por lo cual, con mucho temor tuve que vivir alrededor estos grupos criminales, al punto que parte de mi familia fueron víctimas de desplazamiento forzado a partir de las constantes amenazas que nos hacían.

Cabe mencionar que, en el cantón para sobresalir solo había dos opciones para las y los jóvenes, la primera era estudiar hasta sexto grado, o si había posibilidad, hasta bachillerato para buscar un trabajo un poco “más formal” en el área urbana, con suerte encontrar trabajo en una maquila; o trabajar desde temprana edad en la misma comunidad, teniendo como únicas opciones, laborar en una graja de crianzas de gallinas, en la que las jornadas alcanzan las 13 horas diarias (a veces muchas más) por 6 días a la semana; y la segunda, sacar arena del río, el cual cambia el agua de color dependiendo del colorante o tóxicos que vierta la fábrica que lo usa como desagüe de sus desechos. Estos eran los grandes escenarios para las juventudes y población en general de mi cantón. Nada alentadores.

Entonces cabe preguntarse ¿Qué oportunidad hemos tenido las juventudes para evitar ser delincuentes? O ¿Quién nos garantizaba herramientas para evitar los embarazos adolescentes? En ese cantón el Estado era ausente y lo sigue siendo hasta hoy.

La violencia social y de género que se vive en las comunidades no es nada sencilla. Si en estos momentos me preguntaran si quisiera volver a vivir en mi cantón, tengo claro que no. Para mí sería doloroso volver a una comunidad donde las niñas viven en constante acoso, a tal punto que a los 12 o 13 años muchas ya tienen un hijo, algunas 3 criaturas cuando cumplen 17 años. Una comunidad donde el pastor, cura o religioso de turno acosa y agrede sexualmente a las mujeres, lo cual pasa a la impunidad porque es normal que nos pasé eso a las mujeres. Un lugar donde muchas veces me vi amenazada por mis excompañeros, mis vecinos con los que estudiaba en la mañana y jugaba en las tardes.

Algunas comunidades son peligrosas, pero son peligrosas porque es la imagen y semejanza de la desigualdad social. A diferencia de muchos funcionarios, que creen conocer los problemas de las comunidades porque han hecho alguna visita en tiempos electorales o porque es parte de su trabajo, yo conozco sus desigualdades porque crecí en una comunidad, he vivido y presenciado sus problemas; los cuales no se arreglan con una guerra contra las pandillas como lo dice el actual presidente, ni con guerra contra las maras como lo expresaba en su momento el expresidente Francisco Flores. La raíz de este problema sigue sin ser tratada de forma adecuada, generando como daño colateral un aumento de la violencia contra las mujeres por las fracasadas políticas públicas para abordar el problema de seguridad.

Escribo estas reflexiones porque tengo claro dos cosas. La primera, es que los gobiernos siempre que necesitan demostrar su virilidad (poder), utilizan el discurso de arremeter contra la delincuencia, dando libertad a los “cuerpos de seguridad” para utilizar mecanismos represivos que muy pocas veces son aplicados a los verdaderos criminales, recayendo la mayoría de las veces en jóvenes y adolescentes que viven en medio de la desigualdad social y que su delito es nacer en medio del caos social generado por el mismo sistema.

Por otra parte, las que terminan más jodidas en estas situaciones son las mujeres, las niñas y adolescentes, ya que, además de ser violentadas por los grupos delictivos de la zona, son acosadas, violadas y agredidas por los policías, los militares o agentes uniformados de las municipalidades, vecinos, pastores o curas, e incluso por los propios familiares, sin dejar de mencionar que, al momento de una redada, de esas en las que es más importante encarcelar a quien sea para elevar los números de capturados más que para apresar a los verdaderos delincuentes, las mujeres son las que al final terminan buscando a sus familiares en las bartolinas, sean inocentes o culpables.

Las cuidadoras y las que gritan por una respuesta son las mujeres. Las hermanas de las y los capturados son las que recorren cada delegación o medicina legal buscando una respuesta para sus madres. Las mujeres y niñas son las eternas víctimas de la mano dura, super mano dura, medidas de excepción o el inexistente Plan Control Territorial, que se enfocan únicamente en la represión inmediata, más que en resolver los problemas de desigualdad que aumentan cada día.

En este momento tengo muchas emociones encontradas porque a mí los grupos organizados criminales me han quitado mucho, por lo que, hoy más que nunca veo más lejos que este problema se erradique, por el contrario, creo que hoy es la antesala de algo más grande, donde las que siempre vamos a perder somos nosotras, las mujeres. Hoy no tengo una conclusión, solo más angustia de lo normal, únicamente espero que las madres y familias que hoy están fuera de las delegaciones pronto encuentren alivio, paz es mucho pedir, pero al menos un poco de tranquilidad.