Organizar la rabia, resistir en feminismos y asumir el compromiso de tomar conciencia

Fotografía/Cortesía

Por Paola Lorenzana

#LaIncómoda #SiempreIncorrecta #MujerEnVozAlta

Entender que siento culpa y miedo como algo normal me hace estremecerme siempre. No me resigno a vivir en este mundo donde la constante sea el miedo y la culpa. 

El feminismo me ha permitido articular ambos sentimientos, me ha dado herramientas para superarlos pero primero para tomar conciencia de esta normalidad como algo de este sistema, no del que yo necesito para ser en libertad y plenitud consciente. Pero además, me ha permitido asumir el compromiso que esta libertad y plenitud implica.

El miedo ha ido desapareciendo. Ahora casi nada me da miedo, ni que me insulten, mucho menos tengo temor a ser minimizada o discriminada en lo profesional; sé de dónde viene ese constructo social y no me alarma que ridiculicen esa visión, que otras y otros no la tengan; que la rechacen ya no me da asusta.

Tampoco tengo miedo de tirarme en pleno océano a nadar a pesar de la sensación de vacío y descontrol. No tengo miedo a que tengan miedo a mis tatuajes, tampoco a estar sola por mis decisiones y mis necesidades, esa concepción de soledad que ha sido significada desde constructos sociales patriarcales, no me da miedo.

Lo que todavía no logro conciliar con mi ser, es la culpa. Este ha sido mi mayor enemigo, siempre le dejo de nombrar y hablar aunque se asoma sin permiso.

He sentido culpa, esa que se me fue incrustando en la medida que iba creciendo y descubriendo que no es que fuera una niña, es que según la lectura e interpretación de otros yo “había provocado” a un hombre,  a quien le pareció que mis trece años eran suficientes para gritarme en la calle que tenía deseos de hacerme sexo oral motivado por mi cuerpecito en bicicleta. Como todas las mujeres, recuerdo la primera agresión sexual no consumada pero sí verbalizada y la edad en la cual la viví. 

También recuerdo el primer beso en la mejilla, casi en la boca de un pupilo de mis abuelos quien, aprovechando que estábamos jugando escondelero con mis primos, me besó entre la mejilla y el labio teniendo yo entre 9 y 10 años, lo recuerdo bien por lo baboso y el asco que sentí… recuerdo también que me sentí culpable por no haber corrido más rápido para zafarme o porque me detuve para responderle una pregunta que aprovechó para ese momento.

He sentido culpa ahora y la siento tan vívida en relación con estas dos experiencias porque es la sensación la que se conecta con los hechos del presente, es esa sensación la que no logro conciliar porque ha ido enraizándose con los intentos instituidos en todos los ámbitos que como mujer que busca libertad y plenitud como cualquier ser humano, no he logrado obtener si no es luchando o resistiendo. 

He sentido culpa y he tenido que resistir a mi propio sentimiento al enfrentar agresiones y establecer relaciones con agresores. He sentido culpa por tener amigos agresores, por no manejar situaciones violentas y de codependencia generadas por la relación de exclusión y dominación que promueve el patriarcado. He sentido culpa por terminar relaciones laborales donde la dinámica de trabajo respondía a una evidente misoginia y abuso de poder claramente desde un enfoque patriarcal.

También la he sentido al terminar relaciones violentas o simplemente por terminar relaciones donde había dejado de ser el centro de mi plenitud y haber cedido esa búsqueda.

Y la culpa me ha restado momentos de plenitud verdadera, no así los agresores ni las agresiones, tampoco las luchas o el resistir. Me he cansado, me he hartado de sentir culpa. Y ya hice las paces con la rabia, esa que se siente cuando se toma conciencia de porqué se sienten culpas. 

Este sistema es agresor de mujeres. Es normal que su mecanismo de dominación y exclusión desde la violencia sexista, machista y patriarcal no me sea indiferente y ya no sienta miedo. Ahora mi lucha consiste en resistir a occidentalismos, neomachismos y neocolonialismos que me regresan al sentimiento de culpa y cómo organizar la rabia para trascender a mis propios privilegios para ser consecuente con mi compromiso hacia las otras.