Más de 40 mujeres que se unieron a la lucha armada en las guerras civiles de El Salvador y Colombia, se reunieron este 2023 para compartir su transitar luego de los conflictos. Aún abrazadas a los ideales de transformación social que las llevó a las guerrillas, ellas reflexionaron sobre sus aportes a la organización popular en sus territorios, el feminismo, las violencias que atravesaron durante el conflicto, la recuperación de sus vidas, los sueños en los nuevos tiempos, y el rescate de la memoria histórica para las nuevas generaciones.
Por: Krissia Girón
Edición: Clanci Rosa
Fueron estrategas, radistas, comunicadoras. Algunas, enfermeras, apoyando en tareas de logística, combatiendo en operativos, emboscadas, ataques al ejército. Cuidando de campamentos, alfabetizando, llevando campañas de salud a las comunidades más empobrecidas. Las mujeres en los conflictos armados han jugado históricamente un papel fundamental en beneficio de los grupos insurgentes y de los posteriores diálogos para la paz. Hay ejemplos claros, como los de El Salvador y Colombia que, aunque con claras diferencias, las mujeres que participaron en dichos momentos históricos comparten lecciones, vivencias y experiencias importantes para la construcción de la memoria histórica latinoamericana.
Foto: tomada del libro: Mujeres Montaña
Ahora, son mujeres organizadas, profesionales, defensoras de derechos humanos, aportando a la transformación de sus países desde sus comunidades, las iniciativas económicas, proyectos sociales, el feminismo y el movimiento popular. Todas ellas tuvieron la oportunidad de intercambiar sus saberes. Revista La Brújula acompañó a más de 40 mujeres salvadoreñas y colombianas, que se reunieron en septiembre, en el encuentro denominado “Aprendiendo de nuestras historias: liderazgos de mujeres en la transformación de conflictos y transiciones de la posguerra”, donde las excombatientes de los conflictos armados de El Salvador y Colombia discutieron sobre sus historias, memoria, saberes y sentires de ayer y de hoy, para la construcción de nuevas sociedades, con aspiración a la paz, la igualdad y la no violencia, sobre todo hacia las mujeres y niñas.
Las mujeres que compartieron este espacio, tienen en común no sólo haber participado en movimientos insurgentes debido a las grandes y graves brechas de desigualdad que había en sus territorios, sino también abrazar ideales de transformación social en sus países, lo que les impulsó a empuñar un fusil y a trabajar desde diversos frentes. Además, todas ellas han vivido diferentes procesos de transición y desmovilización luego del conflicto, y la reconstrucción de sus vidas en medio de sociedades impactadas por la guerra.
Foto: MUPI
Las profundas desigualdades sociales y económicas, los regímenes militares y la represión por parte del Estado hacia las voces disidentes, dio paso al levantamiento de organizaciones que, en 1980, conformaron la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Entre las veteranas salvadoreñas que expusieron su testimonio, conocimos a Ada, quien llegó a integrar sus filas, luego de varios procesos de formación desde la iglesia.
Ella, de niña, durante los años 70, competía con otras niñas por las mejores notas en matemáticas. Aquellas escuelas precarias al sur del departamento de Morazán fueron testigos de su entusiasmo por estudiar y aprender. Ada se consideraba una “niña rebelde”, que caminaba a otros cantones para cursar el tercer y cuarto grado. Hasta que llegó 1980 y, con el, los operativos que quemaron casas, terrenos y las escuelas donde Ada construyó sus sueños.
“Yo me organicé. Era catequista y lo que nos motivó fue la represión”, explica Ada, cuya experiencia inició en las montañas de Morazán, en los procesos clandestinos del Ejército Revolucionario del Pueblo. Cuando llegó a formar las filas guerrilleras, fue brigadista y radista. Ahí, encontró pasión por las comunicaciones y el periodismo. Luego de ser herida en un operativo en Morazán, Ada preparó a radistas en la escuela militar de la guerrilla. En los años siguientes, estudió periodismo y promovió la participación de las mujeres desde el ámbito de las comunicaciones y la política.
foto: MUPI
En sus reflexiones, las veteranas salvadoreñas compartieron experiencias de cómo llegaron a formar parte de las filas guerrilleras y cómo, conforme el paso de los años, han observado que muchas de las razones que llevaron al conflicto armado aún siguen vigentes. Para Ana Guadalupe Martínez, ex diputada y lideresa política, una de los cuadros más importantes en la guerrilla del FMLN, la guerra, inexorablemente, se fue convirtiendo en la única vía posible, donde las mujeres, “las compas”, se incorporaron a diferentes tareas.
“La guerra en El Salvador si es cierto que se inicia con la ofensiva del 81, pero fueron 10 años previos de construcción de un movimiento popular grande, fuerte, diverso y donde las mujeres tuvieron una enorme participación, porque uno de los grandes participantes del bloque popular eran precisamente los maestros, que en su mayoría eran mujeres”.
El espanto de la guerra tuvo su final el 16 de enero de 1992, dejando saldos aproximados de 75 mil muertos y 30 mil desaparecidos. Al año siguiente, el Informe de la Comisión de la Verdad “De la locura a la esperanza”, contabilizaba alrededor de 90 mil personas excombatientes, tanto de la FAES como de la guerrilla. El Instituto Administrador de los Beneficios de los Veteranos y Excombatientes (INABVE) afirma que es posible que no todas las personas veteranas estén inscritas para recibir la pensión y las prestaciones otorgadas por la Ley Especial para Regular los Beneficios y Prestaciones de excombatientes de la FAES y el FMLN. La Pensión ronda los $100 dólares.
Incluso la desmovilización fue, para ellas, un acto simbólico donde reflexionaron sobre su papel en el conflicto, el regreso a la vida y qué significaba esa vida para ellas. Morena Herrera, veterana de guerra y presidenta de la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto y también integrante de la Colectiva Feminista, relata su desmovilización con una anecdota sobre cómo, después de entregar las armas, le recordaron cuál era su papel en el mundo, según el sistema patriarcal.
“Recuerdo el día que me tocó venir a desmovilizarme a Aguacayo, un lugarcito de por aquí, me dieron un comal, un molino, una cama y los utensilios básicos de cocina, para que me recordara el lugar que me tocaba jugar en la sociedad. Yo lo viví como una afrenta, muy enojada, los 300 y pico de colones me los embolsé, pero lo demás lo pasé regalando a las compañeras que los iban a ocupar, y solo he guardado una olla para que no se me olvide, es una olla grande, le digo “la desmovilizada”.
Maria Eva Carrillo, o Xiomara, como era conocida en la guerra, participó en el FMLN desde el destacamento “Luis Alberto Díaz”, donde, afirma, combatió con orgullo. La guerra le dejó varias lesiones que la llevaron a un largo proceso de rehabilitación en La Habana, Cuba. “Me costó bastante el proceso de rehabilitación. Hay cosas que no las puedo hacer y no las debo hacer por mis dificultades: tengo tres platinas y me hace falta un riñón, tengo una dieta bastante equilibrada. Todo esto es parte también de la aceptación de mi misma, de mi autoestima. Tengo mis lesiones, pero lo hice por amor y por los cambios trascendentales en este país”.
Desde hace 26 años, es parte de la junta directiva de la Asociación de Lisiados y Lisiadas de Guerra, ALGES, y es candidata para la junta directiva del Instituto de Veteranos de Guerra, lo cual, asegura, es un gran reto. “Me he ido a topar con los mejores líderes de la Fuerza Armada y ellos dicen ‘por qué va a ir una mujer’, ajá, porque soy veterana de guerra, tengo mi carnet como desmovilizada y tengo ese derecho constitucional de participar. Sé que van a haber 13 hombres. Pero algo de cosquillas le podría hacer”, dice.
Desde el momento de la desmovilización, las salvadoreñas han continuado su trabajo organizativo en sus comunidades, aportando desde la palestra política, desde el sistema de justicia, en instituciones creadas por los acuerdos de paz como el Tribunal Supremo Electoral y desde la apuesta feminista para el desarrollo integral de mujeres y niñas del país. Desde todas estas alternativas, ellas identifican diversas oportunidades para mejorar la vida de otras mujeres desmovilizadas, de sus familias y de la sociedad en general. También comparten preocupaciones como los retrocesos democráticos y la falta de reconocimiento a quienes contribuyeron a los cambios sociales en el pasado y a la construcción de la paz.
Otro de los logros de los cuales reflexionaron, fue organizar a las veteranas en dos asociaciones. Una de las protagonistas de esta historia es Margarita Vega. Inició su lucha en los años 70. Luego de los Acuerdos de Paz, fundó la Asociación de Mujeres Veteranas de la Guerra Civil de El Salvador.
Con las primeras asociaciones de personas veteranas, afirma, fueron pocos los espacios para las mujeres. “Ningún cargo importante en las asociaciones era destinado a mujeres. Las que estábamos dentro de las asociaciones y que teníamos ese espíritu de querer hacer algo por la Asociación, nos relegaban a vocalías, primera, segunda, tercera, y si hubiera habido una séptima, ahí nos hubieran dejado, en la última, entonces este no había realmente un espacio para que nosotros nos pudiéramos proyectar”.
Además, comenta que tampoco en otras instituciones, como el INAVBE, existían políticas que velaran por las necesidades de las veteranas, por lo que decidieron cambiar esa situación “y empezamos a reunirnos aparte, como mujeres excombatientes, que para esos momentos ya habían pasado 27 años de no tener organización como mujeres, entonces empezamos a darle vuelta a la tortilla”.
Así nació la Asociación de Veteranas de la Guerra Civil de El Salvador, en 2019 y la Asociación de Mujeres Veteranas de Guerra, en 2020. Ambas organizaciones han dado grandes pasos hacia la unidad en el trabajo de los dos espacios, con reuniones conjuntas y diferentes encuentros.
Colombia y las lecciones que se siguen escribiendo
Las mujeres excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de COLOMBIA (FARC) fueron motivadas a engrosar las filas de la contrainsurgencia por los mismos motivos que las salvadoreñas: la desigualdad, la pobreza, la represión estatal, entre otros aspectos. Fueron más de 50 años de conflicto y un proceso de paz interrumpido por diferentes razones.
En los años 90, mientras El Salvador iniciaba un camino hacia la vida democrática, a 1 929 Km de distancia, nacía Ericka, en el departamento de Huila, República de Colombia, un país que vivía, en ese entonces, el conflicto armado más antiguo del hemisferio occidental, como lo han catalogado algunos académicos. Siendo muy jóven ingresó a las filas de la guerrilla a la que llama “segundo hogar” y “una universidad”, ya que fue formada en odontología y otros procesos educativos. Afirma que ingresó voluntariamente para preservar su vida, ya que su familia vivía una situación de persecución política.
Foto: BBC
“Fui guerrillera como cualquier guerrillera. Enseñaba a las personas que no sabían leer y escribir, aprendí a manejar las comunicaciones de manera cifrada. Como todos los guerrilleros, vivimos diferentes procesos de guerra: bombardeos, masacres, asaltos, pero gracias a la vida, hoy nos encontramos con vida y nos acogimos a un proceso de paz”
Las mismas desigualdades económicas y sociales llevaron al país suramericano a enfrentar un conflicto desde 1960, donde participaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), quienes se enfrentaron al gobierno colombiano y a las fuerzas paramilitares de extrema derecha.
La jóven Ericka llegó a las FARC a muy corta edad. Asegura que nunca fue obligada ni le pasó nada malo en la guerrilla, como afirman algunos medios de comunicación. “Ingresé a las FARC por parte de mi mamá. Había una persecución para ella, que no solamente le afectaba a ella, sino también a todos nosotros. No ingresé obligada, nunca me pasó nada malo en las FARC, nunca me violaron como dicen los medios de comunicación, ni nunca vi un caso de reclutamiento forzado. Ingresé voluntariamente, como lo contaba muchas veces, para preservar la vida”.
Foto: El País
El conflicto armado interno de Colombia tiene sus raíces en la violencia partidista de la primera mitad del siglo XX. En la década de 1960, surgieron dos grupos guerrilleros motivados por la pobreza, la desigualdad y la exclusión política: Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), quienes se enfrentaron al gobierno colombiano y a las fuerzas paramilitares de extrema derecha. Asimismo, ha tenido un impacto devastador en el país. El conflicto ha dejado millones de víctimas, incluidos civiles, militares y miembros de grupos armados. También ha tenido un impacto negativo en la economía y la infraestructura del país.
En la misma guerrilla se encontraba Victoria. Ella es una de las mujeres más visibles de las FARC, ya que fue la voz de las mujeres en las negociaciones de La Habana. Siempre con una sonrisa y mucha elocuencia en su discurso, explica por qué, a su juicio, se dio la guerra en Colombia. “Porque es un país muy violento y los gobiernos y la clase dirigente, sobre todo, han resuelto las diferencias y las exigencias que tiene el pueblo colombiano a través de la violencia. Por eso, con las FARC buscamos dos vías: la vía insurreccional, donde creímos que era posible tomarnos el poder por las armas, con las armas o a través de las armas; pero también la vía de negociación, que yo creía más en esa. Y bueno, con los años se dio esa ruta afortunadamente”.
“Yo fui, sigo siendo cobarde, no me gustan las armas, me pesaba mucho el fusil, el chaleco me fastidiaba, pero la convicción nos tenía ahí, porque no teníamos otra alternativa, por eso nos fuimos al monte, por eso nos volvimos guerrilleras, insurgentes y rebeldes. Menciono este contexto porque es como se produce ese tránsito. Muchas de nosotras nos fuimos por distintas razones, de inmediato nos volvimos en la guerrilla colectiva, era el colectivo el que nos importó y ese colectivo nos protegió además, ese colectivo nos acogió”.
Al llegar a La Habana a trabajar en los procesos de negociación, junto a una delegación de alrededor de 13 colombianas integrantes de las FARC, se cuestionaron qué iba a pasar con los derechos y las necesidades de las mujeres excombatientes. “Nosotras nos sentimos orgullosas de haber sido insurgentes. Cuando estábamos en La Habana empezamos a discutir “y nosotras pa dónde vamos, qué va a pasar con las mujeres”. En ese momento se me ocurrió decir que no íbamos a soltar el fusil pa coger una escoba o una cacerola. Empezamos a discutir para que a las mujeres no nos sucediera lo que ya preveíamos que iba a suceder”. detalló Victoria.
Las colombianas trabajaron durante largas jornadas para incluir en el texto de los acuerdos un enfoque de género que garantizara condiciones mínimas de vida a las mujeres. Sin embargo, las decisiones se tomaron en un plebiscito, donde el pueblo colombiano rechazó el documento que, entre otras cosas, contenía dichos puntos. En 2016, el gobierno colombiano y las FARC firmaron un acuerdo de paz, lo que puso fin a más de 50 años de conflicto armado, aunque este no ha terminado por completo. Todavía hay grupos armados activos que han dejado un legado de violencia y desconfianza.
El 24 de noviembre de 2016 se firmó el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP, este acuerdo incluía una agenda de mujeres que había sido promovido e impulsado por las mujeres que participaron en las negociaciones. Tal hito histórico recibió las felicitaciones de la comunidad internacional por incluir el enfoque de género, étnico y demás enfoques diferenciales, pero las mujeres que lo construyeron estaban invisibilizadas. “Salieron los señores del secretariado detrás del presidente Santos y su comisión negociadora a estampar sus firmas. Por la insurgencia, ni una sola mujer suscribió el acuerdo. Anuladas e invisibilizadas por completo, como si ellos hubieran dado la pelea por el enfoque que tantos aplausos había provocado. Eso nos mostraba el devenir y lo que nos esperaba”, señaló Victoria
A 7 años de los acuerdos, afirma, las excombatientes han trabajado por proponer una estrategia integral de reincorporación de las mujeres, con mirada de las mujeres y construida desde las mujeres. Lamentablemente, Victoria expresa que nadie de quienes estaban en las instituciones del Estado, asumieron dichas propuestas. “Solamente nos incluyeron en una ruta de reincorporación con dos elementos retomados de un acuerdo que tiene como 52 indicadores”.
“Hoy, afortunadamente hay un renacer, todo el mundo se despertó y empezó a hacer organizaciones, porque nos estamos pensando en colectivo. Hoy con mucha resistencia, las mujeres nos organizamos y tenemos la capacidad de mirarnos, abrazarnos y para nosotras cada encuentro es una fiesta, una fiesta de sabernos, de reconocer donde estuvimos y de amarnos cuando compartimos, a pesar de todas nuestras diferencias”.
Tanto colombianas como salvadoreñas agradecieron el encuentro, asegurando que son miles las lecciones que quedan en el espacio, a disposición de todas. Para ellas, estos encuentros buscan fortalecer los procesos de coordinación, de enlaces y del mandamiento entre mujeres guerreras. Buscan continuar indagando las formas en que cada una transforma su realidad, desde cooperativas, organización popular, hasta optar a cargos de elección popular. Y ver con buenos ojos el conocimiento y la toma de decisiones individuales y colectivas, para ser referentes en sus zonas e inspirar, con su trabajo e historia, a las mujeres y niñas de las nuevas generaciones.