Por Dinora Torres
Octubre es el mes en el que reivindicamos la importancia de la salud mental como un derecho humano universal al que todas y todos deberíamos tener acceso de forma integral, gratuita, respetuosa, segura, confidencial y con calidad y calidez. La Organización Mundial de la Salud recomienda a los Estados destinar un 5.1% o 15% del presupuesto de nación para la salud mental.
Sin embargo, en la realidad salvadoreña, los servicios de salud mental son una cuestión de privilegios, a los que no todas las personas pueden acceder y existen muchas deficiencias , empezando porque el presupuesto asignado por el Estado es menos del 2%. Otro dato importante es que a nivel nacional el número de profesionales de salud mental (psicologxs y psiquiatras) en el sistema público de salud es muy reducido para atender a los más de 6 millones de salvadoreñxs.
Existen dos hospitales nacionales para internamiento en la atención de trastornos mayores que requieren atención multidisciplinaria, y ninguno de estos cuenta con áreas especializadas para dar atención a niñez y adolescencia.
En este mes también se conmemora el Día Internacional del niño y la niña en El Salvador y nos recuerda el presente y futuro de la realidad que vivimos, y hacer énfasis en la salud mental es fundamental para contribuir de forma positiva para tener infancias más sanas, resilientes y con mejores recursos para su desarrollo integral como sujetas y sujetos de derechos, no solo como seres individuales, sino en el relacionamiento con otras y otros.
La Ley Crecer Juntos en el artículo 32 describe las garantías que el Estado deberá formular en relación a la salud mental como la implementación y evaluación de las políticas públicas, programas y proyectos que garanticen un abordaje integral de salud mental en la prevención y tratamiento en instituciones públicas. Pero hasta la fecha sigue siendo una deuda, ya que no existen mecanismos reales en la aplicación, promoción y protección sistemática del derecho a la salud y por ende de la salud mental de las niñas, niños y adolescentes.
En un país como el nuestro, continuamos trabajando para el reconocimiento de las niñas, niños y adolescentes como seres completos, con derechos y que no solo se trata de proporcionar necesidades biológicas básicas, sino también las emocionales, cognitivas y sociales.
La creación de entornos protectores para el desarrollo y bienestar de la niñez debe partir de la familia como primer agente socializador, quien debe garantizar espacios seguros y respetuosos a través de la crianza positiva, gestión emocional, autoestima, autocuidado, prevención de violencias y potenciar sus capacidades, habilidades para su autoconfianza y moldear experiencias positivas neuronales en su cerebro en las diferentes etapas de desarrollo. Así como las y los demás sujetos obligados, como lo disponen tratados internacionales y nacionales de derechos humanos.
Este es un buen momento para reflexionar sobre los derechos y necesidades de la niñez y adolescencia, de visualizar y escuchar las problemáticas que más les afectan, de validar sus emociones y dejar de privarles de expresar lo que les duele o les preocupa.
Es necesario dejar de educar a través del miedo y la violencia; que las niñas se sientan seguras y se les crea cuando tengan miedo y se sientan amenazadas; dejar de encubrir agresores, de desnaturalizar que las uniones tempranas entre un adulto y una niña o adolescente no son normales y que existen relaciones de poder y abuso en esas dinámicas que no podemos seguir permitiendo.
Es necesario educar en igualdad en las diferentes actividades del hogar y formar seres funcionales, independientes y libres, sin encajonarlos en roles y estereotipos de género, respetar su identidad, expresión de género y su orientación sexual, abrir espacios de diálogo horizontales sobre su sexualidad positiva y escucha activa.
También es fundamental pedir ayuda profesional para orientar y acompañar en la educación, desprender dinámicas de educación verticales y que el Estado proporcione herramientas de educación para la paz y prevención de violencia, y revisar la importancia de reconstruir el tejido social.
Necesitamos acuerpar a la niñez y adolescencia desde el amor y respeto, desde los límites claros y estar alertas ante posibles señales que puedan ponerlos en riesgo ante posibles vulneraciones de sus derechos.
La mayoría de niñas, niños o adolescentes pueden tener dificultades para expresar abiertamente lo que les sucede por miedo, amenazas o simplemente por no contar con los recursos adecuados. Sin embargo,su comportamiento puede comunicar si algo está sucediendo.
Algunos aspectos importantes a tener en cuenta para identificar afectaciones en la salud mental en la niñez y adolescencia son: dificultades en sus hábitos de sueño, alimentación, cambios de humor con periodos largos de duración, ansiedad, niveles altos de estrés, preocupaciones excesivas, pesadillas, comportamientos violentos, aislamiento social, dejar de hacer actividades que antes disfrutaba, descarga involuntaria de orina o heces.
Invertir en salud mental es un recurso de vida.
Además de realizar acciones coordinadas que puedan proporcionar bases sólidas en la promoción, prevención y atención para una mejor calidad de vida para las niñas, niños y adolescentes. No olvidemos que es más fácil acompañar infancias resilientes y fuertes a intentar reparar adultas y adultos rotos.