Por: Carolina Vásquez
Es necesario y hasta obligatorio que los diversos productos que ofrece el comercio para consumo del ser humano tengan en un lugar visible la fecha de caducidad; pasar por alto esta importante advertencia podría perjudicar moderada o gravemente nuestra salud o podría derivar en la compra de un producto que no cumpla con las funciones para las cuales fue adquirido; en otras palabras, un producto vencido se vuelve inútil y automáticamente pierde su valor. Pero las mujeres no somos productos y, sin embargo, esta misma obsolescencia se nos aplica por los roles y estereotipos de género machistas que predominan en nuestra sociedad.
En la niñez somos reducidas y anuladas. En la adolescencia y juventud, violentadas y acosada, y en la etapa madura, después de haber traído hijos al mundo, nos tocan dobles y triples jornadas de trabajo productivo y reproductivo. Debemos trabajar duro para pagar financiamientos de vivienda u otros. Y después de haber perdido, por el tiempo y el paso de los años, ese cuerpo primaveral, simplemente somos desechadas.
A los 35 te dicen que ya no eres apta para el área laboral, debes elegir la ropa adecuada para una señora “de tu edad” y sobre tus derechos sexuales ni se diga, esos solo se ejercieron en razón de tu función reproductiva dentro de la sociedad; a decir verdad, nunca he entendido sobre qué fundamento los hombres discriminan a las mujeres por su edad, siendo que en la práctica a quienes los años les pasan factura a la hora de ejercer la sexualidad es a ellos, pero bueno, eso lo podemos ampliar en otra columna.
Ahora, sumemos al estigma de la edad una condición de discapacidad, en la cual la educación formal no se realizó en el tiempo regular; enfrentas todas las barreras que una sociedad sin inclusión ofrece y te gradúas entre los 30 y 40 años. De acuerdo con el estigma social “se te pasó el tiempo”, ser mujer mayor es complejo, pero ser mujer mayor con discapacidad potencia las brechas de desigualdades, hasta que la sociedad en general deje de restar valor a la mujer con cada año que cumple.
Mi valor no ha disminuido, no tengo fecha de caducidad, no soy un objeto, ni un producto. La sociedad no ha entendido que los hilos de plata en mi cabello son solo el reflejo de la sabiduría adquirida a lo largo de mi vida, que cada surco de mi piel solamente es evidencia de las tantas luchas ganadas. Y que muchas mujeres hemos decidido que nuestro valor y concepto no depende de tus valoraciones o pensamientos; sino de lo que hemos decidido ser.
#Mujeres plenas y diversas.