“Siempre voy a ser una voz potente porque el empoderamiento me lo traje y lo tengo”, Britany Castillo

Indocumentadas en su propio país, así describe Britany parte de la realidad de las mujeres trans en El Salvador, país que carece de una Ley de Identidad que garantice el derecho de las personas trans a cambiar su nombre. Ahora, desde el exilio, comparte con Revista La Brújula su historia de vida y los motivos que la llevaron a salir del país por el que luchó por muchos años por los derechos de las mujeres. 

Por Clanci Rosa y Mariana Moisa.

Britany Castillo es una activista transfeminista que tuvo que emigrar de El Salvador en los últimos meses. En esta entrevista profundizamos sobre lo que implica ser una persona trans en su país de origen y por qué muchas activistas transgénero están saliendo del país en busca de un proyecto de vida. La entrevista se dio en el marco de la 53 Asamblea General de la OEA, celebrada en Washington, en junio de este año. 

De acuerdo con el Informe “No me mueren me matan” del Centro de documentación y situación Trans en Latinoamérica y el Caribe (2021), en El Salvador, los principales tipos de abuso o violación de derechos que viven las personas trans tiene que ver con la discriminación que se traduce en hecho de violencia física, sexual y en su máxima expresión el transfeminicidio. 

Con la llegada del nuevo gobierno, los avances en derechos de la población trans retrocedieron, de acuerdo con el informe. Hubo una ausencia de visibilidad en la agenda oficial de la situación de la LGBTI, se redujeron o se dejaron sin efectos espacios de participación en general y hubo un debilitamiento de la poca institucionalidad existente para la atención de la población LGBTI. 

La ausencia de una Ley de identidad de género para personas trans y las políticas en materia criminal que el actual gobierno implementa como estrategia de seguridad, ponen en riesgo a esta población que históricamente ha sido discriminada. Un ejemplo de ello es el Régimen de excepción, que ya lleva más de un año de ser implementado y en el que se registran más de 150 muertes bajo custodia del Estado, algunas están relacionadas a la tortura. Estos datos se recopilan del informe presentado por la organización Cristosal. 

Britany decidió salir del país a los 34 años, en medio de un régimen de excepción, sin un documento legal que la identificara con el nombre que eligió y con una historia de fuerza y resiliencia que hoy nos comparte. 

Contános, ¿Quién es Britany? 

Siempre me he hecho esa pregunta porque a lo largo de toda mi vida he pasado por muchos procesos y circunstancias que me llevan a retomar esa idea de quién es Brittany. Pero creo que Brittany es una mujer alegre, entusiasta, que nunca se da por vencida sin importar los obstáculos que tenga. Mira la vida de una forma diferente, piensa que aunque haya muchos obstáculos, al final del camino siempre saldrá una luz. 

¿Cuándo y cómo descubriste a Britany?

Bueno, ella siempre ha estado dentro de mí. Lastimosamente cuando yo era una niña y una adolescente no tuve información sobre lo que era ser una niña trans. No tuve un teléfono inteligente como hoy en día, donde podemos buscar en Google o Youtube.  En ese tiempo no tenía acceso a nada, vengo de una familia pobre, de una madre soltera que le costó sacarme adelante. Entonces, no tenía ciertas condiciones, ciertos “privilegios”, para poder tener información adecuada.

Descubrirme como una mujer trans, llegar a ser Britany, fue un gran proceso porque realmente yo  nunca me sentí un niño, nunca me sentí un adolescente masculino. Yo siempre sentí mi feminidad, miraba las caricaturas en los canales 2, 4, y 6 porque eran prácticamente los únicos que se podían ver allá donde yo vivía en la zona rural. 

A pesar de las negaciones de mi familia, los vecinos y las demás  personas a mi identidad-porque me decían cómo tenía que ser un varoncito-, yo nunca desistí de mi feminidad. Jamás me sentí un niño, toda la vida me sentí una niña. Fue hasta mis 18 años, cuando conocí a las compañeras de ASPIDH, cuando supe qué era ser una mujer trans y dije: no puedo seguir siendo quien no soy.

La persona que veo en el espejo todos los días no soy yo, entonces encontré a Britany,mi nombre, porque mi identidad estaba ahí, era como mi fotografía en mi currículum.Ya me podía presentar ante la sociedad diciendo quién era yo.

Britany Castillo

Antes de eso no sabía que era ser una mujer trans o cómo yo podría enfrentarme a todas esas situaciones en un sistema totalmente machista, misógino, patriarcal como El Salvador, donde tu familia también te imponen los estereotipos del género, esa forma de cómo tiene que ser un hombre y cómo tiene que ser una mujer. 

Entonces, crecí con miedo de mostrarme femenina en ese contexto social tan machista. Cuando iba por las calles, pese a que ni siquiera tenía una expresión tan femenina, pero mis ademanes y mi forma de ser  la asociaban a lo femenino, comenzaban los abucheos, la burla, el señalamiento. A mis 12 o 13 años ya no podía salir con mi mamá a la calle porque me culpaba de que los hombres reaccionaran de esa manera.  Desde los 13 años nunca más volví a salir con mi mami a ningún lugar. 

Fotografía: Archivo

En esa época entre la infancia y la adolescencia, ¿cuáles han sido las situaciones y experiencias que más te han marcado?

Uno de los recuerdos que siempre se me viene a la mente y que me ha marcado mucho es cuando mi mamá me dijo que le daba vergüenza que yo fuera su hija o su hijo, en ese momento ni siquiera ella sabía la verdad, fueron dos veces que me lo dijo y me dolió bastante. Y otro momento que me marcó fue la discriminación que viví en los centros de estudio porque no podía realizar una educación integral con mis otras compañeras y compañeros. Mi mamá me ayudó a estudiar hasta donde pudo cuando yo no tenía una identidad de género femenina. Para mí, siempre había limitantes: me señalaban, no podía demostrar quién yo era. Sufrí bullying, acoso, casi llegaron a golpearme mis compañeros cuando estaba entre el quinto y sexto grado. 

Y lo otro que me ha marcado ha sido la violencia, la que se vivía en las calles. Yo siempre tuve temor de poder salir en mi adolescencia y poder decir que era una chica trans, en ese momento no sabía, pero era demostrarlo. 

¿Y cuál sería un recuerdo feliz de esa época?

Cuando era una niña (tenía unos cinco años), que aún no conocía la maldad del ser humano y que tampoco iba a estudiar, sucedieron momentos felices en el jardín de mi casa. Como mi mamá iba a trabajar me dejaba con mi abuela, entonces me quedaba en los jardines de la casa, con las flores del jardín, (su voz se entrecorta)…  

Yo nunca tuve una muñeca, ni un peluche, se lo pedí a mi mamá pero nunca me lo quiso comprar porque era algo femenino. Entonces, estar rodeada de flores me hacía sentir bien y como siempre tuve una gran imaginación esas flores fueron mis muñecas y peluches. 

Bueno, ¿y tu adolescencia?

Reconozco que mi mamá, mi familia no sabían nada sobre una infancia o adolescencia  trans. No le puedo reprochar a mi madre muchas cosas, ella nunca fue a la escuela, fue una madre soltera que le tocó sacar adelante a mí y a mis hermanos.

Pero hubiera querido que tuviera un poco más de sensibilidad a la hora del trato, creo que esto hubiera sido lo mejor, el que hubiéramos podido abrazarnos porque casi nunca hubo abrazos.

También, me hubiera gustado estudiar sin discriminación, participar en los espacios que quería. Me hubiera gustado hacer danza, teatro, estar en la banda de paz, en ese tipo de cosas que nunca pude hacer porque me discriminaban o no me dejaban ingresar, porque decían que era afeminada, ese tipo de cosas.

¿Tu relación familiar ha cambiado? 

Nuestras familias a nosotras como mujeres trans nos ven diferente cuando empezamos a dar algún aporte económico. Tenemos un poco más de aceptación, o sea, como que te tolero, pero no te acepto totalmente. Entonces, cuando comencé a dar dinero en mi casa empecé a tener más aceptación de mi familia. Todo ha sido poco a poco. También he pasado ciertos procesos con la psicóloga por estos temas. Aunque mi mamá y yo nunca hemos tenido grandes pláticas ahora estamos conversando, ya le he dicho quien soy y que necesito el respeto por mi identidad. Hablamos más ahora que estoy lejos que cuando estaba en El Salvador. Ella es mi mamá, tengo que quererla y tengo que sanar todo eso.

¿Cómo te sentís con eso?

Me hace sentir que la extraño, estar allá, estar en mi casa, mi cuarto, pero me hace sentir bien porque siento como que está interesada en mí.

¿Cómo te encontraste con el activismo y la lucha LGBTI?

Fue con las compañeras de ASPIDH, ellas trabajan prevención de VIH. Tenían un proyecto de prevención combinada para mujeres trans y llegaron a Aguilares, donde yo vivía. Entonces participé como usuaria en esa jornada. Luego me invitaron a otros espacios donde aprendí sobre prevención de VIH, a reconocer las diferentes violencias que nos atraviesa a las mujeres trans y sobre derechos humanos.

Entonces comencé mi proceso de transición, no con hormonas sino que simplemente ir cambiando mi aspecto, por ejemplo: dejarme crecer el cabello, vestirme más femenina, porque mi lado femenino siempre me ha encantado. No sé. Siento que llevo la feminidad al extremo, pero creo que es parte de mi lucha. El sistema me dice que no puedo usar falda y que no me puedo maquillar por no tener vagina entre mis piernas, pero yo decido luchar y presentarme así contra todo este sistema, embelleciendome, ja,ja,ja.

Fotografía: Archivo

¿Y cuando te pusiste  a hacer activismo con las compañeras?

Pues, inicié como voluntaria con Aspidh, siempre había querido estar en una organización trans con mis compañeras. Se me fueron abriendo más espacios en temas de derechos humanos, me involucré a conocer el Sistema Interamericano y me gustó bastante. Mónica (directora de ASPIDH) empezó a delegarme para participar en esos espacios. 

Fue cuando llegué también al movimiento feminista y me encantó.  Entendí que el feminismo era parte de mí también, comencé a comprender la violencia de género y me integré a más espacios. Conocí personas que cambiaron mi vida. Sembraron una plantita en mí y esa plantita ha florecido y ha dado frutos. Nunca pensé que siendo una mujer trans de escasos recursos, del interior del país, iba a llegar a lugares donde nosotras no habíamos estado ni en sueños, como estar en una asamblea de la OEA en Estados Unidos, en encuentros en Europa. Creo que la formación me permitió crecer como persona y hablar sobre la realidad de las mujeres trans y de las mujeres diversas en El Salvador. Por eso reafirmó que conocer el feminismo ha sido algo hermoso que cambió mi vida.

¿Sentiste una diferencia de ir de un movimiento mas LGBTIQ+ a involucrarte con el movimiento feminista?

Sí, porque yo me siento más cercana al feminismo que al activismo LGBTIQ+. Creo que este activismo en El Salvador está medio dormido -no es hablar mal- pero estamos queriendo ser líder en todo, queriendo visibilizarnos  solamente. En el movimiento feminista encontré que entre todas podemos crear, entre todas podemos llegar a una lucha,  a un diálogo sororo, colectivo, con muchas ideas, muchos pensamientos, donde no solamente lo que dice una persona tiene que ser sino que estamos construyendo todos los días. 

Por eso, yo me siento más una mujer transfeminista que una activista LGBTIQ+. Claro que reconozco que es donde surgí, pero, creo que a veces el discurso LGBTIQ+ se queda muy corto para poder hablar sobre las problemáticas que vivimos las mujeres trans. Porque sigue tratándose más del VIH y no ve más allá de lo que puede ser una violencia de género hacia nosotras. Entonces, el feminismo me dio luces para seguir luchando por el reconocimiento de una Ley de Identidad de Género y poder mostrar que las mujeres trans no solamente morimos de VIH, necesitamos atención integral para tener una vida digna y ser ciudadanas. 

¿Cómo te surgió la idea de irte del país y cuáles dirías que fueron tus principales motivos para dejar El Salvador?

La idea me surgió hace más de un año pero lo venía prolongando porque no quería abandonar mi activismo en el país, la lucha por la Ley de Identidad. Yo deseaba, anhelaba, que El Salvador me reconociera legalmente pero pasaron más de cuatro gobiernos, de derecha, de izquierda, el que tenemos actualmente y a ninguno le interesó los derechos de las personas trans. 

Hay opiniones consultivas. La Corte Suprema de Justicia ha dado un veredicto para caminar a una ley de identidad de género, pero nuestros gobernantes no lo aprueban. Mientras tanto, nos siguen matando. En El Salvador, el 80% de nosotras tiene como única opción el trabajo sexual, seguimos en las calles, no podemos estudiar para crear un proyecto de vida. Tenemos que estar dentro de las organizaciones, de lo contrario no podemos tener un sueldo digno. 

El Salvador no era un lugar seguro para mí, más ahora con el Estado de Excepción. En esta guerra entre el Gobierno y las pandillas, los grupos en situación de vulnerabilidad quedamos en medio. Nosotras siendo indocumentadas en nuestro propio país estamos a merced de los policías, de los principales agresores, según los informes, además de la criminalización contra las defensoras de derechos humanos y los discursos en contra de las feministas y en general de la sociedad civil. 

Por eso tomé la decisión de migrar, porque es un derecho, pero también para buscar mi proyecto de vida. Pertenecí casi siete años a la organización -ASPIDH-, estuve en muchos espacios, pero no tenía un proyecto de vida. Yo no podía verme en 5 años, no sabía dónde iba a estar Britanny, ¿va a ser una licenciada? ¿Será abogada? ¿Tendrá un emprendimiento? No me miraba.

Tengo tres meses prácticamente de haber llegado a EEUU, huyendo de mi país, escapando para este país tan grande. Como mujer trans migrante, también encontrás muchas dificultades, como el idioma porque no sé un segundo idioma, apenas pude terminar el bachillerato (…) este es un país tan capitalista, pero tiene políticas públicas que son un poco inclusivas, entonces decidí irme.

Quiero crear mi proyecto de vida, tengo y debo sentarme para pensar qué es lo que quiere Britany, dónde va a estar de aquí a 5 años.

Britany Castillo

Extraño a la gente que dejé, son cosas que uno piensa mucho a la hora de salir del país, pero al final lo importante es tu vida, sentirte segura y pensar en mi vejez.  

Tengo 34 años y mi país no me reconoce. Tengo 34 años de no saber qué es democracia en mi país y voy para mujer adulta mayor. Mi país no me ofrece nada.  Quiero seguir mi activismo y mi lucha. Siempre voy a ser una voz potente porque el empoderamiento me lo traje y lo tengo.

¿Cómo tendría que ser El Salvador para que volvieras?

Bueno, tendría que ser un país seguro para las personas trans, con una Ley de Identidad de Género, políticas públicas pensadas para nosotras ,garantizando cupo laboral trans,  reparación histórica para todas las compañeras trans que murieron en la guerra, las que fueron asesinadas por policías, por las Fuerzas Armadas. También, con acceso a salud integral. Y no tendría que haber un estado de excepción porque las personas de escasos recursos y de grupos vulnerables, como te lo dije anteriormente, quedamos en medio de toda esta guerra, de este pacto patriarcal que se consolida cada vez más en países de la región.

Fotografía: Archivo

El pasado 24 de junio fue el Pride en El Salvador por el Día del orgullo, ¿cuál sería tu mensaje para todas las personas que año con años se toman las calles celebrando el orgullo de ser parte de la población LGBTIQ+?

Bueno, voy a compartir un pensamiento que he ido analizando. El Pride en muchas partes del mundo se ha capitalizado totalmente y se ha convertido en una marca para las grandes empresas que solo buscan potenciar sus productos. Entonces, creo que no debemos perder el enfoque, tener presente dónde, cómo y por qué surgió la marcha del Pride. Y no es el orgullo gay, no es la marcha gay, es una marcha de toda la diversidad sexual y tenemos que posicionarnos políticamente.  Es bonito demostrar tu alegría, mostrar tu fraternidad, mostrar que somos libres pero no dejar de lado los mensajes de lucha, de reivindicación y que nos vean, porque siempre vamos a estar ahí.