Por Ana Rivas
Cuando tenía seis años, me enamoré de Haruka. Desde entonces, supe que quería ser una Sailor Moon, y que me sentía atraída por las mujeres, aunque aún no sabía que eso era una posibilidad para mí, porque la heterosexualidad siempre fue la única opción válida.
Aunque mis primeras experiencias sentimentales y sexuales fueron con hombres, fue en mi adolescencia cuando empecé a tener conciencia de esa atracción, y al entrar a mi edad adulta, lo empecé a asumir. En la universidad me sonrojaba, porque algunos amigos me molestaban y me decían “Ahí viene Ana, la lesbiana”, porque veía fascinada a alguna compañera. Luego dejé de incomodarme, y de esconder mi orientación sexual.
Al principio, pensaba que era admiración, contemplación, o quizás camaradería. Pero con el tiempo, aprendí que también podía amarlas, tanto como podría amar a un hombre.
Desear a otras mujeres, me abrió la puerta a la ternura. Conocer el amor de otras mujeres me enseñó a amarme a mí misma, a dejar a un lado la absurda competencia, la comparación de nuestros cuerpos.
Soy bisexual. He amado a hombres y mujeres, en formas e intensidades distintas. No puedo decir que me interesan hombres y mujeres por igual, porque en la práctica, eso no es relevante. No es que sea un 50 y 50, o que sea pertinente preguntar el porcentaje de atracción hacia uno u otro género. Ser bisexual no consiste en encasillar personas, al menos no para mí. Vivir abiertamente mi bisexualidad significa que el género o la identidad sexual de otra persona no es una barrera para que pueda amarla. Tener una pareja del sexo opuesto en algún momento, no invalida mi orientación sexual, no me convierte en heterosexual. Ser bisexual no me vuelve una persona promiscua o indecisa.
He descubierto parte de mi sexualidad a través del arte, de la literatura. Soy escritora, y me dedico también a las artes visuales. Me encanta el arte clásico, la figura de la mujer como protagonista en la Historia del Arte. Amo los desnudos, los estudios anatómicos, la poesía erótica. Soy feminista. Enfrento y me cuestiono mi vivencia de ser mujer cuando escribo.
Sueño con un mundo donde las etiquetas no sean necesarias, donde se pueda ser libre de amar, basados en el respeto, la tolerancia, la empatía y el consentimiento. Sueño con un lugar donde dos mujeres puedan tomarse de la mano por la calle sin ser acosadas, sin recibir ofensas, ni cátedras del Antiguo Testamento.
Vivir adentro del clóset, es como habitar un pequeño infierno, donde no existe la posibilidad de ser una misma. Hay que derrumbar las puertas desde adentro.
El amor no tiene fronteras, el amor es diverso.
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