Por Kenny Rodríguez
En 1994 inicié a laborar y estudiar en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, tenía dos amigas que estudiaban la Licenciatura en Letras con quienes compartíamos la creación poética, con una seguimos en franca amistad, la otra vive en el extranjero. Llamaré “Andrea” a mi amiga que vive fuera, en aquel tiempo era actríz, hoy no sé si continúa dedicada a los escenarios, y realizó algunos trabajos en filmaciones y en el grupo de teatro “La Calle”, estaba muy ilusionada de realizarse como poeta y como actríz, en verdad le encantaba la actuación y era muy buena en ello.
Una tarde llegó hasta mi lugar de trabajo en el Módulo «A» de Profesores, bastante alterada, triste y furiosa, me contó en la confianza de la amistad que su director de teatro la había manoseado, la dejé contarme: estaban realizando unos ejercicios para una determinada obra y le hizo la observación que necesitaba relajarse más y que podían realizar ejercicios juntos para lograr el impacto de la escena; ella accedió y se habían quedado algunas ocasiones luego del ensayo general realizando ejercicios, ella sentía que los ejercicios lejos de relajarla la alteraban, su director le rozaba como al descuido ciertas partes del cuerpo que le incomodaban; decidió indagar con conocidas y amigas y le dijeron que eso era lo normal con los directores de teatro, era el “derecho de piso”; pero esa tarde, el director había apretado sus senos y tocado su vulva deliberadamente alegando que eso le ayudaría a relajarse, esto constituyo el culmen de lo que podía soportar, se retiró del lugar y del grupo y decidió guardar silencio.
El silencio de Andrea es ese que se espera de nosotras, ese que abre la puerta y deja como “Juan por su casa” a la impunidad, ese silencio que desde la consigna, la acción y distintas disciplinas del arte las mujeres defensoras de nuestros derechos humanos hemos ido derribando, a costa de sangre, desaparición y muerte.
No creo que sea pura coincidencia que el responsable de aquel evento sea el mismo involucrado en el actual proceso contra Colectiva Amorales, no es casualidad que se intente criminalizar la denuncia, el acompañamiento y el hartazgo de quienes nos atrevemos a romper el silencio.
No, la edad no va curando al abusador, no porque tenga más edad que en aquel momento es menos violentador, usted va a disculpar señor, pero no vamos a otorgarle ni el margen de la duda, yo le creí a Andrea y le creo a Colectiva Amorales; la justicia usted puede bastardearla convenientemente; lo que no podrá es deslegitimar que para nosotras cobren sentido palabras como sororidad, integridad, principios y valentía, vamos acompañar a las víctimas en la lucha contra usted y este nefasto sistema.
El silencio deberán procurárselo desde otros márgenes, la impunidad contra la violencia que nos afecta a las salvadoreñas, es un problema de todas, no vamos abandonar nuestros espacios a su conveniencia, no vamos más a retirarnos, vamos a seguir nuestras intuiciones y vamos honestamente a usar nuestra palabra para señalarles.
Kenny Rodríguez es abogada y reconocida poeta salvadoreña.
Bien dicho Kenny! Te felicito
Totalmente de acuerdo. Este señor también toqueteó a mi hija y porque ella le reclamó la marginó del grupo y le cerró las puertas ; mi hija luchó para terminar el diplomado y lo logró. Si ella estuviera en el país, seguro que lucharía por ir a testificar y así apoyar la lucha de las Amorales.
excelente, así como fantástico blog. De hecho, me gustaría darle las gracias por darnos
mejores detalles.