Por Krissia Girón
Amelia siempre viajaba por Nicaragua, ya sea para apoyar luchas por derechos humanos, ayudar a familiares de víctimas de las protestas y apoyar a presas y presos políticos, llegando incluso a las cárceles, desbordadas de voces que exigían justicia y libertad. En los últimos años, partió fuera de las fronteras de su país, para salvar su propia vida.
En 2018 tenía 26 años, trabajaba, era entusiasta del yoga, rescataba animales heridos, salía con sus amigos, iba a la playa, fue activista de derechos humanos y del medio ambiente. “Yo voy a protestas desde que tengo 17 años, en 2005, en la UCA, en las colinas, en las protestas del 2011. Ahí, por ejemplo, sentimos cero protección de la policía nacional, éramos 50 o 60 más o menos, la policía permitía que la juventud sandinista nos agrediera”, cuenta Amelia, recordando las acciones de las que fue parte. Sin embargo, cuando comenzaron las protestas en abril de 2018, se sintió obligada a hacer más.
“Me di cuenta por amistades de las protestas. Cancelé todo y viaje al oriente del país para dar apoyo y auxiliar a las personas heridas. Yo daba seguimiento a lo de la ley de pensiones pero no sabía que habían manifestaciones por parte de las personas mayores. Dejé el carro a cierta distancia, ya sabia como es, ya conocía la estrategia de la policía y como se movía. Pero esta vez, la policía hirió a las personas. Al día siguiente llegué con mis pancartas y pensé que sería como otros años, que sería la juventud sandinista quien nos agrediera. Mi sorpresa es que ese día estaba toda la juventud, desde chavales de 14 años. Desde el 19 de abril vi que la situación escaló. Tratábamos de decirle a los más jóvenes que no se separaran porque la policía les iba a agarrar.”.
Amelia ayudó a recolectar alimentos y suministros para los manifestantes y estuvo presente durante el violento ataque en el campus de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua -UNAN-, en julio de ese año. “El día del ataque, empezamos a evacuar gente porque nos tenían acorralados, solo hice 3 viajes con mi carro, en el tercero salieron unos paramilitares, al verlos metí el acelerador y les dije a todos que bajaran la cabeza. Para mi sorpresa, el carro no tenía ninguna bala. Dejé el carro tirado en la zona de las cumbres, pedí ayuda y tratamos de buscar entrar nuevamente -a la universidad- pero fue imposible, ya estaba ocupado por los paramilitares. Salió el llamado de las organizaciones para una caravana y nos unimos. Yo tenía contacto con las mamás de los muchachos que estaban conmigo y varios de ellos dejaron su celular, ellos me pedían minutos para llamar a sus mamás, entonces luego las mamás me llamaban a mi para preguntar si estaban bien”.
Después del ataque, Amelia ayudó a las madres de las personas que estaban en prisión. A pesar del peligro, siguió asistiendo a los manifestantes, incluso después de que los paramilitares aparecieran en el lugar. Eventualmente, su participación en las protestas y el clima político la obligaron a abandonar el país.
“En la caravana, las mamás estaban ya ahí, muchos de sus muchachos estaban presos. A las semanas, empezó una persecución a las personas que estaban atrincheradas. Tuve que irme a Costa Rica por el mismo peligro, me chequearon por estrés postraumático. Todos los muchachos cayeron presos, médicos amigos míos cayeron también. Al mes y medio regresé porque las mamás necesitaban ayuda para moverse a las cárceles. Otro grupo cayó preso”.
Amelia fue a Costa Rica por seguridad y para poder tratar el estrés postraumático causado por todo el contexto que giraba a su alrededor. Sin embargo, regresó para ayudar a las familias y para visitar a sus seres queridos encarcelados. Ya en Nicaragua, y en su afán por apoyar a las madres de los presos políticos, ingresaba a la cárcel como familiar de uno de los capturados quien no tenía a nadie que velara por él. “El muchacho tenía un familiar en el país, pero esa persona no podía acudir en el momento por cuestiones médicas y pues era una persona que yo le tenía mucho cariño. Entonces, la persona me apuntó como familiar y entonces estuve asistiendo”.
En ese ir y venir de las cárceles, Amelia relata cómo la policía la intimidó muchas veces con tener información sobre su activismo. Sin embargo, hasta la fecha se pregunta por qué no fue arrestada. “Muchos de los policías me decían, en forma de burla ‘mira flaca, estate tranquila, que bien sabes que deberías estar aquí adentro’. Yo les decía ‘claro que no, si yo trabajo, más bien esto me está complicando la vida, yo tengo que ir a trabajar y tengo que estar viniendo aquí todos los días’. Yo me hacía la loca. Pero se pusieron a reír. Algunos me decían que habían fotos de mí entrando a la UNAN. No sé porque no me arrestaron, porque pues, llegaba todos los días. Me acuerdo que un policía una vez me dijo: ‘mejor, aquí te tenemos vigilada’. Yo trataba siempre de tener un perfil bajo”.
En marzo y abril de 2019, el gobierno comenzó a liberar a algunas personas prisioneras. Amelia todavía estaba lidiando con el trauma emocional de la situación. Durante este tiempo, inició una relación con un preso político, quien ahora es su esposo. Ambos siguieron siendo objetivos del gobierno y, en dos ocasiones, su esposo fue secuestrado y brutalmente golpeado.
“La primera fue en el 2020, lo montaron en una camioneta, lo golpearon fuertemente y lo tiraron a la calle, con la camioneta en movimiento, en alta velocidad. Quedó con quemaduras y contusiones en todo el cuerpo, y en la cabeza. Lo mandaron a reposo 15 días, gracias a Dios no fue más que eso, porque los doctores estaban sorprendidos que no tenía ni un hueso quebrado, solo tenía contusiones fuertes, morados en el cuerpo por los golpes que le habían dado antes y las quemaduras. Después, como en junio del 2021, lo trataron de secuestrar nuevamente cerca a la casa, pero se logró huir. Sí quedó con un golpe en la cara por el forcejeo”.
Uno de los familiares de Amelia se convirtió en una figura pública opositora al régimen de Ortega, lo que colocó a toda su familia en blanco de hostigamientos por parte de las autoridades. En agosto de 2021, el pariente de Amelia fue arrestado y ella temía por su propia seguridad.
“A mi familiar le llegó una citación de la Fiscalía, que en ese tiempo todos los que iban a la Fiscalía, eran arrestados prácticamente. Entonces ya sospechábamos, ya estábamos en una situación crítica de detenciones ilegales. En junio y julio pasaron esas cosas, y en julio tomamos la decisión de irnos. Compramos los tickets que pudimos para irnos en agosto. Cuando arrestaron a este familiar, ya no nos sorprendió la noticia. Sí me dolió, pero ya sospechábamos que todo iba a pasar realmente. Sí, mi esposo y yo nos hubiéramos quedado, muy posiblemente lo hubieran matado, y en mi situación yo siempre traté de mantener perfil bajo, pero lamentablemente la dictadura siempre toma represalias con familiares”.
Salieron rumbo a un país centroamericano, donde estuvieron por cinco semanas. Ahí, lograron acceder a la vacuna contra el COVID-19 y partieron hacia Europa. Amelia considera que brindar detalles sobre la ruta que utilizaron para escapar de Nicaragua puede afectar a quienes aún se encuentran en el país y tienen planes de emigrar.
Ya en Europa, se sometieron al proceso de asilo. Una de las ventajas para ella y su esposo fue contactarse con la diáspora nicaragüense en ese país, quienes les apoyaron con contactos y asesoría en el proceso.
“Aquí hay una diáspora nicaragüense que investigó sobre abogados. Quien nos representó se especializa en nicaragüenses, porque ellos creo que también llevan un caso de gente que vino a exiliarse en los 80, entonces ellos ya conocen toda la historia del país y eso es muy importante. Nosotros estuvimos en un proceso de 15 meses, usualmente la entrevista que hacen a las familias es a los ocho meses, pero en ese tiempo inició el conflicto entre Ucrania y Rusia, entonces hubo un repunte de solicitudes de asilo, de ucranianos y los recursos, por decirlo así, se desviaron un poquito para ellos. Nosotros tuvimos nuestra entrevista hasta los 15 meses y la respuesta fue rápida, la tuvimos a los dos días, fue positiva. Ahorita, nuestro proceso de asilo fue aprobado, ya tenemos la residencia temporal que después se renueva y estamos en el proceso de integración que más o menos dura tres años, de aprender el idioma, de integrarse en la sociedad desde un aspecto social pero también laboral. Estuvimos en unos como condominios que se le llaman campamentos donde tienes tu cuarto y hay áreas comunes que se comparten; ahora, ya salimos del área de campamento y vamos a una vivienda social solo para nosotros, en la que nos vamos integrando a los vecinos, a la urbanización, a la villa. Pues, ya te vas sintiendo como parte también de la población en cierta forma, porque al final somos extranjeros siempre, por más que te logres integrar súper bien, has dejado toda la familia afuera, entonces también eso afecta bastante emocionalmente”.
Ahora, su situación ha dado un giro. Con muchas de sus necesidades básicas solventadas, Amelia tiene la esperanza de volver algún día a su país, sin embargo, considera que “Nicaragua tiene que sanar mucho”.
“Ese es el mayor problema, porque ya en los 70, 80 pasó lo mismo y ahorita está volviendo a pasar lo mismo y no queremos volver, cuando estemos como adultos mayores, volver a vivir, a pasar esto. Eso es una situación bastante difícil porque queremos regresar al país, pero la inestabilidad también te desanima. Pero, yo sí tengo la esperanza que mejore, espero que la sociedad, las generaciones más jóvenes, puedan hacer un cambio. Creo que Nicaragua, como sociedad, desde un aspecto colectivo, tiene mucha herida como sociedad y se necesita sanar eso, no sólo sanar el sistema político, sino sanar el sistema emocional como sociedad, como sociedad, van de la mano”.
“Un mix de emociones”, así describe Amelia lo que sintió cuando vió a su familiar, junto a los 222 presos políticos ser llevados a Estados Unidos para su liberación, pero también para su destierro. “ Me alegró en gran parte la libertad, que las personas pudieran salir de la situación en la que estaban de encierro, poder ver a muchos de ellos, poder ver a sus familiares, pero siento que se cambió una situación por otra, porque estar en la cárcel es una situación traumática, pero estar en el exilio es otra situación traumática también, más si tus familiares no están con vos. Gracias a Dios, creo que varios de los desterrados pudieron reunirse con toda su familia, o al menos con su núcleo familiar. Pero hay otros que quedaron totalmente solos, que toda la familia está en Nicaragua y ellos están solos allá. En el caso de mi familiar, pues nosotros teníamos otros familiares en Estados Unidos y ellos lo acogieron, pero de su núcleo no está nadie con él. Yo me alegro poder poder hablar con mi familiar después de seis meses de haber estado preso, pero también me entristece, porque sé que dejó toda su vida igual que yo. Yo ya sé lo que es estar fuera de tu país en un proceso que no puedes volver a tu país. A él le están expropiando las casas, también está ese dolor de que nos van a quitar el hogar de toda nuestra vida, porque no es la cuestión material, sino que es el lugar donde crecimos. Salir es ya un derecho que ellos merecían, pero no, no fue como tuvo que haber sido, fue un destierro. Realmente no fue una libertad completa”.
La historia de Amelia es un testimonio de las luchas que enfrentan muchos activistas en todo el mundo. Tuvo que huir de su hogar para protegerse a sí misma y a sus seres queridos de un gobierno que no respetaba los derechos humanos básicos. “Realmente estamos bajo una dictadura y un régimen que no nos deja ser a nosotros mismos, no nos deja poder elegir libremente. Nosotros decidimos irnos antes de la cárcel o la muerte, pero se siente como una decisión obligada”.
La situación sigue sin resolverse, pero los viajes de Amelia sirven como un poderoso recordatorio de la valentía y la resiliencia de quienes luchan por la justicia en Nicaragua.