Fotografía/Cortesía
Equipo editorial
A pesar que las amenazas del Ejecutivo de invadir las atribuciones del poder legislativo no pasaron de un espectáculo grotesco, no deja de ser alarmante. Dar un paso atrás bajo el argumento que Dios le había hablado pidiéndole paciencia y luego publicar un llamado a la paz que el mismo perturbó, no repara el daño hecho a la ya delicada situación de la democracia salvadoreña. El intento populista de manipular interesadamente la Constitución, el irrespeto a la división de los poderes del Estado, el despliegue innecesario de las Fuerzas Armadas de forma abusiva y autoritaria y la bajeza de jugar con los sentimientos de los muertos de los sectores de la población más vulnerables a la violencia, representan un retroceso en la institucionalidad, pero también un nueva forma de amenaza populista que combina viejas prácticas represivas con nuevos métodos de manipulación mediática.
El espectáculo montado este domingo 9 de febrero, bajo la excusa de aprobar un préstamo para financiar la III etapa del Plan Control Territorial, cuyo único objetivo es la militarización del país, más pareciera un calculado y mal intencionado inicio de campaña de Nuevas Ideas. Como es costumbre el mandatario populista se maneja más sobre cálculos mediáticos que sobre el Estado de derecho, y como una manera de desviar la atención sobre sus recientes desaciertos políticos: la negociación inescrupulosa con la empresa mexicana de seguridad que pagó el viaje del director de Centros Penales, los fuertes indicios que miembros de su gabinete tienen vinculación con pandillas, sumado al catastrófico manejo de los problemas del agua en San Salvador.
Como el mismo mandatario dijo “como cambia la personalidad de un hombre cuando cae en la desesperación”, ni siquiera su tan cuidada popularidad lo ha hecho escapar de sus propios errores políticos, cada vez más evidentes; sus excesos revelan su verdadera naturaleza autoritaria y caprichosa. Es un juego realmente peligroso y nocivo a la sociedad. En sus acciones queda en evidencia los intereses particulares de su clan, e incluso sus frustraciones profesionales al desmerecer a verdaderas abogadas y abogados constitucionalistas, haciendo uso de interpretaciones fáciles y abusivas de las leyes para justificar sus ansias mesiánicas de poder.
No podemos saber si el Presidente sufre de delirio místico o solo se trata de una manipulación, pero sin duda es una amenaza a la institucionalidad, a la laicidad de Estado y la estabilidad social. Se trata de una amenaza directa y armada a la convivencia social que tanto ha costado construir en El Salvador, que con todos sus defectos ha logrado un mínimo de respeto a los derechos humanos y libertades civiles.
El populismo es una degeneración de la democracia que se alimenta de los déficits de la misma, juega con la esperanza de la población y se disfraza de pretensiones democráticas, como esta farsa de la insurrección popular a la cual el mismo mandatario apeló. Esta nueva forma de autoritarismo ha empezado a mostrar su verdadera cara. Corresponde a la sociedad civil, al movimiento popular y las otras instituciones del Estado asumir con responsabilidad e inteligencia el reto de proteger a la sociedad de confrontación, odio y autoritarismo. No debemos caer en el juego y chantajes de personajes mesiánicos; debemos combatir la manipulación y desinformación con educación, organización y la construcción de consensos.
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