
Egly sabe que nombrarse directora en un gremio donde la mayoría de referentes eran hombres no fue sencillo. Reconoce que le tomó tiempo asumirse y ser reconocida en ese rol. Sin embargo, hoy su voz es clara: la presencia de mujeres en la dirección es indispensable porque aporta nuevas perspectivas, lenguajes y liderazgos.
Por: Redacción
Egly Larreynaga se define a sí misma como “actriz, nata de corazón”. Pero a lo largo de los años, ese oficio inicial se transformó en muchos más: directora, dramaturga y gestora cultural. Desde hace más de una década, su nombre está ligado a experiencias escénicas que han marcado la escena salvadoreña, especialmente con el proyecto La Cachada Teatro, una compañía que nació casi como un experimento y que se convirtió en una apuesta artística y política imprescindible.
Su acercamiento al teatro ocurrió a los 19 años, cuando aún estudiaba economía en la Universidad Centroamericana. Lo que empezó como un pasatiempo pronto se convirtió en un camino de vida. Formó parte del histórico grupo Sol del Río, en el contexto de la posguerra, cuando muchos artistas retornaban al país. Más tarde, su búsqueda la llevó a Madrid, donde vivió siete años y se formó en talleres, asistencias de dirección y procesos colectivos de creación. Fue allí donde descubrió que su intuición para organizar, montar y guiar escenas ya anunciaba a la directora que sería.
“Lo importante es que haya mujeres tomadoras de decisión y mujeres en el puesto de dirección. En el teatro también nuestra mirada es importante. En esos cargos es donde queremos tener esa presencia, porque tenemos ese mismo derecho de poder participar. Y creo que una nueva mirada y nuevos lenguajes aportan, porque tenemos perspectivas diferentes y eso se refleja y enriquece el trabajo”, expresa Egly.
El regreso a El Salvador marcó un punto de inflexión. Al impartir un taller a mujeres del sector informal, inspirado en los que realizaba con migrantes en España, surgió La Cachada Teatro. Lo que sería una experiencia puntual terminó transformándose en un colectivo de mujeres vendedoras que, a través de las tablas, comenzaron a narrar sus propias vidas.
“Ellas están agradecidas que las haya acercado al teatro y yo estoy agradecida con ellas porque me empoderaron, me ayudaron a probar mis ideas y poderlas poner en escena”, recuerda Egly. En ese cruce nació su certeza: la dirección no era un título ajeno, sino un espacio de creación y liderazgo que también le pertenecía.
Su trabajo ha puesto en escena las realidades más invisibilizadas: la maternidad adolescente, la violencia hospitalaria, la vida de las mujeres del sector maquila y bordadoras, el rol de las pescadoras en un mundo dominado por hombres. Obras como Condenadas, Algún día si vos no hubieras nacido, Retazos, La última cachada o Colando agua son testimonio de esa mirada que entrelaza arte y memoria social.
Egly sabe que nombrarse directora en un gremio donde la mayoría de referentes eran hombres no fue sencillo. Reconoce que le tomó tiempo asumirse y ser reconocida en ese rol. Sin embargo, hoy su voz es clara: la presencia de mujeres en la dirección es indispensable porque aporta nuevas perspectivas, lenguajes y liderazgos.
Además de la escena nacional, Egly apuesta por el trabajo colectivo en la región. Junto a agrupaciones de Guatemala y Costa Rica ha impulsado la red Enredarnos, un espacio de encuentro y creación feminista desde Centroamérica que busca visibilizar realidades comunes y fortalecer a las artistas independientes.
Su teatro evita la etiqueta fácil de “teatro de denuncia”, aunque sus obras siempre interpelan al público. Prefiere que la escena provoque preguntas, incomode y despierte reflexiones profundas. “Yo hago teatro”, dice con firmeza. Y ese teatro, atravesado por su mirada de mujer y de artista, ha abierto caminos donde antes había silencio.