
Mucho se habla del deseo, pero casi siempre desde una mirada masculina, heteronormada y racista, como si solo ellos tuvieran derecho a sentirlo, nombrarlo y escribir sobre él. ¿Y nosotras?, ¿Y nosotres?
Por Edith Elizondo, feminista
Nos enseñan que el placer es un lujo, no un derecho. Que disfrutar del cuerpo es solo para algunas: las flacas, las blancas, las “bien presentables” Pero ¿y nosotras y nosotres qué? Las y les que venimos de lugares donde la educación sexual llega tarde, o no llega; donde el sexo se vive entre tabúes, miedos y silencios.
Los cuerpos que quedan fuera de las normas estereotipadas de belleza no solo deben lidiar con los efectos de una discriminación, sino también con la carga de sistemas que se entrelazan: colonialismo, capacitismo, patriarcado y capitalismo.
¿Dónde está nuestro deseo y nuestro placer?
Y si ser mujer ya es complicado, ser gorda lo hace aún más difícil. Nuestro deseo no solo es ignorado, sino también fetichizado: reducido a un capricho oculto, un gusto culposo, una fantasía escondida. Para muchas, la experiencia del deseo se vive desde la sombra, lo privado, lo que no se cuenta y menos se muestra.
Como si nuestras cuerpas gordas fueran demasiado para el espacio público, para el amor, para el erotismo y el placer.
Cuando habitas un cuerpo gordo, el primer filtro del deseo es lograr que te vean como deseable.
No como la amiga simpática.
No como un fetiche secreto.
Sino como alguien con agencia, deseo y sensualidad real.
Y ahí no termina la cosa.
Porque encima, cuando digo que soy bisexual, todo se complica aún más. Con algunos hombres, el chip automático es: “¡Trío!” Como si mi orientación existiera únicamente para su entretenimiento. Como si mi bisexualidad fuera un pase VIP para cumplirles fantasías.
Con algunas mujeres lesbianas he sentido la desconfianza: “Seguro me va a dejar por un hombre”, “No se ha decidido”. Quieren que una les dé placer, que las toque, que erotice con su cuerpo, sin reciprocidad. Esa desconfianza hacia mi deseo y mi orientación termina siendo una barrera. ese prejuicio por no elegir una sola letra de la sopa LGBTQIA+.
Otra vez la performance del deseo ajeno.
Otra vez el placer que no es totalmente mío.
Spoiler: no tengo que elegir.
Mi deseo es múltiple, fluido, y tan válido como cualquier otro.
Para los hombres, todo es ventaja. Nadie les pregunta por el tamaño.
Nadie les exige saber dar placer. Como si con tener un pene ya estuvieran aprobados. Y la realidad es que, más veces de las que quisiéramos, cogen mal y ni se enteran. Es como si el sexo fuera un examen, y ellos siempre sacaran 10 solo por presentarse.
Para mí, hablar del deseo sobre todo desde los márgenes sigue siendo un acto profundamente revolucionario, sin importar cuál sea mi orientación.
Como bien dice Patricia Hill Collins:
"Una de las razones fundamentales por las que se silencian las voces de los grupos oprimidos es porque, cuando nos definimos por nosotras mismas, despertamos la resistencia."
Cada vez que decido contar y hablar de lo que me calienta, de lo que me duele, de lo que me atraviesa, siento que estoy cometiendo un acto que fractura las estructuras de poder.
Y si durante tanto tiempo nos negaron el deseo, ahora lo gritamos con más fuerza.
A mi no me pongas triste. A mi poneme en cuatro.
Porque el placer no tiene una única forma ni una sola medida: es una experiencia profundamente subjetiva.
No se limita a lo físico: también abarca lo emocional, lo mental y lo social.
Por eso lo reclamamos desde nuestros cuerpos reales, complejos y hermosos; desde nuestras identidades plenas; y desde la certeza de que el placer también nos pertenece. Siempre nos perteneció.