
Ya sabemos que el país se fue a la mi*rda. Cada día aparece un nuevo acto de corrupción, una nueva violación de derechos humanos o, simplemente, se reafirma que vivimos bajo un gobierno autoritario. Dicho eso, esta columna no pretende repasar lo obvio, sino hablar de las pequeñas cosas de la vida cotidiana en este territorio llamado El Salvador, esas que me frustran como ciudadana en el día a día.
Por Keyla Cáceres
Me frustra que las personas utilicen el parqueo del lugar donde vivo como si fuera una extensión de la aduana. A las 9:00 p. m. ya no cabe un carro más, pero a lxs vecinxs les parece normal dejar un vehículo viejo, motos oxidadas o incluso estacionar sobre la acera porque, según ellos, “ese es un buen lugar”. ¿Qué importa que la gente no pueda caminar? Lo importante es que su carro esté cómodo.
A lxs dueñxs de vehículos se suman lxs comerciantes, que creen que las aceras frente a sus negocios les pertenecen. Frente a mi casa abundan las chatarreras: ocupan las aceras con sus camiones y, para colmo, caminar frente a esos negocios es un peligro por la cantidad de vidrios, hierros y pedazos de lata cortopunzantes. Nadie regula nada.
Me molesta (más que frustrarme) la gente que se apropia de la calle y pretende cobrar por estacionar en ella. Se supone que en San Salvador eso está prohibido, pero los mismos agentes del CAM piden a esas personas que coloquen obstáculos frente a la oficina de la zona 2 y en los alrededores del Ministerio de Hacienda. Así pasa en todos lados.
También me frustra tener que pelear por el derecho a la vialidad cuando voy en mi moto. Parece que quienes andan en carro creen que son lxs únicxs con derecho a circular, a pesar de que todxs pagamos impuestos para usar las calles. Le avientan el carro a quien anda en moto, pero nunca a la caravana de más de diez camionetas del susodicho que se hace llamar “presidente”.
Me enfurece visitar un centro de salud público o una clínica del ISSS y que el personal actúe como si una llegara a pedir favores. Entiendo que muchxs estén cansadxs o desbordadxs, pero eso no justifica el maltrato ni la indiferencia. Este año he visitado varias veces el ISSS y siempre hay alguien que se cree con la autoridad para gritar, negar procedimientos o incluso prohibir atenciones básicas.
Mi mamá tuvo líquidos en los pulmones por culpa de la burocracia del ISSS. En marzo le indicaron un ecocardiograma, pero una persona administrativa decidió que no era una “emergencia”. Desde enero que se realiza hemodiálisis su cuerpo fue acumulando líquido poco a poco, la razón se resolvía con un examen que una persona que no es del área de la salud consideró que no era importante.
Su corazón tiene una falla (como se sospechaba) y gracias a eso ha ido acumulando líquidos, su calidad de vida se deteriora porque no se atendió a tiempo gracias alguien que, sin formación médica, tiene más poder que lxs médicxs, quienes han perdido toda autoridad frente una administración, mediocre y perversa que busca aparentar antes que curar.
Me molesta que la recolección de basura solo sea constante en las zonas que visitan turistas, mientras el resto del país se hunde en desechos. Me frustra ver cómo nos arrebataron lo poco de identidad que quedaba en el centro histórico y en los municipios. Me frustra entrar a un establecimiento y que el precio cambie si pago con tarjeta: una estafa disfrazada de “normalidad”.
Me frustra la pobreza y la impotencia de no poder hacer nada. Que todo lo que se supone hace el Estado o las ONG no sirva porque el problema estructural no se resuelve con un paquete de macarrones, atún y frijoles, ni con un proyecto que termina cuando lo hace la cooperación internacional.
Me frustra que, incluso dentro de los espacios feministas, se creen círculos de poder que dejan por fuera a activistas valiosas solo porque no pertenecen a ciertos grupos de confianza. Y lo que más me molesta es que dentro de esos círculos se sigan manteniendo a hombres: como empleados, proveedores u otras formas de sostenerlos.
Estas son solo algunas de las frustraciones que vivo en el día a día y que no cambiarán, porque vivimos en un país donde la mi*rda ya se rebasó. No la detuvieron las denuncias, las pruebas ni las protestas. Ganó la vieja fórmula de vender espejitos por oro. Ganó un mesías en el que depositaron las esperanzas de salir de la miseria que arrastramos desde que este territorio se hace llamar “República”.
No es vida vivir para resistir. No es vida sobrevivir en automático. No es vida tener que recordar, una y otra vez, que tenemos derecho a la salud, a la vialidad, a la dignidad. Eso lo perdimos desde el 9 de febrero de 2020, el 1 de mayo de 2021 y en cada fecha que ha marcado la consolidación de un Estado totalitario en manos de mercenarios. Ellos tomaron nuestras frustraciones y las convirtieron en espejos para que nadie se interpusiera en su camino.
Hoy solo me queda llorar (a solas, porque todavía me da pena que me vean) por todo lo que me frustra este país, día tras día.