
Por: Redacción
La larga noche de 500 años no ha terminado. Los pueblos de Abya Yala y el mundo siguen en resistencia: resisten a la opresión, al colonialismo, al borrado de la memoria, al racismo y al capitalismo. La mal llamada «conquista» significó la llegada de la colonia y trajo consigo la imposición de la religión, la lengua, la escritura y la cultura; y con ella, el genocidio de las poblaciones originarias.
En los territorios de Abya Yala, la invasión española borró la ancestralidad, impuso un blanqueamiento, negando la existencia de otras identidades e invisibilizándolas y desapareciéndolas.
En El Salvador, pareciera que la idea de «colonia» terminó en 1821 con la independencia de la corona española. Sin embargo, esta independencia solo benefició a los criollos (descendientes de españoles) y dio paso a mecanismos de dominación que buscan preservar relaciones de poder enraizadas en el colonialismo, en detrimento de todo lo que no pertenece al Norte Global. A esta idea de superioridad, donde el Norte Global es el centro del mundo y existen grupos humanos superiores a otros, y por lo tanto, con legitimidad para odiar, rechazar o excluir a otro grupo social por su etnicidad, color de piel, lengua u otras características, se le llama racismo.
“Pareciera que en El Salvador no hay poblaciones indígenas y el hecho de no reconocer en sí eso, es racismo”, expresa Evelyn Martínez, integrante de la Comunidad de Estudios Decoloniales de El Salvador.
Existe una idea en el inconsciente colectivo, impuesta por la narrativa relacionada con los hechos de 1932, que sostiene que Maximiliano Hernández Martínez exterminó a los pueblos originarios y afrodescendientes y que, con el proyecto del mestizaje, ya no existen personas racializadas en el país. Por lo tanto, se asume que no hay racismo en El Salvador. Sin embargo, el racismo sigue impregnado en la sociedad salvadoreña y se refleja en la cotidianidad. Persiste en el actuar diario y mantiene una gran carga hacia las mujeres, afectando sus cuerpos y el lenguaje. Se continúa negando e invisibilizando a las personas indígenas y afrodescendientes y, por lo tanto, las mujeres salvadoreñas estamos inmersas en una cultura racista y sexista.
Este reportaje aborda cómo se manifiesta el racismo hacia las mujeres en la sociedad salvadoreña: desde la negación e invisibilización de la identidad de los pueblos ancestrales y afros, la normalización de la cultura racista y su reflejo en el lenguaje cotidiano. También presenta algunas propuestas para resistir.
Revista La Brújula dialogó con feministas descoloniales y antirracistas, quienes llaman a la reflexión para transformar estas prácticas racistas, colonialistas y patriarcales que continúan perpetuando la violencia, borrando la memoria y las identidades ancestrales y racializadas.
Colonización, colonialidad, racismo y género
La maestra en filosofía, María Lugones, expone en su artículo «Pasos hacia un feminismo descolonial» que el género es una imposición y producción colonial. La idea de mujer está ligada tanto a la clase como a la raza y, por lo tanto, todo aquello que no tenga cabida en la blanquitud es arrojado a lo no-humano. Martínez refuerza esta idea, señalando que se ha impuesto también una concepción de lo que significa ser mujer u hombre, lo que implicó un proceso de anulación de la diversidad de los cuerpos plurales que ya existían, para imponer el régimen heterosexual del cual habla Monique Wittig.
En El Salvador, el racismo hacia las mujeres se expresa desde el color de piel, el cabello, el lenguaje, hasta en el acceso a la tierra o los tipos de trabajo (como en las trabajadoras del hogar remunerado). Las mujeres indígenas, afrodescendientes y los mismos pueblos originarios han cargado con el peso del racismo, la invisibilización y la negación de sus orígenes. Estas poblaciones rara vez se ven representadas en la sociedad salvadoreña.
El racismo no es algo nuevo; proviene de una herencia colonial que trajo consigo genocidios e impuso una forma única de existir y vivir. Con la invasión española en 1492, llegó la imposición de un sistema colonial, una lengua, una escritura y una cultura, así como el borrado de la historia y la memoria.
El racismo se manifiesta a través de la idea de inferioridad de determinados grupos étnicos o la superioridad del propio, basada en el color de piel, el idioma o el lugar de nacimiento.
La llegada de la colonialidad dio lugar a la blanquitud, que posicionó al blanco en un nivel de superioridad y privilegios, mientras que las personas indígenas y afrodescendientes fueron colocadas en una categoría de inferioridad. Para las personas indígenas, esto se refleja en el uso de la palabra «indio», que tiene un significado peyorativo y de inferioridad en la sociedad salvadoreña. Esta palabra se considera ofensiva, niega sus orígenes y denota desprecio por la propia identidad. Para las personas afrodescendientes, implica la negación de su identidad.
El proyecto colonial no fue solo la invasión, sino toda la cultura que sucedió después de la colonización, y esto se ha quedado presente en nuestro imaginario, en nuestra cultura y en nuestra manera de entender el mundo [...] Entonces, es racismo negar lo que somos, negar nuestros orígenes, negar de dónde venimos, negar la identidad indígena porque nos han hecho creer que la blanquitud es mejor que ser indígena o ser indio descendiente , explica Margarita Morales, feminista antirracista.
En ese mismo contexto, se planteó un proyecto de nación que, según explica José Heriberto Erquicia Cruz en el libro ¡Aquí no hay negros!, intentó una homogenización étnica, la invisibilización y negación de las comunidades mestizas, además de la negación de la población afrodescendiente de El Salvador. «Dejar de ser indígena, negro o mulato por ser moderno, educado, escolarizado, civilizado. Dejar de ser indio para ser modernizado», ya que el «indio» no se asociaba con lo humano, sino que era percibido como alguien sin humanidad ni alma.
La colonialidad usó el mestizaje como uno de los mecanismos ideológicos para lograr una nación homogénea cuyos referentes legitimados eran una herencia fundamentalmente europea, donde la herencia indígena y africana desaparecía, según expone Ochy Curiel en el libro La crítica postcolonial desde el feminismo antirracista.
Para Yuderkys Espinosa, feminista descolonial, el mal llamado mestizaje fue una violación a las ancestras indígenas y negras, y con ello, una estrategia de borramiento de las memorias ancestrales (o no occidentales, según la fuente original, si se refiere a eso).
El texto de Curiel detalla que se aspiró a la idea de «mejorar la raza». En la democracia racial del mestizaje, las mujeres fueron instrumentalizadas como mano de obra barata, y sus cuerpos fueron violentados como mecanismos de explotación y subordinación.
El racismo hace que nosotras empecemos a desvincularnos de ser una mujer indígena, de ser una mujer afrodescendiente, dice Marielba Herrera, presidenta de la Red de Estudios Afroamericanos.
En nuestro país es común escuchar que a las mujeres se les dice que deben buscar una pareja de un color de piel más claro para «mejorar la raza». Para Morales, la idea de «mejorar la raza» es un proyecto político de la blanquitud. «El seguirlo diciendo, solo reafirma la pigmentocracia en la que lo blanco es la medida de ‘lo humano’. Esa frase en sí misma es un proyecto político de la blanquitud para despojarnos de nuestra potencialidad, de nuestra postura ancestral que es milenaria y no se descubrió a partir de la mirada de lo blanco. Por lo tanto, nuestra cultura trasciende ese hecho. La idea de mejorar la raza nos quita ese poder de nación ancestral que somos y al mismo tiempo nos despoja de la tierra, de la identidad, del valor del ser por ser».
En El Salvador, los censos poblacionales son una muestra del racismo existente, pues históricamente poco han reflejado a otras poblaciones o etnias. El Censo de Población y Vivienda de 2024, muestra que de una población de 6,029,976 personas, solo el 1.2 % de la población se autoidentificó como indígena, de este dato 34,004 son mujeres; y el 0.4 % como autoidentificó como afrodescendiente, de esta cifra 13,184 son mujeres. El Censo de Población y Vivienda de 2007 también reflejó estadísticas sobre población indígena.
En años anteriores hubo registro de otras poblaciones pero enfocados mayormente en San Salvador y sin datos desagregados. De acuerdo a la información Geográfica de la Provincia de San Salvador elaborada por el alcalde Manuel Gámez Corral, en 1970 se registró población indígena (9,272), mulatos (mestizos y ladinos, 8,519); de igual forma lo reveló una encuesta social en Centro América colonial de la población de la provincia de San Salvador y Sonsonate en 1970 donde mostraba a indios (17,650) y ladinos (mulatos y mestizos, 9,505); en 1807 registraron a mulatos (89,374) e indios (71,175); en 1930 se registró población que se identificaba como mestizos (1,323,830), indios (79,573), otros (blancos, amarillos y negros) (30,958).
Pero estos censos no se realizan cada año y no van más allá de datos estadísticos sin profundizar en indicadores como salud, educación y otros.
“El lenguaje va a llevarnos a las mujeres, sobre todo a las racializadas, a una discriminación y a una deshumanización”
El racismo en El Salvador no solo ha pasado por la negación de la propia identidad o por la idea de lo blanco como lo bello, sino que se ha reflejado en el lenguaje hacia las mujeres con frases como «si sos india» o «si fueras blanquita fueras bonita». Estas expresiones reflejan el carácter despectivo hacia lo indígena y dan prioridad a lo blanco y a una concepción limitada de lo femenino.
Herrera menciona que el racismo se percibe en expresiones cotidianas como: «estoy negreando», «tengo un jefe negrero», «ha sido un día negro», o “usted es una persona muy zunga» (refiriéndose a «colocha»). La forma de la broma o el chiste también es parte de ese racismo y discriminación latente. El lenguaje va a tener una postura muy patriarcal y discriminatoria. El lenguaje va a llevarnos a las mujeres, sobre todo a las racializadas, a una discriminación y a una deshumanización».



La tabla anterior muestra palabras o frases racistas, según Afroféminas la lucha por eliminar las expresiones racistas concierne a todas las personas porque las palabras importan y son un reflejo de la sociedad.
Para Herrera, el idioma ha tenido un impulso fuerte y son las mujeres quienes han luchado por mantenerlo a través de los años, combatiendo este sistema de invisibilización. Tal es el caso de Sixta Pérez, una mujer nahua hablante de 84 años, originaria del cantón El Carrizal en Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate.
Sixta habla el náhuat desde que era niña. Desde 2013, se ha convertido en maestra de esta lengua, como parte del legado de su familia, y es la autora del primer diccionario de náhuat. Su amor por el náhuat la llevó a ser la creadora de este primer diccionario. Ella considera que es importante que las nuevas generaciones continúen el legado. «A mí no me da pena hablar mi idioma, porque es el idioma de mi pueblo. No se me olvida. Seguiré así hasta que ya no pueda hablar», comparte Sixta.
Propuestas antirracistas y descoloniales para tejer juntas
Mikaelah Drullard, quien se define como travesti-negra, en su libro “El feminismo ya fue”, reivindica la palabra «bonita» desde un lugar de cimarronaje: el acto de huir de la plantación, de reapropiarse del dolor y habitar la infrahumanidad en la que han sido producidas. Para Mikaelah, «bonitas» son las prietas, las negras, las racializadas, las que se nombran «feas», las marikas, las subalternas, las barriales periféricas. Para ella, ser «bonita» es una postura que implica obligatoriamente ser antirracista, anticolonial, heterodisidente; estar en las marchas contrahegemónicas que incomodan y desmovilizan el poder.
Desde hace más de 500 años, hay pueblos que continúan en resistencia al olvido, a la negación de sus orígenes, a la opresión, al borrado de la memoria y al racismo, así como a la resignificación del lenguaje. Mantienen su cosmovisión y el sentido de comunidad.
Para tejer redes ante el racismo que continúa impregnado en la sociedad salvadoreña, se plantean una serie de propuestas para construir juntas.
Morales destaca la necesidad de crear políticas antirracistas para desmontar mitos alrededor de la raza y políticas educativas, además de la necesidad de reivindicación desde las voces históricamente silenciadas.
«Creo que desde los activismos antirracistas hay un reclamo que me parece bien certero, y es el derecho de escribir nuestra propia historia. Desde varios lugares como la academia, los activismos y los movimientos sociales. Desde esos lugares se puede reconectar con nuestras memorias, con nuestra ancestralidad para proyectar un futuro, una ensoñación (…) de contarnos nuestras propias narraciones».
Herrera propone generar espacios de reflexión sobre el lenguaje y procesos de sensibilización desde la academia para «expresarse de una manera sin ofender a nadie, sin caer en el estereotipo y en el prejuicio. La sociedad tiene todo el derecho a empezar a contrarrestar esta forma de lenguaje porque no es un lenguaje inocente; condena, discrimina, rechaza a todas estas personas que no caemos en ese canon de la blanquitud, totalmente occidental».
La misma Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, en su artículo siete, establece que todos los Estados partes deben tomar medidas relacionadas con la educación y la cultura para combatir prejuicios que conduzcan a la discriminación racial.
La descolonización es una propuesta de resistencia frente al sistema, manifiesta Matínez. La descolonización implica replantearse el poder, el ser y el género, alejarse de todas las imposiciones de la modernidad colonial y rescatar la ancestralidad. Para Martínez, seguimos viviendo en la fragmentación producto de la colonialidad. Ante ello, propone que para tejer juntas se debe partir del reconocimiento de la pluralidad, del respeto de la existencia de lxs otrxs que existen en relación con nosotrxs, y «reparar la red de la vida». Además, sugiere reivindicar las luchas que se están dando frente a los despojos del territorio-cuerpo-tierra (como lo plantea Lorena Cabnal), las luchas por el agua, y manteniendo viva la lengua y la idea de la vida desde la ancestralidad.
Esfuerzos como el que encabeza Sixta Pérez por el rescate del Náhuatl tejen redes de resistencia de los pueblos ancestrales, oponiéndose a la modernidad/colonialidad. Es un esfuerzo por narrar nuestra propia historia y reivindicar las voces de mujeres históricamente silenciadas.