
¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste si tu espacio de trabajo, tu hospital o tu clínica es verdaderamente inclusiva? Hablar de derechos sexuales y reproductivos desde la experiencia personal es desafiante, especialmente cuando esta experiencia se vive desde un cuerpo con discapacidad. Mi historia no es única, pero ilustra las barreras que enfrentamos las mujeres con discapacidad al acceder a servicios de salud ginecológica en El Salvador.
Por: Gabriela Mendoza
He tenido la oportunidad de asistir tanto a consultas ginecológicas en hospitales públicos como en clínicas privadas, y aunque ninguna de las dos opciones es verdaderamente accesible para una mujer con discapacidad, la experiencia difiere significativamente.
En las clínicas privadas he encontrado más paciencia y atención personalizada, pero eso no significa que todo sea ideal. Subirme a una camilla es una tarea que solo puedo realizar si alguien fuerte me carga, lo cual frecuentemente termina en moretones y golpes accidentales, pues las camillas son muy altas para trasladarme desde la silla.
Posicionar las piernas en los estribos es doloroso y, junto con la incomodidad de los espéculos, convierte la consulta en un desafío tanto físico como emocional. Agradezco, eso sí, la limpieza y el mantenimiento de estos espacios, la manera en la que las ginecólogas intentan adaptarse a la paciente, lo que contrasta con las clínicas públicas.
En los hospitales públicos, la situación es otra. Las camas oxidadas, los espéculos sumergidos en un huacal con agua y el ambiente descuidado generan desconfianza y desánimo. A esto se suma la prisa con la que he sido atendida, lo que refuerza mi sensación de invisibilidad.
En más de una ocasión, las ginecólogas han optado por no revisarme, argumentando que con mi descripción del problema es suficiente. Aunque entiendo que la accesibilidad es limitada, esta actitud me hace sentir que no vale la pena revisarme, pues es muy complicado hacer el esfuerzo.
En estos espacios médicos, ser disca se siente aún más difícil. Escucho constantemente mensajes sobre la importancia de cuidar mi salud sexual y reproductiva, pero al llegar a la consulta, ese mensaje cambia drásticamente. Salgo desmotivada y prefiero buscar información en internet antes de volver a una consulta.
El capacitismo en la salud
Estas experiencias reflejan un problema más profundo: el capacitismo, esa creencia de que las personas con discapacidad somos menos capaces o menos importantes en el sistema de salud. La falta de infraestructura adecuada y la poca capacitación del personal médico crean barreras que trascienden lo físico.
Lo mejor sería que el personal médico reciba formación sobre cómo atender a personas con discapacidad, sobre todo, si esa formación proviene de la misma experiencia de las personas con discapacidad. Además, se necesitan espacios adaptados que no solo cumplan con las normativas mínimas, sino que realmente faciliten el acceso y la atención.
Datos que revelan una problemática estructural
Según el “Análisis sobre la situación de las personas con discapacidad en El Salvador, 2023”, en contraposición a los mitos que minimizan la demanda de servicios de salud sexual y reproductiva de las mujeres con discapacidad, los datos existentes permiten identificar la importancia de atender sus necesidades e incluirlas dentro de los grupos poblacionales prioritarios en la atención de mujeres.
La Encuesta Nacional de Salud del 2021 evidenció que el porcentaje de mujeres de 15 a 49 años que han tenido alguna relación sexual en su vida es mayor en aquellas con alguna condición de discapacidad (82.4%) que en aquellas sin esta condición (78.6%).
Asimismo, el porcentaje de mujeres de 15 a 49 años que comenzó su vida sexual antes de los 15 años es mayor en las mujeres con discapacidad (11.1% en contra de un 7.6%), en el marco de una mayor exposición a la violencia sexual como detonante del inicio de una vida sexual precoz no consentida.
Además, 2 de cada 100 mujeres con discapacidad en este rango de edad enfrentan dificultades severas para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva, y 10 de cada 100 presentan un perfil de dificultades funcionales múltiples.
Estos datos no solo son alarmantes, sino que también evidencian la falta de información desagregada que permita evaluar la situación y diseñar políticas efectivas para garantizar nuestros derechos.
Es fundamental que las instituciones de salud reconozcan las necesidades específicas de las mujeres con discapacidad. La capacitación del personal médico, la implementación de políticas inclusivas y la garantía de espacios accesibles son pasos esenciales para asegurar que nuestras experiencias en el sistema de salud no nos hagan sentir más vulnerables de lo que ya somos.
¿Cuánto tiempo más debemos esperar para que nuestra salud sea tratada con la dignidad que merece?
La salud sexual y reproductiva es un derecho, no un privilegio. Es hora de que se nos escuche y se actúe en consecuencia. Es importante cuestionar la realidad y reflexionar sobre las situaciones tan distintas que viven las mujeres con discapacidad.
Gabriela Mendoza es periodista y creadora de contenido con enfoque en derechos humanos y disca-activismo. Comparte sus vivencias como persona con discapacidad en El Salvador a través de redes sociales y su pódcast Qué hará Gabriela. Ha trabajado en proyectos sobre inclusión, cambio climático y derechos de mujeres con discapacidad. Se ha formado en comunicación digital, marketing, diseño y periodismo en redes. Actualmente, es periodista multimedia y ha trabajado en periodismo cultural, corrección de estilo y gestión de comunidades. Su trabajo busca generar conciencia y promover espacios accesibles para todas las personas.