Foto/Tomada de Internet
Por Lissania Zelaya
“Bendito sea el señor, rey de los ejércitos, él nos protegerá si obedecemos, la cuarentena no es para deleitarse en sus deseos, hermanos es una enfermedad mandada por dios, es para permanecer contritos ante él. Agradézcale esta cuarentena es para que ayunemos…” reza el ministerio cristiano de la Policía Nacional Civil.
En tiempos de crisis, hambre y pandemia se vuelve necesario “creer en algo” y nada mejor que la imagen de un ser todopoderoso o su representación en la tierra. Un ser que aparece al auxilio sobrepasando cualquier dificultad y teniendo la capacidad de “salvar” a la humanidad, sin embargo, este ser no salva a cualquiera, sino a quienes “creen en él y le guardan obediencia”.
En 1976 el filósofo Michel Foucault acuñó el concepto de “biopolítica/biopoder” donde explica como en los últimos siglos se dio paso a una nueva forma de ejercer el poder a través de los Estados. Se trata de un poder que tiene la capacidad de “gestionar la vida”, controlarla, organizarla, educarla y programarla con la ayuda de ciertas instituciones que se configuran como mecanismos de control y vigilancia.
La “religión” se presenta como un paradigma de representación de lo “bueno, necesario”, basta hacer un recorrido histórico para conocer y recordar las violaciones a derechos humanos que se han cometido y se siguen cometiendo en nombre y defensa de un pensamiento que se configura como “única verdad”, un pensamiento “fundamentalista que se caracteriza por promover el sometimiento absoluto a determinada doctrina o práctica”.
En consonancia con este pensamiento, observamos de nuevo la polarización que permea a nuestra sociedad y que ubica a la persona en una falsa dicotomía que le obliga a elegir entre dos únicas posibilidades como una necesidad, a pesar de que existen otras posibles alternativas de decisión.
Estas estrategias tienen como objetivo disciplinar conductas, controlar cuerpos, a través del miedo, “la población necesita una esperanza de salvación”, ésta es condicionada por la obediencia y se agrava con el hecho de ser profesada en este caso por una institución que irrespeta deliberadamente el ESTADO LAICO.
Ahora, cerremos los ojos e imaginemos que somos una rata de laboratorio siendo entrenada a través del condicionamiento para que en un futuro las acciones que ahora responden a una necesidad se conviertan en nuestras respuestas previamente condicionadas “el queso, es la esperanza de salvación” y la obtendremos al finalizar el laberinto siempre y cuando seamos capaces de obedecer y asimilar el comportamiento que “es debido”, siempre y cuando seamos capaces de disciplinarnos y entender que si tenemos hambre lo que hay que hacer es ayunar, esperar a que la virgen pase sobrevolando las casas repartiendo bendiciones o que exista un “buen samaritano”.
Nos están programando para NO ACCIONAR y una vez más salir a la calle, protestar, gritar, exigir políticas económicas que ayuden a la población a sobrellevar esta situación se vuelve razón de condena y en el peor de los casos algo impensable para quienes creen que existe un dios y que “esa es su voluntad”.
Lissania Zelaya es artista, activista feminista, defensora de derechos humanos, graduada de la Universidad de El Salvador de la licenciatura en Jurisprudencias y Ciencias Sociales. Actualmente cursa la licenciatura en Psicología y Diplomado en Neuropsicología del Aprendizaje. Forma parte de colectiva de mujeres artistas feministas, Amorales y es socia fundadora de la Asociación de Mujeres por la transformación social y cultural Ixchel.
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