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Por Lissania Zelaya
2016, recuerdo ese momento con mucha indignación, escuchar los testimonios de mujeres, reconociendo frente a otras lo que habían vivido con ciertos “directores de renombre” quienes sin ninguna consecuencia han configurado sus nombres con base a los abusos y a las violaciones sistemáticas de derechos de las mujeres en razón de una “metodología” que ni ellos saben explicar.
“Esa tarde el profesor dijo que realizaríamos ejercicios para explorar la “sexualidad” y que si necesitábamos ayuda él nos la daría. Estando en el salón con los ojos cerrados, él manoseó mis pechos y trato de meter su mano en mi pants”.
La situación no es diferente en otros espacios como estamos en un país carente de espacios académicos y formativos proliferan bajo los ojos ciegos de instituciones estatales que nos siguen negando una educación sexual y reproductiva integral que nos permita reconocer las violencias que vivimos y en contraparte un sistema judicial e institucional que sigue favoreciendo a los agresores.
“Me dijo que si quería el personaje protagónico, tendría que hacer un desnudo para él”.
Habitar y ocupar un espacio masculino nos significa a las mujeres “pagar un precio”, la metafísica del pensamiento y la legitimidad social avalan situaciones de abuso en razón de roles tradicionalmente establecidos a las mujeres, así, escuchamos comentarios que recriminan a la sobreviviente de violencia el haber sido violentada.
El espacio artístico no está exento de este este tipo de pensamiento y se tiende a normalizar en nombre de una “búsqueda de libertad sexual y desinhibición” que realmente no responde a nuestras necesidades creadoras y artísticas si no a la reproducción de la visión masculina de la vida, del arte, “para hacer teatro hay que sufrir” y ese sufrimiento nos implica a las mujeres tener que aceptar abusos y violencias de todo tipo en razón de un objetivo: SER ACTRIZ.
“Me fui de sus clases porque no me sentía segura, ponía de ejemplo la película “el último tango de parís” donde el director Marlon Brando engañó a la actríz María Schneider y durante el rodaje de una escena la violó”.
Yo como otras mujeres, aspiramos ser artistas, otras tienen la curiosidad o la necesidad formativa. Todas nosotras, cada una desde su necesidad, tenemos derecho a conocer y a saber que “otro teatro es posible”.
Romper con los paradigmas del sistema que nos concibe como “cosas” y que hasta en lo mas hermoso de la vida “el arte” es una necesidad urgente en una sociedad donde a diario nos violentan, que comencemos a denunciar y deslegitimar estos espacios, personas y prácticas que van contra todo principio creativo y que se constituyen a través de su violencia como “enemigos del arte” es una acción de AUTODEFENSA.
Invito a que comencemos a generar nuestros propios espacios donde a través del cuestionamiento mutuo podamos deconstruir esos paradigmas que histórica y culturalmente se han asimilado como ciertos.
Hoy se celebra el Día Mundial del Teatro y yo lo único que quiero es un TEATRO LIBRE DE VIOLENCIA PARA TODAS NOSOTRAS.
Lissania Zelaya es artista, activista feminista, defensora de derechos humanos, graduada de la Universidad de El Salvador de la licenciatura en Jurisprudencias y Ciencias Sociales. Actualmente, cursa la licenciatura en Psicología y Diplomado en Neuropsicología del Aprendizaje. Forma parte de una colectiva de mujeres artistas feministas, Amorales, y es socia fundadora de la Asociación de Mujeres por la transformación social y cultural Ixchel.
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