El 2025 fue un año duro. Todavía recuerdo aquella noche a inicios de año, frente al mar, casi al límite de este pequeño territorio llamado El Salvador. Viajábamos con amigas para descansar y, bajo la luz inmensa de la luna, intuimos (como las buenas brujas que somos) que sería un año de mierda. Lástima que no nos equivocamos.
Por. Keyla Cáceres
Este año no solo se llevó doce meses más de nuestra vida, sino también muchas de nuestras ilusiones: avanzar hacia un país mejor, construir espacios seguros, subir, aunque fuera un peldaño en nuestros planes personales y colectivos. Pero nada de eso pudo sostenerse en un territorio que se hundió un poco más en un estado totalitario y miserable.
Esta columna, la última del 2025, se la dedico a mis compañeras activistas de la Asamblea Feminista: por coherentes, por irreverentes y, sobre todo, por consecuentes. Por ser feministas cuando más incómodo resulta serlo. Estas palabras son para quienes han estado ahí, no para quienes figuran en informes como parte del espacio, pero jamás se han aparecido.
Este año también se quedó con personas privadas de libertad por resultar incómodas para quienes administran el país: Ruth, Alejandro, el pastor José Ángel, Enrique. Además, varias y varios periodistas, defensoras y defensores exiliados —exceptuando, claro, a quienes aprovecharon la coyuntura para buscar otros territorios donde sobrevivir y colgarse de la miseria de este país—.
El 2025 nos mostró los verdaderos rostros de muchas personas que dirigen ONGs: figuras que se escudaron en la ley mordaza, diseñada para desmantelar la poca organización que aún existe, para despedir a cuánta gente quisieran. Pero esto no empezó con la LAEX; arrancó a inicios de año, cuando se retiraron los fondos gringos. Muchas organizaciones ni siquiera sabían si mantendrían la exoneración del 30% de impuestos y ya estaban amenazando a lxs trabajadores. Este año nos dejó ver, sin caretas, a quienes se autoproclaman defensoras mientras ejercen su propio autoritarismo detrás de las puertas de sus oficinas.
Y el drama no terminó ahí. Fue un año tan miserable que incluso una educación mediocre empezó a parecer algo que, quizá, extrañaremos el próximo año. El 2025 nos confirmó lo que muches sospechábamos: la verdad sobre las elecciones del 2019 y 2021 y esa frase que jamás debemos olvidar: “Sin cuerpo no hay delito”. Supimos que, mientras desaparecían personas, Osiris Luna liberaba a delincuentes y asesinos bajo la seguridad del Estado.
Cuando creíamos haberlo visto todo, asesinaron a una mujer en una de las zonas más “seguras” de San Salvador. Intentaron convencer a la población de que fue un “accidente”, y a mí me acusaron de politizar la muerte de Yesica. No pude cerrar el año sin otra funada de fanáticos que replican el discurso oficialista. Aun así, una de mis mayores satisfacciones fue ver cómo se desmorona ese mensaje que pretende vender que no tenemos derecho a hablar, cuestionar o gritar lo que nos incomoda en este país.
El 2025 nos quitó mucho. Nos arrebató vidas y personas valiosas para la construcción de una sociedad más justa; nos dejó más miedo. Pero también nos obligó a comprender que la resistencia la estamos sosteniendo desde los márgenes y que no significa estar soportando los golpes de los delincuentes que hoy ostentan el poder: estamos resistiendo desde la construcción de comunidad, a veces pequeñas, a veces solitarias, pero necesarias. Estamos —seguramente— quienes debemos estar.
El barco llamado El Salvador cruje como un madero viejo, hundiéndose lento. Mientras las ratas saltan al vacío buscando otro naufragio donde esconderse, nosotras seguimos aferradas al borde de la embarcación, tejiendo resistencia con hilos finos desde los márgenes. Somos la gota que insiste, el eco que incomoda, la brasa que permanece encendida incluso cuando el humo pretende ahogarlo todo. A veces callamos, pero no cedemos; a veces avanzamos en silencio, pero nunca retrocedemos. Aquí seguimos, aunque no les guste y pretenda sacarnos.
Aunque seamos menos de cincuenta marchando por las ausencias que duelen, por las que el feminicidio arrancó de nuestras manos, como Sara, arrebatada el mismo día que se conmemora los Derechos Humanos. Seguimos caminando en un territorio donde esa fecha se convierte en un multiverso macabro que premia a Osiris Luna por “defender” lo que ha negado, el mismo personaje que le susurró a los criminales “sin cuerpo no hay delito”. ¿Y qué otra cosa puede brotar de una PDDHH cuya directora se burla de una presa política?
Sin duda, este año fue una mierda, tal como lo anticipamos. Y, como suele ocurrir en la historia de la región, no es el final, es el inicio de un periodo aún más tenebroso. Pero llegará el día en que quienes hoy dirigen caerán, y allí estaremos quienes no renunciamos a nuestra ética feminista, a nuestras convicciones, a nuestras memorias, ni a nuestros ideales, porque jamás canjeamos nuestra dignidad por una institucionalidad vacía.
Feliz 2026. Descansemos lo que podamos, porque será un año preelectoral. Y si en 2019 y 2021 dijeron “sin cuerpo no hay delito”, ¿qué podemos esperar ahora, cuando quienes gobiernan no están dispuestos a soltar ni un pelo del poder y, con toda seguridad, volverán a competir fingiendo popularidad sobre los cadáveres que este pueblo ha puesto ayer, hoy y siempre?