Por: Krissia Girón
Coordinadora de Prensa de Revista La Brújula
Vamos por este caminar pensando en todo, menos en nuestros derechos e integridad, en cómo también la profesión duele profundo cuando te ves atravesada por el contexto, por las historias que contamos, por las realidades que retratamos que también son nuestras, por los derechos que nos violentan día a día en nuestros espacios de trabajo.
Además de todo lo anterior, vamos caminando junto al pueblo de la misma forma: «coyol quebrado, coyol comido». Pese a esto, es increíble cómo nos cuesta reconocer que somos parte de esa clase trabajadora y que, al igual que cualquier persona en este país, debemos luchar y exigir que respeten nuestra labor, que nos paguen lo justo, que no nos acosen, que no nos sobrecarguen, que nos den contratos, prestaciones, en fin.
En medio de este ir y venir de derechos laborales, las, los y les periodistas nos vamos reinventando toditos los días, en medio de un régimen que nos deja sin armas, porque, a veces, parece que la guerra de la dictadura es hacia quienes le contamos las costillas al poder y no en contra de los elementos que dañan a la sociedad. Nos vamos reinventando en medio de un discurso que cala en cada persona que nos cruzamos y que nos putea por el solo hecho de ser periodista, porque aquel les dijo que decimos mentiras, mientras observamos cómo se ríen en la cara de casi 7 millones de habitantes.
En medio de estas reflexiones, he pensado mucho en Karla Turcios, en su alegría, en las últimas veces que conversamos, en que nunca nos imaginamos que la violencia iba a tocar a una de las nuestras. He pensado mucho en nuestras colectivas y medios feministas que nacen como respuesta a esa demanda de las periodistas por espacios libres de violencia, discriminación, odio y desmérito hacia nuestra labor. Al día de hoy, el alzar la voz nos ha dejado grandes cambios en el tratamiento de los medios y en sus prácticas hacia periodistas, pero aún falta.
Falta que nos sigamos recordando todos los días, cual rezo o mantra de la mañana, que no somos élite, somos clase trabajadora, que merecemos una vida digna, que las mujeres no somos objeto de obtención de información con las fuentes, ni figuras decorativas en los medios, muchísimo menos estamos disponibles para el placer y deseo de los hombres con quienes trabajamos. Falta que sigamos reconociendo la labor de todas, todos y todes a la luz de la solidaridad, el respeto, y no desde la competencia voraz que nos enseña la academia. Falta que entendamos que solo la organización nos va a salvar del desastre que causa todos los días el sistema capitalista, racista y patriarcal.
Mientras tanto, aquí seguiremos las «locas», las «activistas», las «histéricas», como nos llamaron en 2018 cuando exigimos justicia por todas, como llamaron a quienes crearon medios feministas, como llamaron a las primeras periodistas que exigieron sus derechos antes de nosotras, como llamaron a quienes se atrevieron a tomar una pluma y escribir sobre la realidad, o a tomar una cámara o un micrófono, como las que nos anteceden. Aquí seguimos y seguiremos, colocando los puntos sobre las íes, incomodando, insistiendo, persistiendo y resistiendo.
¡Sin nosotras no hay periodismo!
¡El periodismo será feminista o no será!