Columna por: Keyla Cáceres
Sobre el 9 de febrero del 2020 se ha dicho mucho, pero es innegable que hubo un quiebre en la democracia salvadoreña. Si bien es cierto, desde 1992 hasta la fecha no se ha consolidado una democracia, el #9F vino a poner un punto de quiebre en la reciente historia salvadoreña, un punto que marcó un antes y un después previo a una campaña electoral que le daría una mayoría al partido Nuevas Ideas.
El debate se centró en la interrogante ¿hubo golpe de Estado? A 3 años de la militarización de la Asamblea Legislativa y la toma del control total del recinto legislativo se habla sobre la consolidación de una dictadura. El 1 de mayo del 2021 cambió la configuración de la Asamblea y toma el control de manera electoral el partido Nuevas Ideas – NI -, los primeros actos del parlamento liderados por dicho partido fue la destitución de magistrados de la Corte Suprema de Justicia y el Fiscal General de la República, el ritmo de la construcción de legislación cambió, el debate legislativo desapareció y la violación a los Derechos Humanos como al debido proceso han sido una constante y no una excepción.
Actualmente llevamos 10 meses de régimen de excepción, capturas en masa, aumento de personas desaparecidas, fosas clandestinas, perpetuidad de la impunidad en los delitos cometidos contra las mujeres y niñas, y muchas otras problemáticas sociales, políticas y económicas que se han agudizado en un año y 7 meses de la actual legislatura. Será entonces que la interrogante del 9 de febrero obtuvo una respuesta clara y contundente.
Los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, plantean en su libro “Cómo mueren las democracias” que los políticos con características autoritarias buscan cambiar las reglas del sistema democrático, si bien es cierto la propuesta de reformas a la Constitución quedó en las manos del actual presidente, diputados de NI han violado los mandatos de la Constitución desde el primer día y lo hacen cada día en los salones de las comisiones de la Asamblea y en cada sesión plenaria, osea que desde el Primero de Mayo llevan 94 sesiones de plenaria ordinarias en las que han votado para violar la Constitución.
Por otro lado, los autores proponen que también hay que considerar que los perfiles autoritarios fomentan la violencia Estatal. A este gobierno, se le ha acusado de hacer pactos con las pandillas, de negar información a las familias víctimas del feminicida en serie, Hugo Osorio, un ex agente de la Policía Nacional Civil que tenía sepultado cuerpos en su casa. Además, las redes sociales son el reflejo de la incitación al odio, al desprestigio de los adversarios políticos y sociales.
Los voceros de la administración actual no dudan en incitar a sus seguidores a la violencia, el mismo presidente, el 9 de febrero, había convocado a sus simpatizantes a tomar el órgano legislativo. Levistky y Ziblatt añaden que otra de las características de las dictaduras es restringir la libertad de expresión, la persecución que el gobierno mantiene contra los medios de comunicación que no son agradables a su proyecto político. Son perseguidos, atacados y en algunos casos obligados a cerrar sus puertas. No solo ha pasado con medios de comunicación o periodistas, es una restricción para todo aquel que no sea parte del discurso oficialista.
Desde diferentes experiencias en la región, el 9 de febrero no solo fue un quiebre en la historia reciente del país, fue el inicio del quiebre de la democracia y la separación de poderes. Para las mujeres y niñas, la actual administración representa un retroceso en políticas de prevención de violencia, para la población en general ha significado retroceso en la garantía de Derechos Humanos, estamos viviendo la militarización de nuestras vidas con un silencio estremecedor y con una aceptación abrumadora.
Somos un país que aún no diferencia entre vivir en libertad y vivir con miedo, porque la única forma que conocemos es sobrevivir, difícilmente las grandes mayorías hemos conocido una sociedad que fomenta y educa para defender la libertad, es una utopía para las personas que no somos dueñas del capital. Tres años después de la toma de la Asamblea Legislativa, en la que las feministas salimos a expresar nuestro repudio, seguimos viviendo en la incertidumbre y solamente aceptando que vamos de mal en peor, porque solo estamos concentrando nuestras energías en los procesos electorales y no en la organización ni en un proyecto político que nos permita volver a creer que es posible alcanzar la libertad.
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